Martín
Moreno.
Que Ricardo
Anaya mintió en el debate. Que López Obrador debió prepararse mejor. Que
Margarita Zavala declamó más que debatir. Que El Bronco orina a todos porque
nada tiene que perder. Eso ya lo sabemos. El primer debate ya es historia y
ahora viene uno clave: el segundo (20 de mayo), ya que en el tercero (12 de
junio), estará muy consolidada la intención del voto a tan sólo 19 días de la
elección presidencial, y difícilmente se moverá de manera significativa.
Por eso, ahora, la pregunta es:
¿Qué van a hacer en Los Pinos con su
candidato fallido, José Antonio Meade, a quien sus propagandistas rebautizaron
como “Pepe Meade” para hacerlo más pueblo?
Meade fue el gran perdedor del debate
del domingo pasado: arrancó de manera decente, pero fue perdiendo propuesta,
vigor y convencimiento. Es un candidato que no emociona ni conecta. Le pesa un
mundo el desprestigio de Peña Nieto, la corrupción del PRI y el hartazgo
ciudadano hacia el gobierno peñista. Ni vibra ni hace vibrar. Es, en términos gastronómicos, una
jícama sin sal ni limón.
Meade está a una eternidad de AMLO: a…
¡30 puntos de distancia!, de acuerdo con la encuesta de REFORMA la semana
pasada. (Las
encuestas de este diario son, desde 2012, las más certeras y confiables).
Imposible empatarlo en 65 días.
Meade no ha prendido, ni prenderá. Su
campaña es irrelevante y su presencia transparente. Candidato fallido.
Por eso, la
pregunta se impone:
¿Qué van a hacer con Pepe Meade?
Tres son los escenarios por los
cuáles podría transitar la malograda campaña de Meade:
DECLINAR. Que las versiones de que declinará
públicamente en favor de Ricardo Anaya, tras una serie de supuestas
“negociaciones” para que el aparato de Estado (vía Peña, Salinas, Fernández de
Cevallos y compañía) respalde al panista ante el innegable fracaso de Meade y
apuntalarlo así para contrarrestar a AMLO, se hagan realidad y a cambio de
tratos inconfesables, Anaya se convierta en el candidato oficial en la praxis.
Es posibilidad, aunque se antoja
descabellado. ¿Por
qué?
Primero, porque quien piense o calcule qué si Meade
declina públicamente a favor de Anaya, el uno de julio, en automático y por
inercia, el voto del priismo se irá a la urna del panista, se equivoca
rotundamente. ¡Es absurdo! Así no opera el voto ciudadano. “Si la elección está
entre Anaya y AMLO, prefiero votar por López Obrador”, es el decir de sectores
del priismo. Así que es inverosímil plantearlo siquiera. Y segundo, ¿cómo
caería a los 86 millones de electores que el nuevo gallo del priato esté bajo
acusación de haber lavado dinero por parte de la PGR, y que inclusive el propio
Meade haya machacado en que Anaya tiene una fortuna de procedencia ilícita? Y
aunque ya sabemos que la política es un cochinero, sería factor determinante
para ponerlo en entredicho.
Francamente, y casi imposible que, al
menos de manera pública, Meade decline para favorecer a Anaya.
FINGIR. ¿Por qué decimos que “de manera pública”
sería “casi imposible” que Meade declinara por Anaya? Porque podría darse esta
declinación, sí, aunque no en plaza abierta. No a la vista de todos, sino de
forma secreta. En lo oscurito, pues.
¿A qué nos
referimos?
A que tal declinación se daría “por
debajo del agua”: que el aparato de Estado – compra de votos, dinero público
desviado en favor de determinado candidato, intervención de gobernadores,
manipulación electoral, entre otros factores-, apoyara, en la operación
política, a Ricardo Anaya en lugar de a Meade; por supuesto, no de manera
pública. Ante la derrota inevitable de Meade, impulsar a Anaya como primera
opción mediante alguna negociación. Total: DURANTE EL
DEBATE, ANAYA YA NO AMENAZÓ CON INVESTIGAR A PEÑA NIETO.
Y todo, con
tal de frenar a AMLO.
ARREBATAR. A pesar de la naufragante campaña de Pepe
Meade, sin importar el costo político – económico para el país y llevándonos al
borde del estallido social, en Los Pinos se aferren a hacer ganar a como dé
lugar, al precio que fuera, a Pepe Meade, bajo una elección de Estado a la
vista de todos – incluidos observadores internacionales-, con tal de imponer a
un incondicional del peñismo – Meade-, como presidente de la República.
¿Cómo
lograrlo? A la vieja usanza: con robo de
urnas, amenazas a presidentes y representantes de casilla, manipulando cifras,
intensificando la guerra sucia del “tengo miedo” (avalada de manera vergonzante
por el INE) pero, sobre todo, con el control que tiene el PRI del TEPJF. A
cuanto delito, marrullería y trampa quede en el bombín priista, con tal de
hacer ganar a Pepe Meade.
Al costo que sea.
(Incluyendo, sin duda y
conociéndolos, algún atentado contra AMLO).
Tras el
primer debate, las campañas electorales entrarán en una etapa de definición de
aquí hasta la celebración del segundo, para enfilar luego de lleno hacia otra
etapa: la de consolidación, cuando concluya el tercer y último debate entre los
candidatos.
¿Cómo sabremos que el gobierno
peñista decidió apoyar a Anaya ante el fiasco electoral de Pepe Meade?
Por el discurso tanto de Meade como
de Anaya. Por algún dictamen oscuro e inesperado de la PGR declarando fuera de
pecado legal al panista. Por señales políticas entre un bando y otro.
Se antoja descabellado – insisto-,
aunque no imposible.
Es la lucha
por el poder presidencial.
El odio en
contra de AMLO, da para eso y mucho más.
El odio de
Salinas, de Peña, del PRI, del PAN, de Diego.
¿Hay alguna otra opción?
Sí: qué en Los Pinos, ante la
inalcanzable ventaja de AMLO en la encuesta de REFORMA, decidan pactar, desde
ahora, una transición tersa con el tabasqueño. Guiñarle el ojo.
Pero esa es
otra historia, de la cual daremos cuenta en esta columna.
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