Javier Risco.
En México,
los cuerpos de tres estudiantes han sido disueltos en ácido para desaparecerlos
después de ser asesinados a golpes.
(En veinte
palabras el horror. Si le sumas un párrafo más de historia llegan las
lágrimas).
Javier Salomón Aceves, de 25 años,
Marco Ávalos, de 20, y Daniel Díaz, de 20. Estudiaban cine en Guadalajara,
Jalisco. Según la versión que hasta ahora ha dado la Fiscalía, fueron raptados
por un grupo del crimen organizado que con uniformes de policía los
desaparecieron y mataron.
No son los únicos, actualmente en ese
estado hay cuatro mil desaparecidos. La fiscalía con la mano en la cintura ha
dicho que se trató de una confusión entre los cárteles. Esto lo informan en una
conferencia a través de una voz casi robótica. Son tres víctimas más del
infierno.
(¿Han pensado en lo terrible que es
en sí mismo el término ‘desaparición’? Pareciera que en automático hay más de
30 mil seres humanos que por ‘estar en el lugar equivocado’ simplemente se
esfumaron de la faz de la tierra).
Da la impresión de que a nadie le
importan. ¿Por qué vamos a darle atención a tres estudiantes más en un universo
donde otros miles siguen sin llegar a casa?
Veinticuatro
horas después de la versión oficial de las familias, el presidente lanzó
condolencias vía Twitter: “El atroz homicidio de Javier, Daniel y Marco nos
lastima e indigna a todos los mexicanos. Mis sentidas condolencias y
solidaridad a sus familiares, amigos y compañeros por tan terrible e
irreparable pérdida.
“Las
autoridades de los tres órdenes de gobierno debemos combatir al crimen con
eficacia para responder a la legítima exigencia de la sociedad mexicana de
vivir en paz y tranquilidad”, dice en dos tuits. En uno más agrega el discurso
vacío de cada tragedia: las autoridades trabajan para que no haya impunidad.
Palabras que ante la dimensión del horror ya no cobran sentido.
Veinticuatro horas para tres tuits,
pues mientras ayer se daba la noticia, el tema para ‘condolerse’ era la
tragedia en del atentado en Toronto. ¿Vale más las Relaciones Exteriores o las
interiores con el pueblo al que gobierna? Quizá los pocos meses que le quedan
frente al gobierno y un 80 por ciento de desaprobación lo hagan sentir que ya
no vale la pena ni siquiera guardar las apariencias.
Ante la
tragedia, el gobernador del estado de
Jalisco, Aristóteles Sandoval, con el tacto de un elefante, habla de logros que
no fueron y de un estado próspero que en realidad duerme en vilo. No ha
arreglado nada, la gente no se siente más segura, los jóvenes no ven futuro.
Los
candidatos amanecieron igual, como otro día más. Ninguno se detuvo, ninguno
guardó silencio. Los cinco presidenciables se han colgado de la tragedia de los
desaparecidos en México para decir que son ellos quienes resolverán la crisis
de inseguridad, pero ninguno es capaz de
salir, como cientos de mexicanos en CDMX y en Jalisco, a marchar con quienes
exigen justicia y verdad. ¿O alguno de los presidenciables abandonó sus mítines
para solidarizarse de verdad con quienes ya no dejarán de sangrar por el dolor
de la pérdida?
Aquí la meta es el 1 de julio y se
callan. “Manda un tuit y a seguirle, solo se echaron a tres”, dirán en sus
equipos de campaña. Es la prueba más tangible de que quieren gobernar un México
del que poco se conduelen, prometen desde el privilegio, desde el desdén por
las más de 30 mil familias destrozadas a las que cada vez les prometen que ‘ya
casi se resuelve’, ‘ya pronto agarran al culpable’.
Los medios
les hemos dedicado lo justo, tampoco hemos parado. Cubrimos la marcha, hablamos
con la fiscalía y tuvimos reacciones.
La sociedad civil salió a marchar, sí
dedicaron su tarde, su noche para gritar, no fue toda, pero sí una parte
importante, incluyó estudiantes con pancartas y lágrimas. Los amigos y los
colegas han desahogado su coraje y su pérdida, pero como todos en México no
saben si mañana será por su muerte por la que haya un reclamo sin eco de
justicia.
Y en este país de impunidad en el que
sólo se acumulan montañas de víctimas, de sangre y de injusticia, hoy amanecimos
con tres desaparecidos en Morelos y seis desaparecidos más de Tlaxcala de los
que no habíamos oído. El dolor nos anestesia para no matarnos. ¿Hasta cuándo?
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