Javier Risco.
Con el debate
de género necesariamente instalado desde hace un tiempo me parece tremendamente
significativo, e incluso emocionante, que se muestren los primeros gestos, de
los muchos que vendrán, que ese porvenir trae.
En Barcelona, una escuela primaria
pública propuso la creación de un comité que evaluara los contenidos
complementarios de su biblioteca infantil, con la finalidad de hacer una
selección de los materiales que finalmente serán leídos por los menores.
Entre los criterios propuestos
destacan la obsolescencia del contenido, que el “mensaje” del libro no sea
entregado de manera más eficiente por otro posterior, y obviamente, la
perspectiva de género, es decir, que no propugne ni reproduzca patrones discriminatorios
en este sentido.
El organismo que rige la educación en
Cataluña finalmente aceptó y en el colegio se pusieron manos a la obra. Lo más
interesante es que dicho comité está integrado por padres, madres y tutores del
propio establecimiento que asumieron la responsabilidad y el compromiso de
velar por las lecturas de sus hijos.
Luego de analizar los libros
destinados a niños y niñas de hasta seis años decidieron retirar
provisionalmente del programa y someter a revisión y debate 200 títulos, lo que
se traduce en casi el 30% del acervo de dicha escuela. La mayoría de los libros
que han dejado de circular son cuentos clásicos y metodologías de enseñanza que
no contribuyen a una visión integradora.
El debate, en España al menos, se
instaló con todo. Hay aquellos que dicen que “yo crecí con los cuentos de toda
la vida y no me traumé” y los que, como una de las madres que participó del
proceso “la sociedad está cambiando y es más sensible a la cuestión de género y
esto no está reflejado en los cuentos clásicos”.
Más allá de nuestras propias
experiencias, creo que lo que me gustó de esta iniciativa es que significa
realmente convertir nuestro debate en acción y avanzar a ese mundo que queremos
de la única forma que podemos: mostrándole a los niños otras formas de hacer,
de ver y comprender el mundo y la ficción.
Aplaudo a
esos padres que han cuestionado a Caperucita roja, porque si nos ponemos serios
¿Cómo es posible que haya confundido a su abuela con un lobo acostado en la
cama si no es por una candidez clínica? O a Blancanieves o La bella durmiente,
cuentos clásicos en los que las mujeres se meten en problemas y son rescatadas
por un hombre/héroe que, además de salvarlas, se convierte en el pasaporte para
una vida feliz (previo matrimonio, obviamente).
Sin embargo, este cuestionamiento no significa que a
partir de ahora la educación se convertirá en la quema de libros augurada por
Ray bradbury en Farenheit 451, no. Tampoco significa que a partir de ahora se
revisarán todos los materiales de lectura desde la perspectiva de género y en
poco tiempo habrá un mercado negro en el que compraremos Los tres mosqueteros,
Los hermanos Karamazov o Dickens, no.
Lo que sí debería significar, es que
en la infancia se intentará entregar una visión amplia y herramientas que hagan
posible identificar las cargas de género más allá del valor de la obra.
Lo que ha propuesto también el comité
de esta escuela es poner a disposición de los niños obras alternativas en las
que la carga no existe o está justificada.
Considero esto un paso significativo,
ya que sí quiero un mundo en el que ellas quieran ser rescatadas por ellas
mismas y que ellos no se frustren porque no salvan ni se pelean con nadie.
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