Por Jorge
Zepeda Patterson.
Rectifico.
En más de una ocasión escribí en este espacio que Andrés Manuel López Obrador
cometía un error al cancelar el nuevo aeropuerto en Texcoco. Y así lo creía no
porque yo fuera simpatizante del enorme y fastuoso proyecto, sino por la
reacción que provocaría y la factura política a pagar. Pensé que convenía mejor
guardar las batallas con el sector empresarial para otras causas, ahorrarse el
dinero de las compensaciones que requería clausurarlo y ofrecer a la I.P que lo
terminasen ellos y ahorrar así dinero del erario. Fue muy costoso políticamente
para AMLO echar para atrás un proyecto que llevaba ya un 30 por ciento de
avance, a cambio de una propuesta (Santa Lucía) que parecía resultado más de un
capricho que de una investigación financiera, ambiental y aeronáutica profunda.
Sobre lo de Santa Lucía sigo teniendo
dudas, pero la información que este viernes escuchamos sobre las tripas del
NAIM, le dan la razón al Presidente. Los responsables del proyecto, ahora lo
sabemos, ocultaron el verdadero costo (que habría ascendido a 17 mil millones
de dólares en lugar de 13 mil, sólo para la primera etapa que ampliaba por muy
poco la capacidad del actual aeropuerto), carecían de una solución para financiar
esa ampliación de presupuesto, ofrecieron contratos leoninos a favor de
diseñadores y constructores con cargo al erario. El abuso, la desmesura, el
ocultamiento doloso y el castigo a las finanzas públicas fue sistemático y de
proporciones mayúsculas. Al Gobierno de AMLO le costó 3 mil millones de dólares
recomprar bonos en manos de tenedores y resolver o disolver más de 500
contratos, pero a pesar de este costo se salvó de cargar con una inversión
adicional de casi 20 mil millones de dólares que habría costado el proyecto,
más todas las obras de acceso y servicios públicos que no se habían
contemplado.
Y aquí
permítaseme un paréntesis. También hemos criticado la obsesión de López Obrador
con lo que él llama la prensa fifí y en particular su aversión al diario
Reforma. Nos parece injusto y muy poco presidenciable, por decir lo menos. Un
jefe de Estado tendría que tener la piel más dura y dejar de subir al ring a
quienes le critican. Pero también habría
que tomar registro del sesgo de muchos medios, que le dieron escasa importancia
a las explosivas revelaciones que deja el reporte sobre el NAIM. Durante meses
la cancelación del nuevo aeropuerto ocupó titulares y ríos de tinta en columnas
y notas de prensa; la decisión de AMLO fue ridiculizada y desacreditada en
todos los tonos posibles. Hoy que el dato duro muestra de manera contundente
que el NAIM era insostenible técnica y financieramente, es decir, que el
Presidente tenía razón, LA NOTICIA FUE MINIMIZADA POR MUCHOS DE ESTOS MEDIOS.
Algo similar sucede con la guerra en
contra del huachicol. Los errores y las precipitaciones cometidas, el desabasto
momentáneo, las pérdidas en vidas humanas fueron exhibidas ad nauseam, y no
podía ser de otra manera. Trastocó la vida de muchos ciudadanos.
Pero el reporte sobre los primeros
resultados de esta campaña también merecía una difusión infinitamente mayor de
la que tuvieron a bien concederle los medios. En noviembre pasado se robaban 81
mil barriles diarios de combustible, en marzo el promedio por día descendió a 8
mil barriles y en lo que va de abril a 4 mil. El huachicol está lejos de haber
sido derrotado, pero a juzgar por los resultados constituiría la primera gran
victoria en muchos años de un Gobierno mexicano en contra del crimen organizado.
El tema, sin embargo, APENAS HA MERECIDO MENCIONES MARGINALES EN LA MAYORÍA DE LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN.
Está claro que el Gobierno de López
Obrador se encuentra en una complicada curva de aprendizaje. Hay claroscuros a
todo lo largo de estos primeros cinco meses. Aciertos que sus seguidores
convierten en motivo de adoración y desaciertos que sus detractores usan para
exacerbar el odio y la descalificación.
La prensa profesional, los
columnistas, los líderes de opinión, tendríamos que actuar en beneficio de un
espacio público más sano, en el cual se cuestionen los errores y se registren
los logros.
Si a AMLO le va mal, le irá mal a
todo el país porque no debemos olvidar que le quedan 5 años y medio a este
sexenio. No se trata de aplaudirle incondicionalmente, pero tampoco de
descarrilarlo. Hacerle hoyos a la lancha y hundirnos sólo para demostrar que la
embarcación no era navegable resulta absurdo.
Habrá que apuntar responsable y
profesionalmente los errores y desviaciones del soberano con el ánimo de que
advierta el costo de sus desaciertos, pero también habría que reconocerle
aquello que funciona y puede contribuir a aliviar los graves problemas que
aquejan a México.
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