Salvador
Camarena.
En esta
historia, todos deberíamos estar con el compadre del Presidente, no con Andrés
Manuel López Obrador. Nos conviene.
El jueves Reforma dio a conocer en
primera plana que Miguel Rincón, empresario de tiempo atrás, consejero del
mandatario y novísimo compadre del Presidente, participaba en una licitación
del gobierno federal cuyo fallo era esperado para ese mismo día.
En la
mañanera, el Presidente es cuestionado
sobre el tema. Responde: “Es una empresa que él tiene desde hace mucho tiempo”.
“No sé si legalmente esté impedido; si está impedido no puede participar, no
podría participar”.
La reportera, de Reforma, insiste: “Pero
le pregunto por el conflicto de interés, por la cercanía que tienen, personal”.
El Presidente, a su vez, reitera:
“No. Si legalmente no tiene problema, podría participar”.
Horas más tarde la empresa de Miguel
Rincón gana por licitación –y a un precio más reducido que el original– un
contrato para vender 221 millones de pesos en papel a la Comisión Nacional de
Libros de Texto Gratuitos.
Al día
siguiente, sin que mediará pregunta
directa, López Obrador anuncia en la mañanera que tumbará el contrato.
“Quiero aprovechar de una vez porque
no quiero dar ninguna oportunidad a la prensa conservadora, a la prensa fifí.
Ayer me preguntaron sobre un contrato de compra de papel de una empresa que se
dedica a producir papel, que es de Miguel Rincón, que en efecto es mi compadre
(…). Y hoy aparece en el mismo periódico que gana la licitación su empresa para
vender el papel al gobierno (…). Entonces, quiero dar a conocer aquí a los
mexicanos, a todos, de que voy a pedir a la instancia correspondiente del
gobierno que se busque la forma legal de que se cancele ese contrato, esa
compra. Y le pido a mi compadre, a Miguel Rincón, que entienda la
circunstancia”.
En ese
momento le preguntan a AMLO si “¿ese
contrato se ganó legalmente?”
Él responde: “Legalmente sí, legalmente, no hay ningún
problema; pero quiero pedir que se busque la forma, incluso hablando con Miguel
para que, si legalmente no es posible, que él renuncie a su derecho y que me
ayude en eso para dar un ejemplo de que no va a haber corrupción, impunidad, influyentismo,
contubernio, amiguismo, compadrazgo, nepotismo, ninguna de esas lacras de la
política”.
Quien celebre el anuncio de la
cancelación como un triunfo de la prensa/sociedad/redes o lo que sea, estará
incubando un mal enorme.
El
Presidente de la República, ni con las mejores de las intenciones, puede
subvertir la ley. Y se antoja un galimatías eso de que encontrarán el mecanismo
legal para echar abajo un contrato… legal.
Flaco favor a la democracia hizo
Reforma en esta ocasión.
La nota que
detona el caso carece del contexto necesario. El diario debió destacar el hecho de que BioPappel, la empresa del
“compadre”, ha participado desde años atrás en contratos parecidos al de
marras. Es decir: no es una compañía
nueva, ni nuevos son sus contratos con un gobierno federal. A lo mejor es una
mala empresa, o abusó en el pasado, o debería vender más barato, pero, sobre
todo eso, hoy no es una empresa fantasma o impedida legalmente.
Reforma pudo usar el caso –a priori– para abrir un
debate sobre la ley mexicana y sus alcances en temas de conflictos de interés.
En vez de ello tendió sobre el asunto del “compadrazgo” una sombra de
suspicacia que puede acarrearnos males mayores.
El Presidente, originalmente, estaba
en lo correcto: si no había impedimento legal, su compadre tenía derecho pleno
a participar en la licitación. Y ganada esta, está obligado a honrar el
contrato.
En vez de ello ahora tenemos cuatro
problemas: indebidamente el Presidente pide a sus colaboradores que descarrilen
un proceso que, hasta donde se sabe, no tuvo irregularidad alguna (no hay
competidores quejándose, no hay denuncias ante el fallo). ¿Inventarán una
argucia huizachera a petición del mandatario?
El segundo
problema es que, en efecto, ahora sí el
Presidente está pidiendo un favor a su compadre. Y los favores se pagan.
En tercer
lugar, a un Presidente con aspiraciones
centralistas se le aplaude la decisión de atravesarse en un proceso legal en el
que él no está llamado a pronunciarse.
Pero el
verdadero problema estriba en que se sienta un delicadísimo precedente. Hoy
porque pensaron mal de él, López Obrador pretende cancelar una cosa que es
legal y legítima. Y mañana, con la solvencia de que podrá presumir que no se
anda con miramientos, incluso afectando a sus compadres, podría despachar
cualquier ordenanza, legal o no, pertinente o no, simple y sencillamente porque
él cree que es lo que conviene para no ser visto como “los de antes”. Qué
peligroso, compadre.
Y de dejar a
los niños sin libros de texto ni hablamos, pues la licitación ya iba tarde.
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