Por José Gil
Olmos.
A finales de octubre del 2018, siendo
presidente electo, Andrés Manuel López Obrador se reunió con los entonces
secretarios de la Defensa, Salvador Cienfuegos, y de Marina, Vidal Francisco
Soberón, en su casa de campaña de la colonia Roma. Tras esa reunión a puerta
cerrada su postura cambió y desde entonces dio un giro completo y decidió que
las fuerzas armadas siguieran al frente de la lucha contra crimen organizado,
como en su momento lo hicieron Felipe calderón y Enrique Peña Nieto.
Evidentemente
en esas horas a solas con los mandos militares responsables de esta lucha
contra el narcotráfico que ya lleva por lo menos dos sexenios, López Obrador supo del enorme poder de las
bandas criminales asociadas con el poder político, de los alcances de su
influencia, así como de los riesgos de que se erijan en una insurgencia
criminal en amplias zonas del país.
Es importante recordar esas reuniones
porque hicieron que López Obrador cambiara no solo de opinión, sino de posición
ante las fuerzas armadas a las cuales había criticado agriamente por sus
actuaciones, principalmente por el caso de la desaparición de los estudiantes
de la normal rural de Ayotzinapa.
Durante casi medio año López Obrador
y su equipo de juristas, de seguridad pública y gobierno buscaron una salida
intermedia para hacer frente a este problema de seguridad nacional.
El crecimiento del poder económico y
político del crimen organizado en todo el país, con alianzas en más de 40
países, la ineficacia de las policías municipal, estatal y federal, así como la
enorme corrupción en todo el sistema policiaco, acotaron de inmediato el margen
de maniobrabilidad del presidente electo, que encontró en la figura de la
Guardia Nacional la puerta de salida.
¿Qué fue lo que supo López Obrador
que no haya imaginado antes de ganar? ¿Cuál fue la información que le
presentaron los altos mandos militares que le hizo poner los pies sobre la
tierra? ¿Acaso fue algo de lo que salió en el juicio en contra del Chapo Guzmán
de los favores que le pagaron a Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto? ¿Le
hablaron del peligro de que muchas zonas del país estén en riesgo de ser
tomadas absolutamente por las bandas criminales? ¿Le pusieron sobre la mesa los
expedientes de personajes públicos importantes que conoce y están vinculados
con el crimen organizado? ¿Le expusieron del riesgo que representa para la
gobernabilidad y la permanencia del Estado de derecho la proliferación de las
bandas criminales?
Quizá fueron estas y muchas otras
informaciones graves las que le expusieron los representantes de las fuerzas
armadas a López Obrador en aquellas reuniones que fueron claves para decidir
que se mantengan los militares a través de la Guardia Nacional en la lucha
contra el crimen organizado, a pesar de las críticas de organizaciones
mexicanas e instancias internacionales como la ONU, Amnistía Internacional,
entre otras.
Por cierto… El cambio para que sea civil y no militar
el mando de la Guardia Nacional no fue bien recibido por el presidente López
Obrador, que aun tiene la posibilidad del veto para dar marcha atrás a la
votación mayoritaria de diputados y senadores. Las consecuencias de esto sería
generar una crisis institucional porque seguramente vendrían una serie de
demandas de controversia constitucional que metería en un nuevo conflicto al
jefe del ejecutivo quien, de por sí, ya tiene demasiados frentes que atender en
estos 100 días de gobierno.
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