Dolia Estévez.
Washington,
D.C.—La reticencia a condenar a los fascistas de Charlottesville deja pocas
dudas de que Donald Trump los ve como sus compañeros de viaje. No es nada que
no sabíamos. Durante la campaña presidencial, Trump no censuró las consignas
racistas de sus seguidores. Su mantra sobre el declive de Estados Unidos y sus
discursos sobre “nosotros contra ellos” en relación a los inmigrantes, fueron
ecos de la Europa de los 1930 que dio lugar al ascenso de Adolfo Hitler.
Los trágicos
acontecimientos en Charlottesville dejaron como saldo a una activista asesinada
por un neo nazi que la atropelló al puro estilo de los terroristas de ISIS, y a
una sociedad alarmada por el despliegue de odio de sujetos enarbolando banderas
con esvásticas nazis en la cuna de Thomas Jefferson. La crítica generalizada
dentro y fuera de Estados Unidos, forzaron a Trump a reprobar de boca para
afuera la violencia, pero echó más sal a la herida al culpar tanto a los
supremacistas como a los que se oponen a ellos. Un equivalente moralmente
falso.
Los grupos
supremacistas, neo nazis y del Ku Klux Klan que protagonizaron los hechos en
Charlottesville, no tienen nada que ver con los contra manifestantes. Los
primeros son individuos convencidos de que el creciente pluralismo de la
sociedad estadounidense ha oprimido a los blancos y los ha dejado en
desventaja. Los segundos, son activistas de izquierda y miembros de la
comunidad local que salieron a las calles a manifestarse contra el neo
fascismo.
El año
pasado, en medio del candente debate sobre migración que desató Trump,
entrevisté a una especie de esa fauna. Andrew Anglin, fundador de The Daily
Stormer, publicación que toma su nombre de Der Stürmer de la Alemania nazi, me
dijo que apoyaba a Trump porque quería una América blanca. Afirmó que los
inmigrantes “no blancos” son una amenaza a “nuestro legado genético” y “el
flujo de esas ‘minorías’ inexpugnables es un asalto a las relaciones humanas
básicas”. Catalogó a los “no blancos” como “genéticamente inferiores” y llamó “grave
acto de disgenesia (Malformación o formación anormal congénita de un órgano)”
procrear con variables genéticas inferiores, toda vez que se “reduce el
coeficiente intelectual, el atractivo físico y la moralidad”.
Anglin, para
quien el holocausto es una farsa y Hitler digno de admiración, también
arremetió contra las mujeres, a las que catalogó de infantiles y emotivas,
incapaces de razonar y, consecuentemente, seres inferiores cuya única misión en
la tierra es procrear.
En
septiembre de 2016, publiqué en Forbes la entrevista con en inglés. Valiéndome
de estudios científicos y datos estadísticos de ONGs y el gobierno
estadounidense, contradije cada una de sus falacias. Anglin montó en ira. Me
llamó “criminal” y me acusó de ser “agente extrajera” que busca “socavar a
Estados Unidos” infiltrando a su prensa. Ordenó a su ejército de bots lanzar
una perversa campaña en mi contra y amenazó con demandarme.
Durante 48
horas, mi cuenta de Twitter fue inundada de memes y textos misóginos. Me
llamaron “puta horrible”, “FEMINISTA”, “lesbiana” y “activista”. Me amenazaron
de muerte. Lanzaron mensajes y difundieron memes pidiendo “destruirme”. “NOW
YOU DIE CUNT”, (AHORA MUERES CUNT), decía un meme con la fotografía de un gato
disparando una metralleta. (Cunt es la forma más despectiva de llamar a una
mujer y es considerada una de las expresiones más ofensiva en inglés.) Otro
tenía la imagen de un patrullero aplastando con su bota a Dora, el popular
personaje animado de una exploradora de Disney que enseña español a los niños,
con el mensaje, “GET OUT” (lárgate). También trataron de relacionarme con el
actor Emilio Estevez, a quien tacharon de “marrano” (judío), epíteto que me
aplicaron.
Envalentonado
por el éxito mediático de la protesta en Charlottesville, en la que participó y
promovió en su sitio, Anglin publicó un blog denigrando a la activista
atropellada. La llamó gorda, despreciable y lacra social por no haber
procreado. En momentos en que aumentaban los llamados a la unidad, el blog, que
se volvió viral, le salió por la culta. Anglin finalmente rebasó los generosos límites
de la libertad de expresión en Estados Unidos.
GoDaddy y
Google expulsaron a The Stormer de sus respectivos dominios. Tampoco pudo
mantenerlo en un dominio ruso, ni en otros. No le dejaron más opción que
constreñir su mensaje de odio a la dark web o red oscura. La salida del
internet es su último revés, pero no el único. De hecho, Anglin podía tener
contados los días como propagandista neo nazi.
A principios
de año, el Southern Poverty Law Center, influyente ONG que combate el racismo y
la discriminación, lo acusó de haber orquestado una cruel campaña cibernética
contra una familia judía en Montana. Según la acusación, Anglin es el cerebro
detrás de un “ejército de troles” especializado en intimidar y aterrorizar en
las redes sociales a sus blancos. La demanda no ha avanzado porque Anglin está
escondido y la corte no ha podido citarlo a comparecer.
Se creía que en la sociedad
estadounidense no había cabida para ese tipo de extremismo. Pero, mientras
Trump mantenga usurpada la presidencia de Estados Unidos el fascismo no solo
encontrará espacios para expandirse sino lo hará con el beneplácito
presidencial.
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