Por Ricardo
Ravelo.
El plazo de seis meses para abatir la
inseguridad, propuesto por el Presidente Andrés Manuel López Obrador, parece
ser más producto de la presión social porque la realidad crítica del país en
materia criminal no se puede cambiar mediante un acto de magia. Es –a decir del
Secretario de Seguridad Pública y Participación Ciudadana, Alfonso Durazo
–irresponsable decir que en ese lapso cesará la violencia.
Durazo tuvo que corregirle la plana
al Presidente durante su comparecencia ante el Senado de la República, el
jueves 24, al sostener que no es posible acabar con la inseguridad en seis
meses: es un problema crónico e histórico que requerirá tiempo.
En seis meses –dijo –estarán operando
los programas sociales, la Guardia Nacional y habrá menos corrupción en los
gobiernos estatales, pero este problema se abatirá a largo plazo, quizá, como
él dijo, un año antes de que concluya el actual sexenio, en el 2023, cuando la
Guardia Nacional esté operando con más de 350 mil elementos en todo el país. Y
esto todavía está por verse.
Y es que una cosa es lo que quiera
lograr el Presidente, envuelto en su frenesí, y otra muy distinta lo que es
posible hacer. Su primera propuesta, la de empezar a pacificar al país en tres
años, a mi ver, era más realista y congruente. Pero la regó al afirmar que en
seis meses. La prisa por acallar las críticas en su contra lo hizo derrapar
ante un problema que resulta ser el más sensible para la sociedad y el más
sensible desde el punto de vista político.
En seis meses poco, muy poco se puede
hacerse en un territorio donde operan catorce organizaciones criminales y no
hay prevención de delitos porque más del 80 por ciento de los cuerpos de
seguridad de los estados y municipios responden a los intereses del crimen
organizado.
Tampoco es posible conducir al país a
la tranquilidad cuando la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) y la Fiscalía
General de la República (FGR) ni siquiera han iniciado las tareas para
desmantelar el patrimonio de grupos mafiosos en México ni se han tomado la
molestia de iniciar carpetas de investigación –a pesar de las evidencias –para
enjuiciar a políticos (alcaldes, diputados, senadores, regidores, empresarios)
relacionados con grupos delictivos y con el lavado de dinero, un negocio muy
boyante en México, que ha encontrado en este territorio un verdadero oasis de
impunidad, un paraíso donde no son molestados.
Hay muchos exgobernadores del PRI y
del PAN que durante sus mandatos estuvieron señalados de servir a los intereses
de varios cárteles y ahí siguen gozando de su cuantiosa riqueza, mientras la
sociedad, como la de Coatzacoalcos y Minatitlán, por ejemplo, padece los
embates de los grupos de narcoterroristas que tienen bajo su control la vida,
el patrimonio y la voluntad de múltiples familias.
Lo ocurrido en la zona petrolera de
Minatitlán es, sin duda, el caso de violencia más horroroso que haya ocurrido
en los últimos años en esa zona. Es de un impacto de tal magnitud que sin
tapujos puede ser comparado, por el uso de la violencia, con el caso de los 43
desaparecidos de Ayotzinapa o con la masacre y entierro de indocumentados de
San Fernando, Tamaulipas, hechos que aún siguen causando conmoción entre
nuestra sociedad.
La masacre de Minatitlán, de acuerdo
con los datos que arrojan las investigaciones de la Fiscalía de Veracruz, tiene
que ver con el crimen organizado, con el narco y el cobro del llamado derecho
de piso. Es un episodio que se repite por todos los rincones de la República
mexicana.
De acuerdo
con las declaraciones de 18 testigos, los hechos ocurrieron así: Los sicarios
irrumpieron en la fiesta. Iban buscando a un personaje apodado “Becky” y/o
“Vequerina”, cuyo nombre real es Julio César González Reyna, dueño de dos
bares, “La Esquina del Cha-kl” y “La Crudería”. Semanas antes, los delincuentes
ya lo habían contactado para venderle protección y el dueño de los bares había
aceptado, pero no cumplió con el pago en la fecha acordada. Se le hizo fácil
hacerse tonto. De las sumas pactadas aún se ignoran los montos y la
temporalidad.
A lo largo
de varios días lo siguieron durante sus recorridos. Al parecer hubo dos
llamadas de advertencia, a lo que el empresario respondió que estaba en lo
dicho y que pagaría. Pero no cumplió.
El día de la
fiesta lo siguieron. Hacia las 8:20 de la noche, mediante su red de
informantes, los sicarios supieron que “Becky” –un travesti que llevaba algún
tiempo dedicado a la venta de alcohol –se encontraba en el convivio. De
inmediato lo ubicaron.
