Por Darío
Ramírez.
México cae (otra vez) en el Índice de
Percepción de la Corrupción 2018 (IPC2018) elaborado por Transparency
International.
Nuestro país se ubicó en la posición
138 de 180 a nivel global. La tendencia sigue a la baja (siendo el cuarto año
consecutivo que caemos). En un año cayó tres puestos. Los 28 puntos, en un
rango de 100, que logró México lo colocan como el peor dentro de los miembros
de la OCDE.
Comparándonos
con países de América Latina, Chile nos aventaja por 111 lugares. Argentina por
53. México se ubica como los peores países calificados de la región, solamente
por encima de Guatemala y Nicaragua.
Sinceramente no es de extrañar que el
último año de Enrique Peña Nieto la tendencia a la baja se consolidó. El sello
de la casa de la administración priista fue claramente la corrupción.
Hagamos un
poco de memoria: Las reformas
constitucionales en materia anticorrupción se publicaron en el Diario Oficial
de la Federación (DOF) el 27 de mayo de 2015, y son la base que da sustento a
toda la legislación secundaria en la materia. El 18 de julio de 2016 fueron
publicadas en el DOF las leyes secundarias que dan vida al Sistema Nacional
Anticorrupción.
Todo este recuento para decir que la
caída permanente de México, su significado, es todavía peor. ¿Por qué? Bueno,
porque desde hace casi tres años ha habido “esfuerzos” institucionales para
frenar la corrupción creando mecanismos e instituciones, que hoy, sabemos son
totalmente ineficaces.
Es decir, el ambicioso entramado legal, el Sistema
Nacional Anticorrupción (SNA), ha fracasado de manera rotunda. Y cuando se
afirma esto quiere decir que los que fracasaron fue la clase política que se ha
negado a darle plena vida y vigencia al SNA. Siguen sin ser nombrados los
titulares de la fiscalías especial anticorrupción, delitos electorales y
derechos humanos; figuras clave en el control de la corrupción y sus efectos.
El nombramiento de jueces anticorrupción en materia administrativa también
está pendiente y los estados de la República tampoco han consolidado sus
sistemas locales.
Por lo
tanto, el fracaso es por partida doble.
“Un
análisis elaborado por Transparencia Mexicana sobre la política anticorrupción
en México, identifica que el grueso de
las medidas adoptadas por este país es de carácter preventivo, y muchas de
ellas han resultado ineficaces. En contraste, un número limitado de las
acciones anticorrupción en México conducen a la sanción, la recuperación de
activos robados o la reparación del daño a las víctimas.
En prácticamente ningún caso,
México ha logrado desmantelar las redes de corrupción detectadas, ni las
redes que les han brindado protección política.”
En otras
palabras, nuestra simulación está en
crear instituciones que administren el problema, pero siempre alejado del
sistema de procuración e impartición de justicia que pueden castigar a los
responsables. Lo que se transformaría en una señal de inhibición para futuros
actos de corrupción. De acuerdo con Transparencia Mexicana: “La falta de
sanción y los resultados en recuperación de activos son lamentables.
Transparencia Mexicana analizó los resultados de la Convención para prevenir
el Cohecho de la OCDE, ratificada por México en 1999. Desde ese año, y hasta
la fecha, se inició un número limitado de investigaciones y ninguno de ellos
ha sido sancionado. El Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) destaca
que de las 1,702 auditorías de la Administración Pública Federal practicadas
en 2016, sólo 353 resultaron en acciones judiciales, y únicamente 16
resultaron en condena.”
Andrés Manuel López Obrador ha
asumido el compromiso de bajar sustancialmente los niveles de corrupción y
mejorar la ubicación de México en los índices mundiales. Desde la campaña
electoral, el desdén de AMLO por el SNA fue evidente. Y ya en funciones
presidenciales, su sentir no ha variado gran cosa. Para el Ejecutivo Federal el
combate a la corrupción no pasa por fortalecer el SNA. Eso está claro.
Posiblemente sea mejor plantearse la posibilidad de desaparecer el mal nacido
sistema que tenerlo ahí de adorno mientras la lucha contra la corrupción se da
en otros ámbitos.
Los grandes retos en anticorrupción
de la recién inaugurada administración son en materia de detección,
investigación, sanción, reparación de daños y recuperación de activos.
Para ello se necesita una persecución frontal a los corruptos, elemento que el
presidente se ha negado reiteradamente y ahí se equivoca profundamente. Para
cambiar la praxis es fundamental no solo parar la fuga de dinero público, sino
castigar a los que le han hecho un grave daño al patrimonio de todos. La
persecución debe de ser quirúrgica, pero debe de suceder a los niveles más
altos. Un pacto de impunidad de facto lastimará la legitimidad de AMLO.
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