Jorge Javier Romero Vadillo.
Uno de las avances relevantes de la
construcción de un Estado democrático y que rinda cuentas ha sido la evolución
de la Auditoria Superior de la Federación, a partir de la vieja Contaduría Mayor de Hacienda de
la Cámara de Diputados, de origen decimonónico y que durante la época clásica del régimen del PRI no sirvió más que para
mantener la ficción de que los diputados ejercía sus facultades de exigencia de
rendición de cuantas a un ejecutivo al que en la práctica se encontraban
completamente sometidos.
La tarea
formal de la vieja contaduría de revisar la cuenta pública se realizaba
rutinariamente y sin sobresaltos, pues era obvio que nunca iban unos
legisladores cuya carrera dependía de la lealtad y la disciplina mostradas al
presidente de la República a reprobar la manera en la que era ejercido el
presupuesto que la cámara baja aprobaba, pero era gastado de manera
discrecional por las dependencias del ejecutivo, con desvíos de todo tipo, ya
fuera para satisfacer necesidades políticas de coyuntura, o para acabar con las
miserias de los funcionarios públicos a cargo de los dineros, siempre y cuando
lo hicieran sin romper la disciplina debida al señor del gran poder en cuyo
nombre gastaban.
La Contaduría no era más que una
oficinita dependiente de la Cámara de Diputados. No se requería más cuando un
solo partido tenía la mayoría abrumadora en el Congreso. Sin embargo, cuando la pluralidad
política se abrió paso, en la primera legislatura en la que el PRI ya no tuvo
siquiera la mayoría entre los diputados y era ya evidente que los tiempos del
monopolio político habían terminado y que pronto podría ganar la presidencia un
candidato de un partido distinto a la maquinaria que había ejercido el poder de
manera omnímoda, se reformó una serie de artículos constitucionales para crear
un sistema de fiscalización de las cuentas públicas mucho más eficaz y
comprensivo. Así surgió la Auditoria Superior de la Federación, en 1999.
Desde entonces, con base en su
autonomía técnica y de gestión sobre organización interna, funcionamiento,
resoluciones y manejo de sus recursos presupuestales, la Auditoría tuvo
elementos para cumplir con sus nuevas facultades: efectuar revisiones a los
tres Poderes de la Unión, a los órganos federales constitucionalmente autónomos
y, en general, a todas las instituciones públicas que ejercen recursos
federales, incluyendo a estados, municipios, e inclusive particulares, fincar
directamente responsabilidades resarcitorias y aplicar multas y sanciones. Sus
informes tienen carácter público, una vez entregados a la Cámara de Diputados.
Desde entonces, la Auditoria ha
generado una cantidad enorme de conocimiento sobre el funcionamiento de la
administración pública mexicana y sobre la manera frecuentemente torcida en la
que se ejerce el gasto público. Su capacidad sancionadora es esencialmente
administrativa y con mucha frecuencia sus observaciones no son tomadas en
cuenta por los organismos auditados, pero ha representado un avance importante
en el escabroso camino por construir un sistema democrático de rendición de
cuentas.
El último auditor, Juan Manuel
Portal, ha hecho un trabajo notable, por los que es lamentable que no se haya
presentado a la reelección ahora que la Auditoria va a tener facultades
ampliadas como uno de los pilares del nuevo sistema nacional anticorrupción,
pues será la cabeza del sistema nacional de fiscalización y tendrá nuevas
herramientas en materia de fiscalización de deuda local garantizada con
recursos federales.
Por eso el relevo en la cabeza de la
Auditoria, actualmente en curso, tiene tanta importancia.
El proceso
de selección del nuevo titular del órgano de fiscalización de los recursos
federales es tan relevante como el pendiente nombramiento del fiscal
anticorrupción o el también inconcluso proceso de selección de los nuevos
magistrados del Tribunal Federal de Justicia Administrativa. Los diputados
tienen la oportunidad de hacer un nombramiento que impulse el nacimiento del
sistema anticorrupción con credibilidad y corresponda a las reformas
constitucionales y legales aprobadas por ellos mismos. Sin embargo, hay signos
ominosos en el ambiente. Todo apunta a
que el PRI y sus aliados están dispuestos a dejar la reforma en una mera
simulación, preocupados como están por cuidarle las espaldas a la
administración que está a punto de concluir.
Un nombramiento al frente de la
auditoria de un personaje sin la estatura ética y los conocimientos técnicos
necesarios debilitaría la capacidad de la ASF para cumplir con la importante
tarea que debe enfrentar para desmontar el sistema de complicidades e
impunidades en las que se ha basado la corrupción administrativa desde la
fundación del Estado Mexicano. Por desgracia, buena parte de los más de cuarenta candidatos
inscritos y que han comparecido esta semana no tiene la estatura para ocupar el
cargo. Hay entre los candidatos
personas, como Benjamín Fuentes o Ángel Trinidad Zaldívar, que tienen
experiencia en la propia ASF y son reconocidamente probos, pero no tienen el
nivel político necesario para desplegar toda la potencia que el organismo
requerirá para resistir las presiones a las que estará sometida.
Solo uno entre los candidatos tiene
los conocimientos técnicos, el prestigio académico y la experiencia política
como para llevar a la Auditoria Superior al lugar que debe ocupar en el sistema
anticorrupción. Mauricio Merino fue el motor de la creación del sistema, como cabeza de la Red por la
Rendición de Cuentas; tiene la experiencia adquirida en temas de fiscalización
cuando fue consejero electoral y participó centralmente en el proceso que llevó
a las sanciones multimillonarias al PRI y al PAN por el PEMEXgate y el caso
Amigos de Fox; ha sido un incansable promotor de la construcción del sistema
nacional de transparencia. Sus redes de confianza social y académica son
amplias y es indudablemente independiente respecto a los partidos.
Merino conoce muy bien el
funcionamiento de la ASF, pues ha sido su evaluador y formó parte del equipo
que diseñó la metodología de evaluación del desempeño. No cabe duda de que es,
entre los postulantes al cargo, el mejor dotado técnica y políticamente para
ejercerlo. Bien harían los diputados si lo nombraran.
Me temo, sin
embargo, que su férrea honradez e independencia puedan jugar en su contra entre
quienes quieren mantener el sistema de complicidades que se encuentra
fuertemente arraigado en la vida pública mexicana.
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