Julio Astillero.
Se
atrincheró en sí mismo el presidente López Obrador. Sostuvo en lo alto su
propio programa económico, con el que ganó las elecciones, y no cedió a las
pretensiones empresariales de que cambiara de rumbo. Lo hizo mediante un
discurso ideológico, político y casi electoral: en primer lugar, el bienestar
del pueblo y después lo mismo, el bienestar del pueblo.
A las
peticiones en diversos tonos y por diversas vías de que haya ayudas a los empresarios,
respondió que ya se rompió el molde de las aparentes soluciones neoliberales
del pasado, que terminaban beneficiando a las élites. Aseguró que nada hará a
México regresar al pasado, que nunca jamás los privilegios, la corrupción, el
saqueo y la impunidad.
Además, el
político tabasqueño envió a su audiencia un mensaje de aliento, al señalar que
los actuales no son tiempos para la depresión y que llegará el momento de
volver a salir y dar abrazos en las plazas públicas. Ello, a pesar de que en
cierto momento recordó la estampa del Libertador Simón Bolívar, quien en
situación desolada y casi derrotada respondió ¡triunfar, triunfar! a quien le
preguntaba qué es lo que pensaba hacer en esas circunstancias desastrosas.
Para
previsible enojo de sus adversarios políticos y en especial de la élite
empresarial, López Obrador aseguró que a pesar de la actual situación derivada
del Covid-19 no se detendrá la transformación de México que él intenta. Afirmó
que se cuenta con recursos suficientes y por ello se mantienen los proyectos
estratégicos del Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa
Lucía, trinidad en construcción que centra el encono de grupos cupulares que
han centrado su presión política y mediática en tratar de forzar a AMLO a que
cancele o posponga tales obras.
Se
produjeron de inmediato las declaraciones críticas contra el discurso de López
Obrador ayer en Palacio Nacional, por parte de muy identificados adversarios
partidistas de Morena y el Presidente de la República, pero también de los
empleados de los grandes capitales que fungen como directivos o presidentes de
cámaras y organizaciones patronales, empresariales, industriales y de comercio.
Más allá de
lo que se ve en el escenario explícito, será importante conocer el parecer
discursivo y negociante de los verdaderos capitales decisorios y no sólo de sus
voceros temporales. La presión mediática de esos empleados de los magnates
podrá continuar, mientras los jefes reales buscan vías de arreglo y ganancias
con el ocupante en turno del Poder Ejecutivo federal.
Justamente
un día antes de que se produjera el informe trimestral de gobierno de AMLO y la
definición económica ante la crisis causada por el coronavirus, el habitante de
Palacio Nacional tuvo una videoconferencia con Laurence Fink, el presidente de
Blackrock, el portafolio de inversión de activos más importante del mundo, un
verdadero suprapoder mundial, con capacidad de deformar al extremo la faz
económica de una nación con unos cuantos movimientos de teclado de computadora.
En el caso
mexicano, Blackrock adquirió el control de más de la mitad de las cuentas de
pensiones. López Obrador ha dialogado en otras ocasiones y en términos muy
amables con el citado Fink. Este sábado, además, en la videoconferencia con el
directivo mundial estuvo a un lado de AMLO la presidenta para México, Samantha
Ricciardi. No estuvieron presentes ni el secretario de Hacienda, Arturo
Herrera, ni la secretaria de Economía, Graciela Márquez, sólo el
multisecretario y virtual jefe de gabinete, Ebrard.
Por cierto,
tampoco se cumplieron las amplias expectativas incentivadas de que habría
cambios en el gabinete presidencial. Mucho se habló de Ebrard en Gobernación y
Olga Sánchez Cordero en Relaciones Exteriores y, en particular, de la salida de
Herrera, a quien relevaría en Hacienda Raquel Buenrostro, actualmente máxima
directiva del Sistema de Administración Tributaria. Nada de ello se produjo
ayer.
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