viernes, 26 de abril de 2019

Con una sonrisa.


Javier Risco.

Ayer, en algún momento del día, entre la radio, la tele, las juntas, los pendientes acumulados, sumados a los enemigos perpetuos que habitan en esta ciudad como el tráfico y las burocracias varias, tuve que tomar la triste –y cada vez más habitual– decisión de parar de prisa y, corriendo en mi casa, prepararme de comer lo primero que encontrara que me permitiera, en menos de una hora, volver a estar en trayecto hacia el resto del día.

Afortunadamente, y digo afortunadamente porque en otros momentos ha sido más triste aún, sabía que al menos contaba con la posibilidad de armar unas siempre salvadoras quesadillas y una ensalada. Las preparé y me senté a comer y, mientras lo hacía, irónicamente me encontré con la buena noticia.

Resulta que la lista anual de los mejores cincuenta restaurantes del mundo ha nombrado a una mexicana como la mejor cocinera del mundo. Qué maravilla, pensaba mientras comía mi frugal ración energética.

Se trata de Daniela Soto-Innes, chef encargada de la cocina del Cosme, el restaurante mexicano del que es socia junto a Enrique Olvera, en Nueva York. Daniela tiene 28 años y se convierte en la primera mexicana en alcanzar este honor, la más joven y la segunda mujer de forma consecutiva (la anterior fue una chef peruana, lo que marca cierta hegemonía de la cocina latinoamericana).

La publicación encargada de dar el premio la describe como “una chef que ha dado la vuelta al recetario tradicional, transformando la cocina mexicana”. Me parece curioso el trayecto que ha hecho Daniela, a pesar de su juventud. Nació en México, pero a los 12 años se fue a Estados Unidos y, según lo que leí, no viene de una familia de cocineros, viene de una familia en la que las mujeres aman cocinar y lograron transmitir esa dedicación y pasión por la cocina a través del tiempo y las generaciones.

Y aquí es donde me quiero detener: transformar o reinterpretar la cocina mexicana es comparable a lo que en arte sería hacer una buena versión de Shakespeare. Es que la cocina mexicana es en su versión más cotidiana y simple (no incluyo mis quesadillas) una maravilla a la que nosotros estamos acostumbrados y que, a pesar del uso, no dejamos de disfrutar. Aquí es donde la labor de Daniela y la de Enrique toma otro sentido, uno mayor y trascendente.

Fue curioso, porque a medida que leía acerca de las creaciones de esta mexicana, mi plato se volvía cada vez más triste e insuficiente, y menos apetitoso me parecía. Merengue de maíz, tostadas de abulón, tlayudas de maíz dulce con cheddar, filete con cereales nixtamalizados, eran citados como sus platos de cabecera e imperdibles en caso de tener la suerte de pasar por su mesa y probar su mano y la de su equipo.

Su sazón saltó a la fama mundial el día en que el propio Barack Obama posteó en las redes sociales que su comida en el Cosme había sido un deleite (un hecho que, visto desde nuestro presente, eleva la cocina a un gesto político). Desde ese momento tiene los reflectores gastronómicos sobre ella y a la vista está que lo ha aprovechado.

En el reportaje hay una cita a Daniela que me quedó resonando: “La cocina mexicana tiene que tener felicidad, especias y diversión. No te puedes poner muy serio con la cocina mexicana”. Y es cierto, me traslado a esas comidas familiares en las que todos en la mesa reíamos y recuerdo que los de la cocina o la parrilla o el comal de turno, también lo hacían, por eso la comida sabe así, a felicidad.

Luego de leer esto, me doy cuenta de que a lo mejor si hubiera preparado mis quesadillas y mi tomate con lechuga riendo, me habrían quedado mejor. No creo.

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