martes, 30 de octubre de 2018

Otro día de trabajo en el NAIM.


Javier Risco.

El 23 de octubre pasado, el periodista Édgar Ledesma presentó en las pantallas de El Financiero Televisión la historia de Pedro Vergara, chofer de tráiler en la pista 2 del Nuevo Aeropuerto Internacional de México en Texcoco –bueno, del que era el NAIM. Pedro se encargaba de transportar basalto en la pista para hundirla y nivelarla, recorría 80 kilómetros diarios. Él era trabajador de la empresa Coconal, encargada de la construcción de la pista 2, la cual había invertido hasta la semana pasada 6 mil 145 millones de pesos y llevaba un avance de 70 por ciento. Hoy su trabajo tiene fecha de caducidad: 30 de noviembre.

Eso si se cumple lo que dijo el presidente Enrique Peña Nieto: “Durante mi actual administración, no se realizará modificación alguna ni a la concesión ni a la ejecución del proyecto del nuevo aeropuerto… De mantenerse la decisión de cancelar la obra a partir del 1 de diciembre, el próximo gobierno deberá hacer frente al pago de compromisos, los cuáles probablemente requerirán el uso de recursos fiscales adicionales”.

El caso de Pedro Vergara es sólo uno de los 43 mil que trabajan actualmente en la zona, y no pretendo contar una historia evidente de desempleo, simplemente trato de poner la lupa sobre estas personas que podrían quedar superadas por la coyuntura que viene, ya sea por un proyecto sin una hoja de sustentabilidad, como el de Santa Lucía, o los intereses de empresarios que tendrán que buscar y cobrar indemnizaciones que podrían tardar años en llegar, o la llegada de un nuevo gobierno que tendrá otras prioridades.

La preocupación del gobierno entrante debería ser darles una explicación a estos 43 mil trabajadores que a partir del 1 de diciembre no tendrán trabajo, y que quedarán en la peor época del año en el desamparo de un proyecto que les daría estabilidad económica por lo menos los próximos cinco años de su vida.

Ayer, en un ejercicio de ficción, me quedé pensando en la llegada este martes al trabajo de los miles de mexicanos que laboran en la construcción el Aeropuerto de Texcoco. ¿Pedro seguirá recorriendo los 80 kilómetros diarios transportando basalto para hundir la pista 2? ¿Dice Peña Nieto que no se detienen las obras, es real que todo noviembre seguirá la movilización de personal de manera normal en la zona? ¿Las empresas detuvieron a partir de esta semana la operación o tienen esperanza de que el resultado de la consulta sea revocable? ¿Cómo le exiges a un trabajador que siga construyendo el domo de la nueva terminal cuando ha leído en todos los periódicos que esa obra llegará a su fin? ¿Hay alguien del nuevo gobierno dando asesoría jurídica a los miles de trabajadores que vivirán noviembre en la incertidumbre?

Como muchos especialistas han coincidido, la decisión del gobierno electo parece más una declaración de principios que una resolución analizada en materia de transporte y conectividad aérea. El propio Enrique Quintana, director de este diario, señalaba en su columna de ayer: “Lo más relevante es que AMLO quiso poner de manifiesto frente a los grandes empresarios y los mercados financieros, quién tiene la autoridad”.

Si la cancelación fue un vehículo de sus aspiraciones en el nuevo gobierno, ojalá en la balanza de esta decisión estén enmarcados los derechos de los trabajadores. Es cierto que la confrontación entre la clase empresarial y AMLO se acentuará después de la decisión de este domingo; sin embargo, no perdamos la brújula de la afectación real en la base de la pirámide laboral, de los que hoy siguen pensando que es otro día de trabajo en el NAIM.

Las soluciones de López Obrador pasan por la aduana del misterio, dice que ya habló con los empresarios, que se traspasarán los contratos a Santa Lucía, que estará listo el aeropuerto en tres años; ante tal contundencia sobre el futuro sólo queda esperar a que suceda, porque las voces que han salido a decir que eso es imposible, que no es tan fácil, se van directamente al costal de los fifís sin remedio.

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