jueves, 28 de febrero de 2019

Prensa, gobierno y corrupción.


Salvador Camarena.

Merece un análisis más detallado, pero sin duda ha resultado notable que en los tres primeros meses de la administración de Andrés Manuel López Obrador, algunos de las denuncias periodísticas que ponían en entredicho el discurso presidencial anticorrupción motivaron una reacción inmediata del Presidente.

La dupla periodismo+reacción presidencial da como cosecha mínima el que dos secretarios de Estado tuvieran que reconocer sendas propiedades en Houston que no habían incluido en su declaración patrimonial; que otros funcionarios de Pemex fueran cesados luego de la denuncia de que habían participado en La Estafa Maestra, y la caída de alguien de polémicos antecedentes que había sido nombrado en Aduanas.

Antes de echar campanas al vuelo y concluir que las denuncias periodísticas son debidamente atendidas por el nuevo gobierno, conviene detenernos a evaluar el papel de los medios en la lucha contra la corrupción. Es un debate abierto y para abonar en el mismo me gustaría citar dos elementos.

El primero viene incluido en el libro ¿Qué es la corrupción?, de Leslie Holmes, cuya traducción acaba de publicar en México la editorial Grano de sal.

Ahí Holmes revisa el rol que juegan distintos actores frente a la corrupción. Al abordar el caso de la prensa, retoma a otro autor y establece una tipología que me parece muy provocativa:

“En un sistema democrático que funcione bien, los medios de comunicación masiva, tanto impresos como electrónicos, tienen un papel importante en el combate a la corrupción. Pueden investigar denuncias y publicar sus hallazgos, y presionar directa e indirectamente a las autoridades para que a su vez investiguen.

“Por desgracia, en muchos países los medios no disfrutan de la autonomía que deberían tener. Para describir los distintos papeles y naturalezas que pueden adoptar los medios, Rodney Tiffen utiliza una metáfora canina que los clasifica en cinco categorías posibles:

“El perro guardián (el papel ideal para los medios), el perro guardián amordazado (los medios están severamente limitados, no sólo por la censura, sino también por leyes antidifamación gravemente sesgadas hacia los intereses de aquellos a quienes los medios acusan de malos manejos), el perrito faldero (los medios se dejan manipular por las élites políticas), la jauría estridente (los medios hacen mucho ruido, con frecuencia se copian unos a otros, pero ni investigan los casos como es debido ni asumen un papel constructivo) y el lobo (el tipo más peligroso, en el que los medios no se preocupan por investigar las denuncias como es debido y publican en forma irresponsable, con lo que aumentan el cinismo del público y minan la legitimidad del sistema).

“La tipología de Tiffen deja claro que el papel de los medios en el combate a la corrupción puede ser limitado o incluso negativo”. (Páginas 165 y 166)

Citado lo anterior, conviene también recordar que el papel de la prensa, por bueno o malo que sea, se inscribe en un contexto específico, y que toca a las instituciones la responsabilidad de ahondar sobre aquellos indicios que hayan sido revelados por los periodistas.

He ahí el segundo elemento. A veces se quiere que la prensa sea responsable de que, publicado un hallazgo de presunta corrupción o ilegalidad, el caso se lleve a sus últimas consecuencias. No hay tal. Eso corresponde al gobierno, como lo explicó en septiembre de 2018 el mismísimo Bob Woodward, en entrevista al New York Times.

Woodward desmonta el discurso que lo hace responsable, a él y a Carl Bernstein, de la caída de Richard Nixon:

“Nixon renunció no debido a lo que reportamos, sino porque iniciamos un proceso en el que el gobierno analizó más profundamente lo que había sucedido”, dijo el histórico periodista del Washington Post.

“Atrajeron la atención del público hacia un tema que el gobierno habría ignorado de otro modo, poniendo en marcha un proceso que lleva a la caída de Nixon. ¿Es así?”, le pregunta el periodista del Times a Woodward.

“Sí. Y lo que sucedió… recuerdo que Sam Ervin, el senador que estableció el comité sobre Watergate, antes de hacerlo me llamó y dijo: ‘Venga a verme’. Y él quería conocer nuestras fuentes. Y yo dije: ‘Simplemente no puedo hacerlo’. Y el senador Ervin, para su gran mérito, respondió: ‘Lo entiendo, pero vamos a lanzar una investigación de cualquier manera, porque pienso que hay muchas preguntas importantes sin responder aquí’. Y, como sabe, el comité sobre Watergate del Senado fue el criterio de referencia de las investigaciones del Congreso. Escucharon el testimonio de todos. Quiero decir, se prolongó semanas. Quiero decir, las cadenas dejaron de transmitir telenovelas y difundían las audiencias de Watergate completas. Así que pienso que existía la sensación de que uno puede pasar del periodismo a la acción gubernamental”.

En conclusión, la prensa ha de cuidarse de no ser una “jauría estridente de lobos” que fomenta el cinismo, pero el gobierno debe reaccionar a las revelaciones no sólo con ceses o regaños, sino yendo más allá, buscando las respuestas profundas a las cuestiones que surjan de revelaciones periodísticas.

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