John M.
Ackerman.
Los voceros del viejo régimen están
acostumbrados a escuchar a los ciudadanos gritando desde las gradas, pero les
asusta que el pueblo baje a participar directamente en el campo de juego. El poder debe ejercerse con “responsabilidad”, afirman, y las
consultas gubernamentales tendrían que seguir las reglas formales del derecho
electoral o, en su caso, de la comunidad de encuestadores oficiales.
Los burócratas electorales y los
expertos en demoscopia se creen los únicos dueños de la opinión pública y no
quieren permitir a nadie invadir su terreno. Desde su punto de vista cualquier
esfuerzo de sondeo ciudadano que no los involucra debe ser descalificado de
antemano como un ejercicio “ilegal” o “sesgado”.
Pero Andrés Manuel López Obrador insiste en
romper esquemas y se niega a someterse a las viejas reglas del juego. Frente a
quienes exigían una y otra vez que escogiera el camino de los movimientos
sociales o de los partidos políticos, decidió formar un auténtico “partido
movimiento”, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que luchara
simultáneamente en las calles y en las urnas.
De la misma
manera, la consulta organizada por el
equipo de transición del presidente electo sobre la ubicación del nuevo
aeropuerto internacional es un ejercicio innovador que rompe esquemas al
combinar estrategias utilizadas históricamente por la oposición política con el
ejercicio del poder gubernamental.
Desde hace varios lustros, grupos
ciudadanos de diverso signo han recurrido al mecanismo de la consulta popular
para empujar sus agendas. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional, por
ejemplo, realizó una serie de consultas importantes durante su momento de mayor
auge, con el fin de convocar a la ciudadanía para pronunciarse a favor de los
derechos de los pueblos indígenas. También hubo una consulta ciudadana muy
significativa durante los noventa en favor de la reforma política del entonces
Distrito Federal. En años más recientes se ha organizado una amplia diversidad
de consultas a favor de diferentes causas ciudadanas.
Estas iniciativas no son ejercicios
formales que cuenten con el aval o el permiso del establishment, sino
estrategias de movilización social y de resistencia popular. En lugar de
convocar a una marcha para demostrar la fuerza ciudadana en favor de una causa,
a veces es más efectivo invitar a los ciudadanos a expresar sus opiniones en
las urnas. Aunque las consultas son menos vistosas que las marchas, normalmente
logran una participación más alta.
El detalle respecto a la consulta
actual es que quien organiza no es un grupo social o ciudadano de oposición,
sino el equipo que pronto tomará las riendas del poder. Esta mezcla de
estrategias de la oposición con el ejercicio gubernamental es lo que tanto
irrita a los voceros del estatus quo, pero es simultáneamente lo que también le
da su gran valor porque rompe el molde del viejo estilo del ejercicio el poder.
López
Obrador ya ha expresado su preferencia
respecto a la mejor estrategia para atender el problema de la sobresaturación
de tráfico aéreo en el actual aeropuerto de la Ciudad de México. El presidente
electo quiere cumplir con su promesa de campaña de cancelar las obras en
Texcoco, mantener abierto el aeropuerto actual y construir dos nuevas pistas en
la base militar de Santa Lucía. Además, los estudios técnicos, ambientales,
legales y presupuestales realizados por su equipo demuestran que esta opción es
perfectamente factible y viable.
Sin embargo los intereses alineados contra el proyecto
de López Obrador son muy poderosos.
Por ejemplo,
un reporte reciente del Project on Organizing, Development, Education and
Research (PODER) demostró que grupos
empresariales controlados por Carlos Slim, Carlos Hank, Olegario Vázquez e
Hipólito Gerard cuentan con la mitad de los contratos del proyecto de Texcoco,
por un monto total de 155 mil 732 millones de pesos. Asimismo, existen personas que no tienen intereses
directos en el negocio de Texcoco y que también apoyan la opción de mantener
las obras iniciadas.
Así que en lugar de tomar la decisión
de manera unilateral y solitaria desde la cúpula del poder, al estilo de los
tecnócratas de la época neoliberal, o de convocar a marchas masivas para
respaldar y vitorear la decisión del nuevo líder de la nación, al estilo de los
regímenes fascistas, López Obrador ha tomado el camino democrático de consultar
directamente a la ciudadanía su opinión antes de actuar en el ámbito de las
políticas públicas.
Esta acción no tendría por qué
generar nerviosismo en los mercados o entre los inversionistas. Las decisiones
consensuadas siempre son más sólidas y duraderas que los exabruptos cupulares.
El sector privado también tiene que empezar a acostumbrarse a vivir en un
contexto democrático en el que la última palabra la tenga la ciudadanía, no sus
cuates y sus cómplices en Los Pinos.
La institucionalidad democrática es
lo que realmente generará la estabilidad, la concordia y la paz que tanto
necesita México para crecer y desarrollarse como se merece.
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