Confrontado
con un sector del gran capital, sometido por sus opositores a campañas sucias
desde hace meses, sin una relación tersa con las Fuerzas Armadas y en un
contexto internacional complejo por la narrativa antimexicana de Donald Trump, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador
tendrá la tarea colosal de hacer aterrizar sus propuestas (esbozadas en el
Proyecto 18) y cumplir con las enormes expectativas de cambio que generó en una
enorme mayoría de los mexicanos. Y evitar conflictos con los aliados que lo
llevaron al triunfo, algunos de los cuales no comparten puntos de vista en
temas educativos y de salud. De acuerdo con asesores del triunfador de las
elecciones presidenciales del domingo 1, los “focos rojos” para el tabasqueño
serán la economía –mantener estables los mercados– y la seguridad.
Con una suma
contradictoria en perfiles y propuestas, Andrés Manuel López Obrador llegó a su
tercer intento por alcanzar la Presidencia de la República y, haciendo gala de
pragmatismo, consiguió –incluso confrontado con un sector del más poderoso e
influyente empresariado– lo que en el pasado parecía imposible: ganar.
Y lo hizo de manera arrolladora, con
53% de los votos, según el conteo rápido dado a conocer por el presidente del
Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova.
AMLO sumó
perfiles escasamente relacionados con la izquierda histórica, e incluso
reciclados de gobiernos priistas, para ofrecer un gabinete que –proclive el
tabasqueño a las reivindicaciones históricas– equiparó con el de Benito Juárez.
Así se
presentó a la contienda, enarbolando un ambicioso programa de cambios que
obliga a la duda sobre su realización, sobre la idoneidad de los perfiles que
lo acompañan en el gabinete y en el ámbito legislativo y sobre los márgenes de
maniobra tanto por marco jurídico como por la presión de grupos de poder con
los que llega conflictuado.
Los “focos
rojos”
La preocupación inmediata del equipo
de López Obrador es por lo que considera un largo periodo de transición.
Para Marcelo Ebrard, uno de los
políticos más influyentes en el entorno del fundador de Morena, la prioridad es
garantizar que los mercados se mantengan tranquilos; organizar la
gobernabilidad que, precisamente por los cinco meses que dura la transición, es
un “foco rojo”, y las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte con el gobierno estadunidense.
Sucesor de
López Obrador en la jefatura de gobierno y hoy uno de sus estrategas, en
entrevista con Proceso Ebrard insiste en
enviar señales de tranquilidad, incluso en torno al tema que marcó la campaña:
el involucramiento de un sector de la cúpula empresarial que promovió un frente
contra el tabasqueño y llamó a votar en su contra.
–¿Hay
posibilidades de que esa animosidad de un sector de la cúpula empresarial sea
un riesgo económico?
–No lo veo así, porque el mercado ya
descontó eso. La apuesta estratégica (de la cúpula antiobradorista) fue
movilizar el argumento de Venezuela que ha usado la derecha en toda América
Latina, y con eso calentar los ánimos de oposición, por parte de la gran
coalición conservadora de México. Pero no funcionó por dos razones: porque ya
lo han usado varias veces y se desgastó, y porque Andrés no ha dado ningún
motivo para suponer que sea así.
En su
perspectiva, lo que llama “la coalición conservadora” esperará a ver qué pasos
da la nueva administración, se atrincherará en las cámaras de Diputados y
Senadores, intentando cohesionar su presencia, y esperará a ver qué plantea el
gobierno y qué iniciativas emprende.
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