Salvador
Camarena.
Merece un
análisis más detallado, pero sin duda ha resultado notable que en los tres
primeros meses de la administración de Andrés Manuel López Obrador, algunos de
las denuncias periodísticas que ponían en entredicho el discurso presidencial
anticorrupción motivaron una reacción inmediata del Presidente.
La dupla
periodismo+reacción presidencial da como cosecha mínima el que dos secretarios
de Estado tuvieran que reconocer sendas propiedades en Houston que no habían
incluido en su declaración patrimonial; que otros funcionarios de Pemex fueran
cesados luego de la denuncia de que habían participado en La Estafa Maestra, y
la caída de alguien de polémicos antecedentes que había sido nombrado en
Aduanas.
Antes de
echar campanas al vuelo y concluir que las denuncias periodísticas son
debidamente atendidas por el nuevo gobierno, conviene detenernos a evaluar el
papel de los medios en la lucha contra la corrupción. Es un debate abierto y
para abonar en el mismo me gustaría citar dos elementos.
El primero
viene incluido en el libro ¿Qué es la corrupción?, de Leslie Holmes, cuya
traducción acaba de publicar en México la editorial Grano de sal.
Ahí Holmes
revisa el rol que juegan distintos actores frente a la corrupción. Al abordar
el caso de la prensa, retoma a otro autor y establece una tipología que me
parece muy provocativa:
“En un
sistema democrático que funcione bien, los medios de comunicación masiva,
tanto impresos como electrónicos, tienen un papel importante en el combate a
la corrupción. Pueden investigar denuncias y publicar sus hallazgos, y
presionar directa e indirectamente a las autoridades para que a su vez
investiguen.
“Por desgracia,
en muchos países los medios no disfrutan de la autonomía que deberían tener.
Para describir los distintos papeles y naturalezas que pueden adoptar los
medios, Rodney Tiffen utiliza una metáfora canina que los clasifica en cinco
categorías posibles:
“El perro
guardián (el papel ideal para los medios), el perro guardián amordazado (los
medios están severamente limitados, no sólo por la censura, sino también por
leyes antidifamación gravemente sesgadas hacia los intereses de aquellos a quienes
los medios acusan de malos manejos), el perrito faldero (los medios se dejan
manipular por las élites políticas), la jauría estridente (los medios hacen
mucho ruido, con frecuencia se copian unos a otros, pero ni investigan los
casos como es debido ni asumen un papel constructivo) y el lobo (el tipo más
peligroso, en el que los medios no se preocupan por investigar las denuncias
como es debido y publican en forma irresponsable, con lo que aumentan el
cinismo del público y minan la legitimidad del sistema).
“La
tipología de Tiffen deja claro que el papel de los medios en el combate a la
corrupción puede ser limitado o incluso negativo”. (Páginas 165 y 166)
Citado lo
anterior, conviene también recordar que el papel de la prensa, por bueno o malo
que sea, se inscribe en un contexto específico, y que toca a las instituciones
la responsabilidad de ahondar sobre aquellos indicios que hayan sido revelados
por los periodistas.
He ahí el
segundo elemento. A veces se quiere que la prensa sea responsable de que,
publicado un hallazgo de presunta corrupción o ilegalidad, el caso se lleve a
sus últimas consecuencias. No hay tal. Eso corresponde al gobierno, como lo
explicó en septiembre de 2018 el mismísimo Bob Woodward, en entrevista al New
York Times.
Woodward
desmonta el discurso que lo hace responsable, a él y a Carl Bernstein, de la
caída de Richard Nixon:
“Nixon
renunció no debido a lo que reportamos, sino porque iniciamos un proceso en el
que el gobierno analizó más profundamente lo que había sucedido”, dijo el
histórico periodista del Washington Post.
“Atrajeron
la atención del público hacia un tema que el gobierno habría ignorado de otro
modo, poniendo en marcha un proceso que lleva a la caída de Nixon. ¿Es así?”,
le pregunta el periodista del Times a Woodward.
“Sí. Y lo
que sucedió… recuerdo que Sam Ervin, el senador que estableció el comité sobre
Watergate, antes de hacerlo me llamó y dijo: ‘Venga a verme’. Y él quería
conocer nuestras fuentes. Y yo dije: ‘Simplemente no puedo hacerlo’. Y el
senador Ervin, para su gran mérito, respondió: ‘Lo entiendo, pero vamos a
lanzar una investigación de cualquier manera, porque pienso que hay muchas
preguntas importantes sin responder aquí’. Y, como sabe, el comité sobre
Watergate del Senado fue el criterio de referencia de las investigaciones del
Congreso. Escucharon el testimonio de todos. Quiero decir, se prolongó semanas.
Quiero decir, las cadenas dejaron de transmitir telenovelas y difundían las
audiencias de Watergate completas. Así que pienso que existía la sensación de
que uno puede pasar del periodismo a la acción gubernamental”.
En
conclusión, la prensa ha de cuidarse de no ser una “jauría estridente de lobos”
que fomenta el cinismo, pero el gobierno debe reaccionar a las revelaciones no
sólo con ceses o regaños, sino yendo más allá, buscando las respuestas
profundas a las cuestiones que surjan de revelaciones periodísticas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.