Jorge Zepeda Patterson.
Poco o nada
saben de aeronáutica la mayor parte de los que han votado este fin de semana
respecto al nuevo aeropuerto para la Ciudad de México. Peor aún, ¿por qué
habrán de determinar un asunto tan delicado miles de personas que ni siquiera
han tomado un avión en su vida? ¿Por qué no dejar que quienes nos gobiernan
decidan sobre estos asuntos estratégicos? Epigmenio
Ibarra ofrece una respuesta en un artículo reciente: porque los dineros que han
de emplearse en la construcción de esa obra no pertenecen al gobierno.
En efecto
hay razones técnicas, pero también hay
financieras, por no hablar de las ecológicas. Desde luego que es importante que
los técnicos sopesen las ventajas y desventajas de cada una de las dos
alternativas, Texcoco o Santa Lucía, pero en última instancia el tema remite a
los dineros que habrán de destinarse al proyecto porque las necesidades son
muchas y los recursos escasos.
Se dice que el
país nunca va a salir de su mediocridad si no apostamos por proyectos de
relevancia mundial, que la Ciudad de México posee el peso y la importancia para
tener un aeropuerto que sea un referente internacional.
Es un buen argumento, pero se
neutraliza con otro. Parecería más vergonzoso que varios millones de mexicanos
vivan en la extrema pobreza, que no exista agua corriente en las casas de
tantos, que en las aulas de las escuelas públicas rurales falte lo más
esencial. Se pide un
aeropuerto que nos ponga a la altura de los mejores de Alemania o Singapur, pero sería aún más deseable no padecer las
miserias en la periferia que nos emparejan con países africanos convulsionados
por sus guerras civiles.
En última instancia los recursos
destinados a la obra pública constituyen un ejercicio de suma cero. Lo que se
otorga a un rubro se le quita a otro; una cobija que siempre deja algo
dolorosamente destapado.
El país está
obligado a hacer un balance prudente entre lo deseable y lo posible; algo
similar a lo que hacen las familias en su economía doméstica. ¿Desearíamos una
pantalla de televisión de más pulgadas?, sin duda, pero también renovar los
tenis gastados de los hijos. ¿Un hotel de más estrellas en las vacaciones en la
playa? Por supuesto, pero también cambiar o reparar el auto que nos deja
tirados con preocupante frecuencia.
Y justo porque son decisiones que
afectan a toda la familia resulta conveniente que sean consultados todos sus
miembros. Me parece que esa es la lógica que ha llevado a López Obrador a someter
a consulta la decisión de construir un nuevo y oneroso aeropuerto, que reclama
recursos que podrían usarse en otras necesidades.
Dicho lo
anterior, habría que cuestionar la forma
tan improvisada en que se ha realizado la consulta. Por un lado, en la
información necesaria para tomar una decisión razonada. El equipo de transición
debió sistematizar y transparentar la información técnica y financiera, los
pros y contras, de cada uno de los proyectos. En lugar de hacerlo, algunos
miembros de la nueva administración, que pertenecen a la fuerza política que
realiza la consulta, se han dedicado a torpedear la alternativa relacionada con
Texcoco.
Si los nuevos funcionarios están convencidos
de que el NAIM es absolutamente inconveniente, mejor sería que lo cancelaran y
nos explicaran las razones de manera profusa y convincente. Tendrían que
asegurarnos que podemos afrontar el problema con el de Santa Lucía (aun incluso
si fuera menos eficaz o funcional) y dedicar la diferencia de gasto a tales o
cuales obras públicas o programas sociales. Podemos estar o no de acuerdo con
la decisión, pero habría una lógica en el procedimiento.
Resulta más difícil justificar la
decisión por una consulta en la que muchos desconfían; unos porque le tienen
inquina a las iniciativas de AMLO, otros por la manera en que fue organizada.
Es loable que se palpe el sentir de la gente en un tema tan polémico, pero por
lo mismo tendríamos que asegurar que lo que se está palpando es un reflejo
aceptable de lo que en verdad siente y piensa la gente al respecto. Y eso es un
asunto de metodología y procedimiento. El operativo desarrollado estos días
muestra muy buena voluntad, pero mucha improvisación y no podía ser de otra
manera, al carecer de los tiempos, los recursos y la estructura técnica que
requiere un ejercicio de este tipo.
Todavía no
está claro el resultado de este ejercicio ni de lo que pasará con el NAIM. De lo que no hay duda es que la
experiencia ha lastimado el uso futuro de las consultas y referéndums al darle
a sus detractores argumentos para denostarlas. Habría sido mejor una decisión
política a partir de criterios sociales claros que una consulta improvisada
cuyos resultados serán duramente cuestionados.
Es cierto que muchas de las críticas
parten de la mala leche, como bien dice AMLO, pero por lo mismo no habría que
poner en mano del adversario las piedras con las que te tiran.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.