Jorge Zepeda
Patterson.
Nadie sabe para quien trabaja. Y
menos Enrique Peña Nieto, quien podría estar haciéndolo para Andrés Manuel
López Obrador. ¿O cómo interpretar el hecho de que Los Pinos esté impulsado una
ley, la de Seguridad Interior, que amplía las atribuciones del presidente para
invocar la participación del Ejército en la vida política y social del país? Se
entendería que todo mandatario busque al inicio de su gestión dotarse de mayor
poder, pero hacerlo a menos de un año de entregar el mando parece ingenuo o,
por el contrario, absolutamente perverso. O son irresponsables con su propia
narrativa dar poder adicional a su archienemigo, que bajo ninguna circunstancia
están dispuestos a ceder Los Pinos al líder de Morena.
Si de veras están convencidos de que
López Obrador es un peligro para México, alguien que podría convertirse en un
dictador populista de corte chavista, según sus profecías, abrir las llaves de
la armería resulta una actitud contradictoria. Por
más que confíen en su maquinaria electoral, los priistas tienen que contemplar
la posibilidad de que el tabasqueño sea el próximo presidente de México,
considerando que lidera todas las encuestas de intención de voto a menos de
siete meses de los comicios.
En alguna ocasión conversé con Felipe
Calderón cuando este llevaba poco más de dos años en Los Pinos. Le expresé mi
extrañeza de que no hubiese aprovechado el tiempo para impulsar una batería de
acciones que ayudaran a fortalecer las instituciones democráticas y permitieran
desmontar el sistema autoritario que el PRI había instalado a lo largo de las
décadas. Nunca he
comulgado con la mayoría de las tesis del PAN, pero era consciente de que
durante años la maquinaria del poder se había cebado en contra de Acción Nacional,
y los había hecho víctima de despojos y fraudes en muchas elecciones
regionales.
Bajo esa lógica uno habría esperado
que lo primero que hiciera el PAN al llegar a Palacio Nacional hubiera sido
fortalecer el papel de la vida pública en la sociedad civil y blindar de manera
irreversible el proceso de democratización del país. Por desgracia sucedió todo
lo contrario. El propio PAN saboteó las instituciones incipientes y el impulso
democrático que habían permitido que en 2000 el voto desplazará al PRI del
poder de manera pacífica y ordenada. En lugar de profundizar tales tendencias, el PAN llegó a la presidencia y comenzó a
actuar como si pensase instalarse los siguientes treinta años en Los Pinos.
En aquella
ocasión Calderón me dijo que para impulsar la democracia primero tenía que
fortalecer su papel como presidente y dotar de botones y palancas poderosos a
su tablero de mando. Pero al hacerlo lo
que logró fue debilitar las instituciones y preparar el terreno para el
advenimiento del PRI con la misma vocación autoritaria que en su versión
anterior. Entre otras cosas, convirtió a su propio partido en una extensión de
la oficina presidencial, lo mismo que habían hecho durante años los mandatarios
priistas.
El PAN nunca entendió que su paso por el poder
podía ser pasajero y que en algún momento volvería a ser oposición. Tendría que
haber aprovechado la ocasión para asegurar que el IFE (ahora INE), el Trife, la
Secretaría de la Función Pública, los diversos comités de regulación y
competencia, la Suprema Corte y todo un tejido de instituciones vinculadas a la
rendición de cuentas y al equilibrio de poderes, se blindaran para impedir que
la clase política pudiera neutralizarlos y someterlos, como ha sucedido.
Supongo que ahora Enrique Peña Nieto,
como antes Felipe Calderón, opera como si su grupo político nunca fuera a dejar
el poder; por su cabeza jamás pasa la posibilidad de que en algún momento
volverán a ser oposición. Espanta que lo crea y espanta aún más lo que se verá
obligado a hacer para conseguirlo.
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