Por
Alejandro Páez Varela.
–A mi
carnal, Luis Alonso Enamorado
Tengo un
amigo que un día me alarmó cuando me dijo de sus problemas con Hacienda. Tiene
una microempresa sin más empleados que él; consigue algo de clientes casi de
puerta en puerta o entre viejos amigos; le da de comer… hasta el día en que
tiene que pagar impuestos. Me dijo, desesperado: “Debo veinte mil pesos y ya no
hallo qué hacer. Voy a ir a bañarme de gasolina y me voy a prender fuego
delante del SAT. Ya no aguanto”. Me tranquilizó cuando lo vi desesperado por
otro problema grande al que no le hallaba cuadratura; y me tranquilizó porque
no porque no le hallara cuadratura sino porque la opción que me planteó fue ir a
prenderse fuego. Vocación de bonzo, pensé. En las dos ocasiones nos animamos
juntos y lo vi recuperar el buen ánimo. Pienso que nunca se va a prender fuego,
por fortuna, porque siempre hallará la forma de salir adelante. Y porque
quemarse vivo debe doler.
En días pasados, la periodista
Sugeyry Gándara contó en SinEmbargo la historia de una madre a cuya hija de 12
años, Fátima Quintana Gutiérrez, violaron, torturaron con una saña inaudita y
luego asesinaron en ese nido de corrupción, podredumbre e impunidad que es el
Estado de México. Sucedió en 2015, cuando Eruviel Ávila era Gobernador. El
abuelo de uno de los asesinos “fue militar; sus parientes, judiciales federales
y de Edomex; su papá es un policía municipal de Naucalpan”. La madre de esa
niña ha sufrido toda clase de amenazas y lo que la Fiscalía hizo fue lanzarla a
otro pueblo y abandonarla a su suerte. ¿Se imaginan cuánto ha sufrido esa
mujer? Un dolor tras otro. Una tragedia después de la otra. Y no ha tocado
fondo, porque fondo es que den con ella y la maten, como sucede en este país.
Cuento dos casos para ejemplificar
cómo muchos han tocado fondo, o se han asomado al fondo.
Las familias de 30 mil desaparecidos
ven el color del infierno, seguramente, mientras escarban en los montes y
recorren procuradurías y ministerios públicos. Los que pierden a un hijo en una
refriega por una bala perdida o porque fueron enrolados por el crimen
organizado y utilizados como carne de cañón, también se han asomado al abismo.
Los que viven o vivieron una extorsión o un secuestro conocen el fondo negro,
lo han visto. Hay 53 millones de pobres en este país que a diario se levantan
pensando en que todo se les ha cerrado; en que no han visto oportunidades en
toda una vida y en que, como sus abuelos, sus hijos morirán pobres también.
Pero muchos
en este país han visto de qué color es el infierno; por fortuna, no todos. Y cuando veo que avanzamos en los índices
de corrupción, en la violencia, en la impunidad; cuando nuestros salarios se
hunden y se encarece la vida; cuando el saqueo se hace cada vez más grotesco y
los políticos se hacen más descarados y las filas del crimen organizado se
engruesan con los hijos de alguien, entonces pienso en que todavía podemos ir
más lejos.
Que sí, que sí podemos todavía llegar
más lejos. Que no somos Mauritania, Mozambique o Trinidad y Tobago, pero
podemos llegar y según el Índice de Percepción de la Corrupción que realiza
Transparencia Internacional, vamos corriendo para allá. Que no tenemos diez de
las diez ciudades más violentas del mundo (apenas tres) pero podemos tenerlas
todas.
Creo que, sin más, ese es el gran
tema de esta elección. El idiota de Vicente Fox decía la semana pasada (y no lo
sigo, de verdad no lo sigo, pero me caen los retuits de alguien más) que los
mexicanos deberíamos apostar por el “continuismo”. Idiota.
Que se lo diga a la mamá de Fátima
Quintana Gutiérrez, de 12 años, a quien violaron, torturaron con una saña
inaudita y luego asesinaron en ese nido de corrupción, podredumbre e impunidad
que es el Estado de México, gobernado desde hace 90 años por el PRI.
Que se lo
diga a mi amigo, que cada vez que se ve con Hacienda tiene que optar entre
comer y no comer o, de plano, convertirse en bonzo.
Que se lo diga a los 53 millones de
pobres que deben optar por más de lo que tienen, es decir, abandono,
injusticia, precariedad, falta de oportunidades, violencia, secuestro,
extorsión, asesinatos y además de todo, la brutal separación entre los que
tienen mucho y los que no tienen nada en este México campeón en desigualdad; y
como si faltara algo, que se traguen la “continuidad” de las “casa blanca” y
los Higa y los OHL.
Que se lo
diga a los desplazados por la violencia, a los despojados por las mineras
extranjeras.
Que le diga a todos esos que deben
votar por “continuismo”, es decir, continuar igual de jodidos. ES-TÚ-PI-DO FOX.
Estúpido cualquiera que venda continuidad.
De eso se trata esta elección, como
decía. Un paso en falso y podemos irnos más a fondo.
Creo que todos presentimos que es
posible irnos más a fondo. Que el país está necesitado de un cambio profundo:
detener de una vez por todas a tanto sátrapa y ladrón sin madre que tiene
cargos en el Gobierno y se atreve a comer en lugares públicos, como Carlos
Romero Deschamps.
¿Es posible llegar más lejos? Sí, es
posible. Tan hermoso país, carajo. Hermoso de punta a punta. Sólo gente podrida
pudo llevarnos tan lejos. Sólo gente rapaz, de ambición desmedida. Y nadie se
equivoque: pueden llevarnos todavía más lejos. A besar las orillas del
infierno; a verlo de frente, como muchos mexicanos, miles de mexicanos ya lo
han visto en estos años.
Hermoso, sufrido país que necesita un cambio,
urgente. O todos, y digo todos, nos vamos al carajo.
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