Salvador Camarena.
Andrés Manuel López Obrador engañó con la verdad. A todo
aquel que pensó que la suerte del nuevo aeropuerto no podría depender de una
consulta porque legalmente esta no podría ocurrir si no era en elecciones, si
no la sancionaba la Corte, si no la organizaba el Instituto Nacional Electoral…
a todos esos cayó este lunes un gran principio de (nueva) realidad.
Porque cuando el presidente electo lanzó la “consulta”, su
consulta, sobre el NAIM nadie quiso ver que estaba por comenzar a desaparecer
el país que conocíamos hasta ahora.
No es que sea malo cobijarse en la Constitución para sentirse
a salvo de iniciativas tan gelatinosas, como el ejercicio que se llevó a cabo
la semana pasada. Pero como quedó demostrado, la ley no amparó a nadie del
golpe político que ha dado López Obrador, quien cambió la realidad mediante un
mecanismo que ni siquiera se puede denunciar como ilegal, porque nunca quiso
cumplir con los requisitos para ello.
Desde ese limbo, construido mediante discursos suyos,
demasiada autoconfianza de sus adversarios y una pizca de miedo por parte de
los mismos a enfrentarlo (incluido el gobierno de la República), el tabasqueño
montó una coyuntura para borrar del mapa, literalmente, una obra que tenía
cinco años de avance, que ha consumido más de 60 mil millones de pesos y que
tiene comprometidos al menos el doble de eso.
Contra la pared desde el domingo en la noche, cuando al filo
de las diez se anunció que Santa Lucía era la opción más votada por el millón
de personas que fueron a las hechizas urnas, no pocos esperaron, en silencio o
en voz alta, el milagro de octubre: que Andrés Manuel “recapacitara”, que
salomónicamente dijera que el rechazado NAIM se iría a la iniciativa privada y
todos felices, que sacara un conejo de la chistera que nadie había previsto y
que nadie sabía qué podría ser.
En vez de eso, López Obrador arrancó su sexenio. Y lo hizo
cumpliendo una promesa que ha repetido, pero pocos dimensionaron. Para no ir
más lejos, el fin de semana la machacó con estas palabras: “Algunos pensaban que
iba a ser más de lo mismo, que iba a ser cambio de gobierno, no es cambio de
gobierno, es cambio de régimen”.
Todos aquellos que se quejaron de que estábamos ante una
farsa de consulta, no han sabido reconocer que los únicos que creyeron que
habría una consulta legal fueron ellos. Y quién sabe por qué lo creyeron si por
principio fue convocada por un político sin poderes legales para ello y
realizada ni siquiera sabemos bien a bien por quién.
El truco era burdo, pero nadie lo denunció como tal: López Obrador
convocó a un ejercicio político, cientos de miles le respondieron y él ha dicho
que atiende ese mensaje.
A partir de ayer las instituciones, y no pocos de sus
mecanismos, construidos por los mexicanos hasta el día de hoy, podrían ser
revisados, ajustados o desaparecidos mediante mecanismos igual de polémicos.
Porque si no les gustó la consulta espérense a que nos
presenten los resultados (y los alcances) del censo a los más pobres que, en el
mismo espacio de ilegalidad, el próximo gobierno realiza desde hace semanas.
Tenemos frente a nosotros el arranque de un dramático cambio
en los equilibrios construidos desde 1988, principalmente por PRI y PAN.
Esos equilibrios posibilitaron estabilidad, pero también
supusieron no pocos frenos a cambios que en su momento intentaron Vicente Fox,
Felipe Calderón y el propio Enrique Peña Nieto.
El cambio de régimen, sin embargo, se da sin planos a la
vista, con una promesa de renovación moral, austeridad y honestidad que hasta
el día de hoy es tan vehemente como carente de traducción en propuestas de
leyes o mecanismos que brinden nuevos equilibrios y contrapesos.
Ya cada quién decidirá si se inventa, y cómo, una manera de
incidir en ese cambio de régimen, porque gritar “farsa” no será suficiente.
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