Los sicarios
–cinco en total que portaban armas de alto poder –irrumpieron en la fiesta y se
dirigieron a la mesa donde se encontraba departiendo con amigos.
Según los
testimonios, uno de los sicarios le gritó: “Con esto no se juega”. Y enseguida
abrió fuego contra la multitud y a corta distancia. Algunos alcanzaron a
tirarse al piso, otros fueron perforados por las balas expansivas.
Otros
testigos describen al personaje que comenzó a disparar como un sujeto de 1.65
de estatura, pero no aportan mayores detalles de su fisonomía ni de su
complexión. A este sicario lo secundaron en disparar sus cuatro cómplices y
luego remataron a los muertos con el tiro de gracia, al tiempo que repetían la
sentencia de cinco palabras: “Con esto no se juega”.
Las
investigaciones del caso continúan. La Fiscalía de Veracruz ha tomado
declaración a 18 testigos y se han obtenido videos de las cámaras instaladas
tanto en las calles como en tiendas y escuelas, para analizar si captaron
alguna imagen que permita dar con los autores de la múltiple ejecución.
La autoridad
no parece tener dudas respecto al móvil: fue un ajuste de cuentas. Se sabe que
los sicarios podrían ser miembros de Los Zetas o bien del Cártel de Jalisco,
según las conjeturas oficiales.
Historia
criminal.
La zona sur de Veracruz lleva veinte
años en crisis de inseguridad. De acuerdo con algunos antecedentes, todo
comenzó a finales de los años noventa, cuando Osiel Cárdenas Guillén –entonces
poderoso jefe del cártel del Golfo –se afincó en la ciudad de Coatzacoalcos,
Veracruz. Desde ahí operaba el tráfico de drogas: introducía cargamentos de
cocaína desde Chiapas, cruzaba por Tabasco, Veracruz y luego arribaban a
Tamaulipas para desde ahí mover la mercancía a Estados Unidos.
En el puerto de Veracruz Osiel tenía
un aliado: Albino Quintero Meraz, exmiembro del cártel de Juárez y vecino de
Miguel Alemán Velasco –exgobernador de Veracruz y exsocio de Televisa — en el
fraccionamiento Costa de Oro. Aun cuando pertenecían a cárteles antagónicos,
ambos movían sus mercancías desde Chiapas, por ese estado entraba a México la
droga que provenía de Sudamérica.
En los sexenios que siguieron al de
Alemán Velasco en Veracruz se afincaron otros grupos delictivos: Llegaron Los
Zetas, temibles de esa época, y sembraron terror en la zona norte del estado:
desde Cardel hasta Pánuco, Veracruz, este grupo armado impuso su ley y también
financió las campañas políticas de varios alcaldes. En Náutla, por ejemplo,
tenían varios aliados relacionados con políticos veracruzanos de altos vuelos.
En Tuxpan el representante de Los
Zetas fue Francisco Colorado Cessa, dueño de la empresa ADT Petroservicios, una
de las más boyantes que obtenía contratos para la remediación ecológica.
Colorado le pagó la campaña a varios políticos veracruzanos y muchos aún están
vigentes en el Congreso.
¿Qué atrajo
a las células del narcotráfico para afincarse en el sur de Veracruz?
Esta pregunta tiene respuestas
variadas, sobre todo porque esa región por mucho años estuvo quebrada debido a
la caída de la producción petrolera, el cierre de la industria petroquímica y
la crisis de las refinerías. Algunas respuestas sostienen que en esa región
existen varias familias pudientes que amasaron fortuna durante el llamado boom
petrolero, impulsaron algunos negocios y continúan en inmejorable posición
económica, lo que activó la industria del secuestro.
Otra respuesta apunta al hecho de que
la zona es geográficamente atractiva para el crimen organizado: Está en el
punto medio entre Chiapas y Tamaulipas, región que también se significa por el
tráfico humano, el gran negocio de los indocumentados, que provienen de
Centroamérica y que cruzan por Chiapas y Tabasco con el apoyo del crimen
organizado, pues éste es uno de los negocios rentables.
El corredor petrolero Minatitlán-Coatzacoalcos
y los municipios aledaños están muy conectados por ríos y lagunas. Hacia la
parte sur está el Istmo de Tehuantepec, la Sierra de Chinameca, una zona donde
se cultiva droga y que ya vivió una masacre en los años ochenta, la famosa
matanza de Sánchez Taboada, una demarcación donde había drogas y hasta grupos
guerrilleros o narcoguerrilleros, según las versiones de la época.
