Javier Risco.
Sólo
contamos las historias de las que salimos vivos. Hablar de la Ciudad de México
durante mi infancia en Veracruz significaba hablar de un lugar intransitable,
contaminado y donde la posibilidad de un asalto dependía de la ruta y la
distracción. Teníamos dos historias donde mi familia había sido víctima de la
delincuencia: A finales de los setenta en una calle del Centro por la madrugada
le vaciaron el coche a mi abuela, se llevaron tres maletas y una bolsa de mano,
ella estaba en casa de una vecina a una cuadra y nada pudo hacer. Siempre que
cuenta esta historia recuerda que un “amable” policía le dijo que si quería
recuperar sus cosas estarían en un tianguis a dos cuadras del lugar de los
hechos; mi abuela no fue, regresó a Veracruz y cada que habla de la Ciudad
cuenta este desafortunado evento. Años después a finales de los noventa un carterista
robó a mi abuelo, le cortó con una navaja la bolsa trasera del pantalón, mi
abuelo se dio cuenta hasta que se bajó en la estación Zapata, lo único que hizo
fue decir “hijos de la chingada”. Un susto, una mentada, y a lo que sigue.
También mi abuelo contaba esta historia como la vez que la Ciudad de México le
jugó chueco. Esa era la peligrosa Ciudad
en la que crecí. Problemas de una urbe cualquiera con millones de habitantes.
Ayer la
portada del diario Reforma nos mostró la
realidad que hemos alcanzado: “Crecen en CDMX narco-ejecuciones” decía la nota
de ocho, el reportaje firmado por Ricardo Pérez y Rolando Herrera es
contundente “Con el sello del narco, 123 personas han sido ejecutadas en la
Ciudad de México este año. Solamente en los primeros 24 días de mayo iban 39
casos, siendo el mes con el mayor número de narco-homicidios”. El trabajo
publicado en Revista R señala que abril fue el mes más violento del que se
tiene registro en la Ciudad -126 homicidios dolosos-. En lo que va de este 2018
se han contabilizado 432 homicidios dolosos y se han registrado más de 72 mil
delitos denunciados, y habrá que subrayar el tema de la denuncia, pues cuántos
deciden dejar el hecho en los brazos de la impunidad.
Ya no somos el 'oasis' libre de narco
que presumíamos en el sexenio de Marcelo Ebrard. Desde hace años, por lo menos
tres, nos resignamos a estar vivos tras un asalto violento: “qué
bueno que te tocó un delincuente con experiencia, los nuevos sueltan el balazo
inmediatamente”, “agradece que sólo
te golpearon, a otros los desaparecen”, “no importa la bolsa ni el celular,
cuántas mujeres terminan violadas”, argumentos que repetimos como consuelo ante
una persona que está viva y asustada.
La noticia del diario Reforma me la
envió un amigo de Reynosa a través de WhatsApp con un mensaje poco alentador:
“No que no, cabrón”, ya somos el México de los últimos 10 años.
Aún recuerdo la declaración del
exprocurador capitalino, Rodolfo Ríos Garza, diciendo que no había crimen
organizado en la Ciudad, que sólo había narcos de vacaciones que delinquían por
temporadas. Esto fue lo que más nos costó (no esta
declaración que raya en lo ridículo), la ceguera permanente del gobierno de
Miguel Ángel Mancera, la incapacidad de decir “están llegando los cárteles
debemos prevenirnos”, la aceptación
de una inminente presencia del crimen organizado. Ante las vendas en los ojos
de nuestras autoridades, el crimen se expone, se despliega y conquistan la
capital del país.
Pronto no
habrá historias en primera persona de la violencia en la Ciudad, nos superarán
los muertos y ellos no hablan. Nos teñimos de rojo en seis años, recuperar el
esmog o el tránsito como temas de esta Ciudad está perdido, hoy hablamos de
sobrevivir, los seis años que vienen pintan para ser los más complicados del siglo
que llevamos.
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