Por Dolia
Estévez.
En
declaraciones transmitidas libremente en la Web, la modelo porno Celia Lora
dijo que pidió a un amigo piloto “pendejo” suyo que por favor “matara al Peje”.
La ex diva de Televisa Adela Micha (en la lista de chayoteros del peñismo) soltó
una vulgar carcajada de aprobación. Textual: “Es un pendejo [el amigo piloto]
porque le dije que viniera, pero estaba volando con tu tío el Peje [Presidente
López Obrador], y le dije: Mátalo por favor […] Fíjate, kamikaze, hazlo por el
país, cabrón, pero no, me ignoró” (video en SinEmbargo 21/05/2019).
Las redes sociales no tardaron en
reaccionar. Los defensores de las mujeres dijeron que era una “broma” y que lo
mismo hacen en Estados Unidos; sus críticos argumentaron que confesar deseos de
matar a López Obrador rebasa la libertad de prensa. Las autoridades guardaron
silencio.
Es falso que en Estados Unidos se
permita amenazar de muerte al Presidente. Hacerlo es un delito.
Los
programas satíricos como “Saturday Night Life” o de humoristas que se burlan y
hacen parodias de Trump por su estilo, apariencia, dislates y temperamento,
están protegidos por la libertad de expresión.
En cambio, manifestar deseos de matarlo, no.
El derecho a
la libre expresión no es ilimitado. Hasta ahora no se sabe de alguien que se
haya pasado de chistoso cruzando la raya entre sarcasmo y delito sin
consecuencias.
Cuestión de recordar el sonado caso
de Kathy Griffin. En 2017, la comediante subió a sus cuentas de Instagram y
Twitter una imagen en la que con rostro sombrío sostiene de los pelos la cabeza
ensangrentada de Trump. La grotesca fotografía de un mandatario decapitado
estremeció a propios y extraños. La esposa del Presidente se quejó. Griffin la
quitó y se disculpó. Reconoció que se había extralimitado. Pero la disculpa no
impidió que la CNN la despidiera tachando su comportamiento de “repugnante y
ofensivo”. Lo mismo
hizo la empresa comercial Squatty Potty, donde se desempeñaba como vocera de
marketing, y otras más. De un día a
otro, perdió 70 por ciento de sus amistades y patrocinadores. Se volvió una
papa caliente.
El código penal estadounidense
establece que cualquier persona que “a sabiendas y voluntariamente amenace con
matar, secuestrar o infligir daño corporal” al Presidente, a los ex Presidentes
y altos funcionarios bajo la protección del Servicio Secreto puede ser multada
y encarcelada hasta por cinco años.
El Servicio Secreto respondió a la
broma de Griffin advirtiendo en Twitter que su “poderosa división de
inteligencia” monitorea lo que se dice en las redes sociales para evaluar
amenazas contra los individuos bajo su protección. Subrayó que dichas amenazas
tienen la “más alta” prioridad entre sus investigaciones.
Griffin fue investigada durante dos
meses por el Servicio Secreto y el Departamento de Justicia, periodo en el que
su nombre fue puesto en la lista de personas que no pueden salir o entrar a
Estados Unidos.
También fue marcada por la Interpol y
FiveEyes (pacto de intercambio de inteligencia electrónica de cinco países
anglosajones). El año pasado, Griffin reveló que el Departamento de Justicia
consideró acusarla penalmente de “conspiración para asesinar al Presidente de
Estados Unidos” (The Hill 08/12/2018). No pudieron probar intención. Dos años
después de la foto que le cambió la vida, Griffin apenas empieza a resurgir
profesionalmente.
Comediantes,
actores, artistas, periodistas, columnistas, comentaristas y moneros argumentan
que la provocación es parte de su oficio. Aluden a la libertad de expresión
para proteger lo que hacen y comunicar mensajes políticos. Los tribunales se
inclinan a darles la razón con base en la Primera Enmienda constitucional. Sin
embargo, cuando la amenaza al Presidente está hecha con intención o deseos de
incitar a terceros se corre el riesgo de quedar desprotegidos. El caso de
Griffin fue usado para escarmentar a Hollywood y a los medios de comunicación.
El mensaje fue claro: por más que
detesten a Trump no vamos a tolerar extralimitaciones.
Se desconoce
a ciencia cierta las veces que los presidentes son amenazados. Los tribunales
mantienen reservados los casos para evitar imitadores. De acuerdo al Servicio
Secreto, Bush y Obama recibieron un promedio de 3 mil amenazas al año. Bajo Obama, varios individuos fueron
condenados por amenazarlo de muerte por ser negro. Según datos oficiales, 75
por ciento de las amenazas proviene de enfermos mentales.
¿La amenaza contra AMLO fue
intencionada o una desafortunada expresión de mujeres carentes de sentido
común? Lo sabremos cuando y si los responsables de proteger al Presidente
interrogan a la desnudista, a su amigo piloto a quien pidió matar a AMLO y a la
conductora que festejó lo que dijo. Por lo pronto, lo menos que deben hacer es
disculparse. Una ofensa por donde se le mire.
En un país violento, con índices de
homicidios exorbitantes, con un sistema de procuración de justicia disfuncional
y corrupto, una historia de asesinatos políticos, un Presidente que despierta
pasiones de odio y que ha recibido amenazas de muerte del narco, es arriesgado
quedarse de brazos cruzados.
La vida de López Obrador no es una
broma. El magnicidio es un delito grave. Alentarlo, guasa o no, abona a la
polarización y a un clima toxico donde todo es posible.
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