Por Arturo
Rodríguez García.
En menos de dos meses, el presidente
Andrés Manuel López Obrador ha exhibido la opulencia que en el servicio público
se aprovechó a cargo, naturalmente, del erario.
Más allá de sus formas –para muchos
cuestionables, e inclusive, desproporcionadas—desde el 1 de diciembre pasado el
país se ha encontrado frente a una galería de excesos, comodidades y
despilfarros imposibles de justificar.
En muchos
sentidos, la opulencia con que se
atendían los gobernantes se había tornado normalidad, pues en un país que ha
vivido bajo un presidencialismo de contrapesos menores –hasta hoy— nadie entre
la clase gobernante parecía dispuesto a señalar lo que a final de cuentas les
beneficiaba a todos.
El espectáculo inició con la apertura
de la residencia oficial de Los Pinos al público, con sus estancias palaciegas,
su diferentes casas y salones, que aun con su desmantelamiento –por cierto,
hasta hoy no explicado–, son testimonio de la vida de lujo para los gobernantes
de un país donde la pobreza crece año con año.
Siguió con la exhibición del avión
presidencial y sus amenidades, lujo llevado a marmóreas superficies, donde no
había juegos de sala sino juegos de tronos acojinados y alcoba presidencial.
En su
expresión más reciente, la revelación el
pasado martes 29 del parque vehicular que tenía a su cargo el Estado Mayor
Presidencial, se ha convertido en motivo de asombro, con sus vehículos de lujo,
Audi y BMW, de blindaje especial y millonario costo; con sus decenas de camionetas
que solían verse en caravanas de achichincles a los que se les facilitaba el
paso o bien, de su extraño inventario de tractores, tractocamiones y
motocicletas.
Aún falta por conocer la flota aérea
del gobierno federal que se rematará en marzo.
Aun así, la exhibición adolece de nombres de los
usuarios; de los beneficiarios concretos de esos excesos. Por ejemplo ¿en cuál
casa vivía Peña Nieto? Quiénes usaban los vehículos de lujo? Conoceremos las
bitácoras de vuelo para determinar cuándo estuvieron al servicio personal y
familiar la alta burocracia?
Es asunto necesario porque, entre
otras razones, lo pendular de la política hace renacer hasta los peores, que
ahí está el matrimonio Calderón-Zavala presto a construir un nuevo partido;
porque quienes no han llegado a la Presidencia se reconfiguran en otros cargos
de elección popular y, sobre todo, por un sentido mínimo de derecho a saber en
qué y por quién se usaron los bienes de la nación.
Lo tangible
importa. Justo ayer se dio a conocer por
el propio López Obrador que el director del Infonavit ganaba 700 mil pesos
mensuales, una cantidad que rebasa toda noción salarial.
Si nos atenemos al desarrollo de
estos meses fue en eso, los salarios, en donde inició el recuento de exhibición
de excesos, pero nunca como hasta ayer se había mostrado el rostro feo de la
indolencia con ese volumen de dinero ni en un área tan sensible para la
población.
Escribo sensible porque Infonavit es
la única alternativa para la clase trabajadora de adquirir una vivienda, aun en
las condiciones persistentes de precarización de los derechos sociales.
“Los puntos” de Infonavit son objeto
de broma constante; su tasa de interés y condiciones de crédito están diseñadas
para no perjudicar la competitividad de los intereses leoninos que imponen los
bancos privados, beneficiarios a su vez de los programas para combinar
recursos… y aun así, cuando mucho alcanza para una vivienda mínima, en un
sector apartado y con materiales de baja calidad.
Falta mucho por saber y es necesario
saberlo con nombres. La sola revelación del salario en Infonavit ofende y, en
este caso, es posible ponerle cara: la del priista hidalguense David Penchyna,
un nombre que no se debe olvidar dado que con su ostentación impune ofende la
desgracia de millones de mexicanos. Como él, faltan más, muchos más.
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