Raymundo
Riva Palacio.
La
conferencia mañanera del presidente Andrés Manuel López Obrador del martes
pasado, será un clásico sobre cómo el enajenamiento colectivo supera las
contradicciones de la cuarta transformación. Primero habló el director de
Pemex, Octavio Romero Oropeza, y explicó los resultados del combate al robo de
combustible. Después Diana Álvarez Maury, subsecretaria de Gobernación, anunció
que el gobierno había entregado más de dos millones de pesos a familiares de
157 personas que resultaron afectadas por la explosión de un ducto de gas en
Tlahuelilpan, en enero. En minutos, el gobierno mostró su firmeza contra el
robo de combustible y su generosidad para con quienes lo roban.
El perdón de
un delito por el cual lanzó el presidente una cruzada nacional contra el robo
de combustible, no tendría sentido y sería irracional, salvo en la lógica del
presidente, donde los pobres pueden saquear a la nación por ser víctimas de un
sistema corrupto. Su racional política se mantiene: si la ley no es justa, la
justicia está por encima de la legalidad. Nadie reclama porque nadie se
sorprende. La mañanera tiene pasmada a la sociedad, que observa sin cuestionar
el tipo de país que se construye. Lo que sucedió el martes resume la gestión
presidencial, donde los incentivos están invertidos. Esta forma de gobernar
produce distorsiones en la sociedad y en algunos países, como Rusia, fracasos.
Ahí,
escribió el profesor de la Universidad de Alabama, Robert Nielsen, los
trabajadores tenían muy pocos incentivos para trabajar fuerte y ser productivos,
porque les pagaban de cualquier manera. Esto creó una sociedad codiciosa del
menor esfuerzo, porque no había premios por innovación y ahínco ni castigo por
un trabajo malo o ineficiente, lo que llevó a un rendimiento mediocre de la
economía que finalmente causó la caída del comunismo. Aunque esta descripción
es somera, explica por qué la igualdad, pese a sus muchos méritos, fue llevada
al extremo. Como no había desempleo, nadie se preocupada de trabajar mejor;
como les pagaban sin importar la calidad, mejorarla era irrelevante. La
productividad se estancó.
Esta falta
de estímulos era sistémica, y se conoce como incentivos inversos. David Smeron,
profesor de la Universidad de Queensland, apuntó en un artículo publicado en
The Conversation, que los incentivos son un elemento central en la economía y
el comportamiento humano. Smeron recordó una epidemia de cobras en Nueva Delhi,
cuando era colonia británica, donde las autoridades ofrecieron dinero por cada
cobra que les llevaran. En un principio fue un éxito, y las cobras comenzaron a
escasear. Entonces, los indios empezaron a criarlas para cobrar sus
recompensas. Cuando terminó el programa, los indios liberaron a las cobras y
Nueva Delhi terminó con más serpientes que antes, lo que fue llamado Efecto
Cobra.
Ross
Douthat, en un artículo en The New York Times, se refirió a los incentivos
perversos de los programas sociales. Citó un caso en los Apalaches, donde los
padres temían que si sus hijos aprendían a leer, perderían los apoyos de un
programa que les daba 700 dólares mensuales hasta que cumplieran 18 años, por
lo que creció el número de analfabetas. Las externalidades de los incentivos
inversos siempre son contraproducentes para todos.
Es el caso
de lo que sucedió la semana pasada. En lugar de castigar a quienes robaban
combustible en Tlahuelilpan, los premiaron por haber muerto o resultar heridos.
El evento, que pudo ser manejado de manera ejemplar para no repetirse, recibió
un estímulo económico. Programas sociales como dinero directo a jóvenes que no
tienen trabajo ni escuela sin nada a cambio, estimula que no trabajen ni
estudien. Dinero directo a los padres en lugar de estancias infantiles, abre la
puerta a que los padres se queden con el dinero o paguen menos por el cuidado
de sus hijos. Las altas tasas de natalidad en Chiapas tienen como una de sus
explicaciones el que no hay planificación familiar, porque por cada menor los
padres reciben compensación económica. No combatir a los delincuentes porque se
consideran víctimas del neoliberalismo, es una invitación a que puedan
delinquir sin miedo a ser detenidos.
Los
incentivos perversos son altamente populares para un gobernante, pero en el
largo plazo se revierten. En el caso de López Obrador, el tropicalizado Efecto
Cobra busca reducir la desigualdad, pero conducirá a una mayor pobreza. Ese
dinero es un subsidio directo improductivo, con recursos obtenidos de proyectos
de inversión o infraestructura, o de políticas como la promoción del turismo en
el mundo, que generaba beneficios indirectos. Si no hay inversión ni programas
que estimulen el empleo o la productividad, llegará pronto el momento en que el
dinero público se acabe y haya crisis económica o, como dice genuinamente el
presidente, que el país, décimo tercera economía del mundo, camine hacia la
pobreza nacional.
Hay que
creerle al presidente y entender que sus intenciones son genuinas. Por lo
mismo, hay que buscar convencerlo de que lo que pretende es insensato, una
sandez o, para hablar en sus códigos, una gansada que no beneficiará a nadie,
empezando por él, que será arrastrado por el desprecio y el repudio de muchos
de aquellos a los que prometió exactamente lo contrario.
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