Al término del sexenio de Fidel
Herrera vino el de Javier Duarte, con las consecuencias ya conocidas. Los Zetas
mantuvieron su coto de poder en Veracruz y con el arribo de Miguel Ángel Yunes
Linares a la gubernatura ese cártel no fue extinguido, por el contrario, se
mantuvo en algunos bastiones. Con la nueva administración panista en el estado
se entronizó el Cártel de Jalisco, que traía proyecto para ocho años, pero
fracasó porque el PAN perdió la elección de gobernador. Sin embargo, ambos
grupos criminales –Zetas y Cártel de Jalisco –se mantienen disputando el
control del estado.
En Veracruz la violencia está
totalmente desatada y no existe, por ahora, ningún dique para contenerla.
Todavía no se enfriaban los cuerpos de las trece personas ejecutadas en
Minatitlán cuando fue asesinada la alcaldesa del municipio de Mixtla de
Altamirano, Maricela Vallejo Orea, al parecer un grupo armado asesinó a tiros. En
el mismo acto también fue asesinado Efrén Zopillastle, su esposo, así como el
chofer de ambos. El alcalde de Zongolica, Juan Carlos Meshua Campos, confirmó
los hechos y dijo que un grupo armado, que no identificó, la emboscó.
Y así podemos seguir enumerando
hechos de violencia de todo el país. Nada parece detener esta crisis,
exacerbada en este nuevo régimen, que descolocó al Presidente López Obrador al
arremeter contra los conservadores, la prensa fifi y el neoliberalismo.
El lunes 22,
el Presidente ofreció su conferencia mañanera en el zócalo de la ciudad de
Veracruz. Ahí le preguntaron sobre el plazo que él consideraba viable para
terminar con la violencia y pacificar el país. Es probable que el Presidente
haya respondido sin pensar o bien la pregunta lo tomó por sorpresa, no se sabe,
pues, lo cierto es que se autoimpuso el plazo de seis meses para dar por
terminada esta crisis de inseguridad que enfrenta el país.
Fue sorpresivo el plazo, sobre todo
porque hasta el arranque de su Gobierno había dicho que en tres años
consideraba que el país podía entrar en etapa de pacificación. Pero la sociedad
le ha tomado la palabra al mandatario y en seis meses, sin más ni menos, el
problema debe quedar resuelto.
El Presidente considera que en ese
lapso los programas sociales deben estar funcionando al cien por ciento, lo
mismo que la Guardia Nacional, pero en realidad el diagnóstico de la
criminalidad es mucho más grave: En el país operan catorce cárteles y todos están
diseminados en el territorio, con buenos apoyos políticos e incluso
empresariales (De ahí la urgencia de llevar a cabo el desmantelamiento del
patrimonio criminal).
El crimen ha permeado al 85 por
ciento de las presidencias municipales del país. A nivel de los municipios,
alcaldes, regidores y síndicos tienen ligas con alguna modalidad del crimen
organizado. Un ejemplo de ello es el estado de Guerrero. En esa entidad operan
350 células criminales. Sus actividades van desde el tráfico humano, de drogas
, extorsiones y secuestros, por decir lo menos. También hay gatilleros a sueldo
que por menos de mil pesos asesinan a una persona. Así se barata está la mano
de obra.
El crimen también tiene bajo su
control el sistema aduanero del país. Hay aduanas como las que se ubican en
Tamaulipas, por ejemplo, por donde cruzan armas, drogas y dinero. Recientemente
cayó el jefe de la aduana en el aeropuerto de la ciudad de México, pero como ya
había arreglos con el crimen y tenía línea de sus jefes, se enojó por el cese y
tuvo que despotricar en contra del jefe de operación aduanera, quien hace unos
días fue cesado porque, además, se supo que en todas las aduanas estaba
colocando a gente aliada para hacer negocios. La lumbre le anda cerca Ricardo
Peralta, otro mafioso del sector.
De igual forma el crimen mantiene sus
operaciones en puertos y aeropuertos y sus alianzas con las policías y algunos
miembros del Ejército Mexicano, con más poder que nunca en esta administración
federal.
Ante el plazo propuesto por el Presidente,
Las preguntas se imponen: ¿Es viable un plazo de seis meses para desmantelar al
crimen? ¿Es prudente el plazo propuesto por el Presidente para conducir al país
a la paz sin que haya una estrategia clara en operación? ¿Con qué cártel habría
hecho pacto? ¿Sin pacto con la mafia es posible pacificar al país? ¿Es posible
pacificar el territorio con programas sociales y la operación de la Guardia
Nacional, que se compone de los restos de policías corruptas que fracasaron en
el pasado? ¿Acaso no se corre el riesgo de que la gente beneficiada con
programas sociales también le tome el dinero al crimen organizado, otro
benefactor social? ¿Es la guerra entre AMLO y el crimen para ver quien reparte
más dinero y se adhiere más adeptos? ¿Es el plazo de la muerte política de AMLO
si no cumple su promesa? ¿Fracasará el Presidente si en seis meses no cumple su
promesa?
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