Ricardo Ravelo.
En el país hay pocas cosas que
festinar. Con un amplio despliegue de publicidad, cuyos costos son elevadísimos
para el país, el presidente Enrique Peña Nieto destaca las bondades de su
gobierno, que en la realidad son pocas, dado el alto nivel de pobreza, la
inseguridad pública y las matanzas de personas en todos los rincones de la
República.
Con Peña Nieto el país se consolidó
como un verdadero paraíso de mafias, tanto políticas como criminales: solapó la
corrupción de los gobernadores con el manto de la impunidad; permitió la
infiltración del crimen organizado en la mayoría de los municipios y permitió
con sus desatinos y yerros que la delincuencia organizada tomara el control de
municipios y estados hasta convertirse en grupos de poder fácticos que gozan de
impunidad.
En el año
2010, el Senado de la República dio a
conocer una cifra alarmante que hoy es de miedo: el 80% de los municipios del
país son gobernados por alcaldes que, directa o indirectamente, tienen una
relación con alguna modalidad del crimen organizado.
Esto quiere decir que estos munícipes
habrían llegado financiados por el narcotráfico –sólo por citar la expresión
más violenta del crimen organizado –y que dichas autoridades en su momento
tuvieron que devolver los favores –financiamiento, operación política y otros
–no sólo con impunidad sino entregando el control de los municipios de
gobiernan.
Y dicho control consiste, según se observa en
Veracruz, Guerrero, Tamaulipas, Sinaloa, Baja California, Morelos, entre otros
estados –en poner a disposición del crimen organizado las estructuras
policiacas, concesiones de obra pública, cuotas fijas, y hasta los Centros de
Comunicaciones, Comando y Control, conocidos como C-4.
Es verdaderamente humillante, en
muchos casos, como los alcaldes están al servicio de la mafia. Morelos, donde
gobierna el cacique Graco Ramírez, es un ejemplo de verdadero cogobierno con el
crimen. El gobernador que dice ser de la izquierda progresista en realidad
conduce al estado de Zapata acompañado de alcaldes vinculados con el
narcotráfico. Para estas autoridades resultó mejor pactar que combatir a los
varones de la droga.
A lo largo de cinco años de gobierno,
durante los cuales la corrupción ha galopado impune en todo el país, la
asignatura pendiente y que será una suerte de herencia maldita de Peña Nieto al
concluir su gobierno, es la inseguridad pública.
De esto parece
estar consciente tanto el presidente como su Gabinete de Seguridad, encabezado
por Miguel Ángel Osorio Chong, pero lo cierto es que no hay resultados que
generen confianza en el gobierno. Ningún gobernador ha podido enfrentar al
crimen organizado. Algunos dan la
espalda al problema, otros administran la crítica situación y unos más han
optado por unirse al enemigo como una forma de sobrevivencia política.
En la
reunión que Peña Nieto sostuvo el miércoles 30 con su Gabinete de Seguridad el
mandatario justificó el fracaso de su gobierno en materia de seguridad al
afirmar que los gobiernos estatales no tienen capacidad para enfrentar al
crimen organizado. En reunión en el Senado, Osorio Chong pidió castigo para los
gobernadores y autoridades que no han hecho bien su trabajo en materia de
seguridad, como aceptado que se les ha dado todo el dinero y las herramientas
para cumplir, pero se han desentendido del problema a pesar de sus terribles
consecuencias.
Osorio Chong –quien está más ocupado
en concretar la candidatura presidencial que en los problemas del país –dijo
que urge que en los próximos meses se replantee la estrategia de seguridad para
combatir al crimen organizado. Pero parece olvidar que el gobierno de Peña
Nieto ha carecido de una estrategia clara para tal propósito. En
el gabinete no sólo hay malentendidos, falta de coordinación y desperdicio de
fuerzas sino confrontaciones y luchas de poder que a lo largo de cinco años han
dado al traste con todo intento de enderezar un método eficaz de combate a la
criminalidad.
A lo largo de estos cinco años
fallidos, la fórmula de combate al crimen ha consistido en un derroche descomunal
de dinero como si para acabar con la delincuencia se necesitara más
presupuesto, armamento y operativos inútiles, lo que ya ha demostrado su
ineficacia.
Esta forma de combatir al crimen
permite solo enfocarse a las consecuencias, pero no parece que haya interés ni
mucho menos voluntad política para enfrentar las causas.
El problema en realidad pasa por la
corrupción en todos los órdenes de gobierno. Se trata de la complicidad de las
policías y sus jefes; de los fiscales, de los alcaldes y hasta de los
gobernadores que han consolidado sus carreras políticas en confabulación con
las mafias del crimen organizado. Ahí están los casos de Tomás Yarrington, Eugenio
Hernández, Javier Duarte y es muy probable que a la lista de escándalos de
corrupción e impunidad se sumen otros mandatarios como Roberto Sandoval
Castañeda, gobernador de Nayarit, a quien se le vincula con el narcotráfico, y
Graco Ramírez, en cuyo gobierno se ha consolidado el capo Santiago Mazari
Hernández, “El Carrete”, jefe del cártel de Los Rojos, quien tiene amplia
influencia en Morelos y Guerrero.
No hace mucho tiempo los gobernadores
de Guerrero, Morelos y Michoacán invirtieron buena parte de sus presupuestos
para enfrentar al crimen. Incluso hasta dejaron de pagar a proveedores,
generando mayor endeudamiento, porque dijeron que lo primero era apuntalar la
seguridad pública. Nada más falso. En realidad, nadie sabe en qué se
invirtieron miles de millones que no sirvieron para nada. Dichas entidades hoy
son territorios del narco y sus gobernadores pasaron a ser meras figuras
decorativas y algo peor: redujeron su posición para funcionar como una suerte
de gerente de grupos mafiosos.
El de Peña Nieto, sin duda, ha sido
un gobierno fallido por donde se le vea. El país está sumido en la bancarrota,
con crisis de gobernabilidad, corrupción al más alto nivel y con redes mafiosas
que mantienen bajo control todos los territorios. Y aun cuando el presidente lo
reconoce, lo cierto es que no hay soluciones concretas.
Es un volver
a empezar a cada momento. Gobiernos van
y vienen y el problema prevalece sin solución mientras Peña Nieto se empeña en
difundir sus “logros” en todos los medios de comunicación, “logros” que sólo él
aplaude como si estuviera parado frente a un espejo sin ver la realidad del
país.
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