Javier Risco.
La semana
pasada el periodista Luis Pablo Beauregard publicó en el diario El País un
texto titulado “Un terremoto llamado Yalitza Aparicio”, el balazo del reportaje
nos desnuda: “La protagonista de Roma se convierte en un fenómeno que pone a
México frente al espejo de su racismo”. Nada más cierto que esta frase. En
medio del júbilo por su nominación a los Oscar y su triunfo en varios
festivales alrededor del mundo, varios nos hemos encontrado en chats privados,
en conversaciones de sobremesa, en una plática perdida en la calle, en voces de
artistas olvidados de los ochenta, un racismo expuesto, ni siquiera maquillado.
Imágenes alteradas de Yalitza en premiaciones, descalificaciones, envidia y ese
amargo florecimiento de la discriminación. Alfonso Cuarón no lo deja pasar, se
niega a darle la espalda: “Se debe crear una discusión de estas actitudes, en
la parte legislativa, empresarial y de los medios, que han creado muy
peligrosos estereotipos. Debemos discutir entre todos, en nuestras comunidades
y en nuestras familias”.
¿De dónde
partir? Doy un primer paso y sugiero una lectura necesaria en estos tiempos, un
texto breve y contundente sobre quiénes somos y a qué le tenemos miedo, hablo
de “Le decían el Chino” un ensayo sobre la diversidad y nuestra identidad
escrito por Alexandra Haas, presidenta del Consejo Nacional para Prevenir la
Discriminación (Conapred).
A través de
una revisión histórica, Haas escarba en lo más profundo de nuestra identidad
“somos seres que todo el tiempo estamos intentando encontrar diferencias,
creando categorías para descifrar el mundo, para dominarlo o pertenecerle y
que, sin embargo, compartimos el destino biológico de otras especies:
adaptarnos a un entorno siempre cambiante”. Salta a Todorov, la mirada del otro
nos hace existir, el yo es posible sólo a través del conocimiento del otro. Se
detiene en el descubrimiento de América, en la visión unidimensional de un
Cristóbal Colón que redujo su “paraíso” al color de la piel, a la estatura y a
la desnudez de los nativos, sin detenerse jamás en su identidad, “Colón se
encuentra con el continente americano, pero nunca llega a conocer a sus
habitantes más que mediante los prejuicios que trae consigo. Es esa visión
plana de las personas la que justificó la esclavitud, la invención del mito
‘del bueno salvaje’”, escribe la presidenta del Conapred, y no nos queda más
que pensar que en casi 530 años tenemos los mismos ojos torpes y ciegos.
Recorre la
manera en la que nacemos, quiénes nos rodean, las ideas preconcebidas, la
educación y cómo la escuela, para Fernando Savater, se trata sólo de que “los
niños conozcan las alternativas que existen a los prejuicios de sus padres”.
Revisa el racismo mejor documentado en este país que es el que se ejerce hacia
las personas, los pueblos y las comunidades indígenas y lo dice con todas sus
letras “ostentamos el orgullo de ser una nación ‘pluriétnica y multicultural’
para efectos de turismo y de los museos arqueológicos, pero la medida de
nuestro engaño es la persistencia de los actos de discriminación: mujeres
indígenas que mueren en los patios de los hospitales públicos, personas que
pasan años encarceladas sin saber ni siquiera el delito del que se les acusa,
jóvenes que no terminan de cursar la secundaria por la falta de una oferta
culturalmente apropiada”.
Y da en el
clavo, Alexandra Haas rescata un término que tiene al menos dos décadas,
“aporofobia”, una palabra que se refiere al odio, miedo, repugnancia u
hostilidad ante las personas pobres, que no tienen recursos. Un término
inventado por la filósofa española Adela Cortina, para señalar lo que parecería
intangible, este desprecio en las sociedades actuales. Plantea una explicación
del racismo en nuestro país, a través no sólo del color de piel sino en un
precepto lleno de crueldad: quienes tienen menos recursos tienen menos
derechos.
Es sólo un
primer saque en esta discusión propuesta por Alfonso Cuarón, “Le decían el
Chino”, de Alexandra Haas, es una pieza para el estudio y la reflexión.
Encontrando la raíz de nuestras inquietudes conoceremos el sentido de nuestros
propios miedos, pero, sobre todo, tendremos más respuestas ante una sociedad
que en la felicidad y el éxito de una mexicana llamada Yalitza Aparicio se ha
encontrado con su peor cara, la del racismo, esa que sale a la menor
provocación.
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