Jorge Zepeda
Patterson.
Esta
semana asistí a dos largas comidas en las que el platillo principal fueron las
críticas a López Obrador y en general a la 4T. Mis compañeros de mesa hablaban
de la situación del país como si nos encontráramos al borde del abismo o para
ponerlo en palabras de alguno de ellos, a bordo del Titanic minutos antes del
naufragio. Uno de
los comensales aseguró que el descontento es tal que si esto no cambia podría
suceder cualquier cosa dentro de seis meses.
Horas más
tarde leí una nota en la que según cinco encuestas la aprobación de AMLO entre
la gente asciende a 68 por ciento en promedio (en la mayoría de ellas 70 y más).
Se me dirá
que tendría que cambiar de amigos, porque está claro que por cada mexicano
descontento con el Gobierno hay dos que sí lo aprueban. Otros sostendrán que no
se trata de un asunto de números. Al tercio que alimenta la agrura contra López
Obrador no le hace mella estar en minoría: están convencidos de que ellos sí
saben de economía y de política, que están mejor informados y que no se dejan
manipular por la arenga populista del líder de Morena. Pero esto equivaldría a
considerar que, como en la antigua Grecia, solo los ciudadanos acomodados y
propietarios deberían contar políticamente porque la supuesta ignorancia de los
de abajo no hace confiable su voto.
René Delgado
lo ha dicho mejor en un artículo esta semana: “aceptan el resultado
electoral, pero rechazan la consecuencia política… no quieren cambiar nada,
solo administrarlo bien”. Lo que estamos viendo, desde luego, son dos
perspectivas opuestas, salvo que los que esgrimen una de ellas están
acostumbrados a que la suya sea la que prevalezca. O dicho de otra manera,
sustentan la acomodaticia tesis: “la mayoría tiene la razón, salvo cuando no
coincide conmigo”.
Lo que
este tercio no está aquilatando es que el apoyo mayoritario a López Obrador no
se alimenta de la manipulación, o no mayormente. Simple y sencillamente se
nutre del hecho de que la gente la ha estado pasando muy mal con los gobiernos
que, según los primeros, solo necesitaría administrar mejor o dejar de cometer
excesos.
Argumentan
que es absurdo entregar dinero a los ancianos o a los jóvenes aprendices, que
no hay que regalar pescados sino enseñar a pescar. El problema es que para más
de la mitad de la población no ha sucedido ninguna de las dos cosas. Para los
millones de hombres y mujeres de la tercera edad que se encuentran en apuros,
la posibilidad de recibir 2 mil 550 pesos cada dos meses hace una diferencia
abismal. ¿Por qué no habrían de votar por alguien que al menos en este sentido
está haciendo algo por ellos? Eso no es ser objeto de la manipulación de la
ignorancia, sino un comportamiento absolutamente racional a partir de sus
propios intereses.
El
Gobierno de López Obrador ha provocado un aumento del poder adquisitivo de la
masa salarial entre otras cosas gracias a un incremento histórico del salario
mínimo. Ciertamente el desempeño de la economía ha sido decepcionante, pero la
intención de favorecer a los de abajo por parte de la administración es más que
evidente. Y sucede que los de abajo son la mayoría en este país.
Desde
luego, esto no significa que el Gobierno de la 4T no haya cometido errores o
que algunas de sus políticas no sean cuestionables. Hay una dosis de
inexperiencia y de desconocimiento de los entresijos de la administración
pública por parte de los cuadros de Morena. Y ciertamente señalar tales
insuficiencias es necesario para conseguir un Gobierno más eficaz. Pero esta
curva de aprendizaje es explicable tratándose de un recambio tan radical de la
administración pública.
Lo que
ayuda muy poco es creer que la realidad que cada uno vive es la única y juzgar
en consecuencia. Es válido estar en desacuerdo con el Gobierno vigente, más
aun, es necesario que en una sociedad exista la disidencia. Pero viviremos en
una fantasía si no entendemos las razones de los otros, particularmente cuando
esos otros son la mayoría.
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