Raymundo Riva Palacio.
La decisión
tomada fue ratificada en Los Pinos. El presidente Enrique Peña Nieto despidió a
José Antonio Meade de su gabinete con enorme calidez y le deseó lo mejor en el
proyecto que ha decidido emprender. Eufemismo arcaico del presidente al
intentar ocultar al elefante en la sala. Meade, faltando el trámite estatutario
para ello, asumió de facto la candidatura presidencial del PRI. La cita para el
registro está fijada para el próximo jueves a las dos de la tarde, y ningún
militante más, de los que importan, se registrará para hacerle sombra. El
presidente, como tantas veces lo dijo, engañó con la verdad.
El 17 de
agosto pasado, bajo el título simple de '2018: Meade', se publicó en este
espacio, a propósito de la XXII Asamblea Nacional del PRI, que los rituales
habían regresado por la puerta grande. “Sin lastres para el presidente Enrique
Peña Nieto, para que decida con quién buscará mantener Los Pinos, la cargada
corporativista con las pancartas de organizaciones y sindicatos, y la
clientelar con delegados levantamanos, llenó un escenario que mostró otro tipo
de bufalada, la de los tecnócratas, que discretamente el sábado se formaron
detrás de la persona para la que parece haber sido confeccionado un traje a la
medida con la eliminación de los candados para la candidatura presidencial en
2018, José Antonio Meade, secretario de Hacienda”.
En ese texto
se mencionó cómo el presidente estaba dando instrucciones a Meade, que no le
había dado a nadie más. La columna decía: “De
acuerdo con información en el entorno del secretario de Hacienda, Peña Nieto le
indicó no moverse ni buscar grupos que lo apoyen, mantener la calma y ejecutar
las acciones directas y prioritarias que le pida. Lo primero, con suma
urgencia, fue restablecer la relación con los gobernadores, que se encuentra
rota hace bastante tiempo. Los gobernadores son parte esencial de la ecuación
sucesoria. Durante la primera parte de la administración peñista, los
principales gobernadores afectados por el maltrato político y presupuestal
fueron los priistas, adicionalmente que han sido algunos de ellos, que se
comprometieron con el proyecto de Peña Nieto para llegar a la presidencia, los
que están pagando el costo de la corrupción sexenal. Sin el respaldo de los
gobernadores no habría ni posibilidades de ser competitivo en 2018.
“Meade hizo caso rápidamente al
presidente, y realizó también ajustes estratégicos en el equipo hacendario que
pasaron desapercibidos por la mayoría. Trasladó a Emilio Suárez Licona de la
dirección de la Unidad de Banca de Desarrollo en Hacienda –a donde llegó de la
Secretaría de Relaciones Exteriores, donde trabajó con Meade– a la Coordinación
de Entidades Federativas. En su lugar entró Mario Govea, quien era director
general adjunto de Coordinación y Política del Sistema Financiero de Fomento.
También promovió a Arturo Téllez, titular del Órgano Interno de Control de
Hacienda –y que trabajó con Meade en las secretarías de Energía, Relaciones
Exteriores, Desarrollo Social y Hacienda– a la Dirección General de Auditoría
del SAT. Estas áreas son las que atienden directamente a los estados, tanto en
los apoyos presupuestales como en algo que hoy es más importante: revisar sus
cuentas, detectar las irregularidades, anomalías y, de ser necesario, trabajar
con los gobernadores para ver cómo pueden ayudarlos a resolver hoyos
financieros en sus cuentas que pueden significar, como se ha visto últimamente,
procesos penales en su contra.
“No ha sido
lo único que ha construido Meade para su futuro. A diferencia de lo que no pudo
hacer (Luis) Videgaray porque el presidente no lo permitió, Meade sí nombró a todos los directores de
la banca de desarrollo, colocando en esos cargos a personas muy cercanas a él.
A Virgilio Andrade, a quien le dio su primer trabajo en el servicio público, lo
nombró en Bansefi. Llevó a Francisco González al Banco Nacional de Comercio
Exterior. Mario Zamora, a quien le dio trabajo en Financiera Rural por
recomendación de su tío, Francisco Labastida, lo nombró en la Financiera
Nacional de Desarrollo, y la semana pasada fue el coordinador de la Mesa de Estatutos
que eliminó los candados para la candidatura presidencial.
“El más significativo, sin embargo,
fue el nombramiento de Alfredo Vara Alonso, en Banobras, porque significó un
desafío a Videgaray, quien había logrado que el presidente nombrara directora a
la senadora Ana Lilia Herrera, como premio de consolación por no haber sido
candidata en el Estado de México, y Meade, en un acuerdo extraordinario en Los
Pinos, tumbó la designación y llevó a un hombre de confianza, que trabajó en el
Instituto de Protección del Ahorro Bancario, una institución imaginada y
construida por el padre del secretario, Dionisio Meade.
“La fortaleza de Meade dentro del
gobierno es poco notoria en la opinión pública, pero tiene un alto significado. Meade no era parte del equipo compacto de Peña Nieto, pero la
autorización para hacer los cambios de conformidad a su criterio, sugieren que,
como nadie más en el gabinete, tiene la confianza que otros muy cercanos no
tuvieron. ¿Es esto la señal definitiva sobre su futuro próximo? Sólo Peña
Nieto lo sabe, pero los símbolos están jugando mucho a su favor”.
Aquella columna señalaba que Meade
había captado la atención y el imaginario como el gran delfín de Peña Nieto.
“¿Será tan obvia la decisión?”, se preguntaba en el texto. Hoy vemos que sí era
obvia y que Peña Nieto sí engañó con la verdad. Ciertamente, sólo se pueden
leer las acciones electorales de Peña Nieto a tiempo pasado. Y hoy se puede
argumentar que la decisión sobre su sucesor se tomó desde agosto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.