viernes, 24 de febrero de 2017

Aguas: Peña Nieto toca fondo.

Francisco Ortiz Pinchetti.

La recopilación de los resultados de diversas encuestas recientes sobre la popularidad de Enrique peña Nieto presentada por SinEmbargo.Mx el martes pasado, indica efectivamente que el aporreado hijo de Atlacomulco está en la lona. De plano. Su imagen pública se ubica en los más bajos índices de aprobación de un Presidente de México desde que esas cosas se miden. Todos los sondeos publicados, salvo uno, fijan ese nivel por debajo de los 20 puntos. En el extremo está la encuesta del diario Reforma, que le otorga apenas un 12 por ciento de aprobación. La más benévola resulta la de GEA-ISA, que le pone 32 puntos positivos.

Si bien su imagen en la opinión de los mexicanos venía en caída de tiempo atrás, los especialistas atribuyen el espectacular desplome de las últimas semanas a tres causas: el famoso gasolinazo, la devaluación del peso frente al dólar y la debilidad mostrada por el gobierno ante los embates del deplorable Donald Trump. Aunque efectivamente las dos últimas razones pueden haber influido de manera relativa, pienso que la precipitada desaprobación al mandatario se centra en el alza del precio de las gasolinas adoptado al amanecer de este año. Fundamentalmente, esa es la causa del enojo ciudadano.

Mientras tanto, otras encuestas de índole electoral, muestran al partido del Presidente casi tan abatido como él. El PRI, en efecto, ha pasado a ocupar el tercer lugar en la mayoría de los estudios sobre intención del voto para 2018, mientras despunta Morena, que de hecho desplazó ya del liderato al PAN. Sobre todo en las mediciones que incluyen a posibles candidatos. Andrés Manuel López Obrador sería el vencedor frente a la panista Margarita Zavala Gómez del Campo y el priista Miguel Ángel Osorio Chong. El PRD, con Miguel Ángel Mancera, estaría según esas encuestas prácticamente fuera de combate por ahora.

Ese es hoy más o menos el panorama político electoral que ofrece nuestro país. La pregunta ante esa realidad virtual es si Peña Nieto y su partido tocaron ya fondo en la vorágine de su derrumbe. Mi impresión es que sí, que difícilmente pueden caer más. Y, en cambio, podríamos estar en vísperas del inicio de su recuperación. A pesar de las evidentes torpezas y las presuntas corruptelas y complicidades del mandatario “más repudiado de la historia”. Y aunque no nos guste.

La oposición, toda, se equivoca si da por muerto al aparato gubernamental y a su líder actual, con todo y sus descalabros. Hasta donde es posible escudriñar, el PRI mantiene su históricamente valiosísima unidad y su estructura territorial, sobre todo en regiones tan importantes como el hoy en disputa Estado de México, donde por cierto se dio la designación del candidato priista a gobernador sin sobresaltos ni fisuras. Ojo.

Y cuidado. La excesiva confianza mostrada por algunos analistas políticos críticos del régimen priista y por los propios protagonistas como el tabasqueño López Obrador, en abierta e ilegal campaña proselitista, o el dirigente nacional panista y mañoso precandidato presidencial Ricardo Anaya Cortés, abanderado del “sí se puede”, puede, sí, resultar en un error garrafal.

La convicción de que El Peje será el próximo presidente de la República se extiende ciertamente y el pelotero de Macuspana suma adeptos relevantes a su equipo. Por su parte, los éxitos obtenidos en 2016 (en coalición o en solitario) en siete entidades del país abonan el entusiasmo de los panistas, que se disputan una candidatura presidencial que juzgan prácticamente victoriosa sin percatarse que el fantasma de la división interna se cierne sobre sus ilusiones de volver a Los Pinos. Esos, y lo digo sin ánimo de agua fiestas, pueden ser a la postre espejismos que se estrellen frente a una nueva realidad — todavía no medida por las encuestas– algo más que sorprendente. Y lo más peligroso para uno y otros es que finquen sus posibilidades no en sus propias propuestas y cualidades sino en un derrumbe definitivo del sistema priista, que está por verse. Estamos lejos de poder cantar victoria. Es la pura verdad, aunque nos duela.

Contrario a lo que muchos piensan, considero que Peña Nieto, su gobierno y su partido, han pagado un muy alto costo político por el ajuste a los precios de las gasolinas, pero que ya la libraron. Las protestas callejeras, abundantes, no prendieron en un movimiento multitudinario ni siquiera en la capital del país. El tema poco a poco sale de los medios. Y su utilización electorera por parte de los partidos opositores fue demasiado obvia y acabó por desinflarse

El nuevo mecanismo para la fijación diaria del precio de los combustibles, prevista de tiempo atrás como una etapa indispensable del proceso de la reforma energética, está en marcha. La gente empieza a acostumbrarse, así sea más resignada que convencida. Pronto podríamos ver efectos positivos de la apertura de ese mercado a la libre competencia, incluidos descensos en los precios.

Por lo demás, el tipo de cambio del peso frente al dólar se estabiliza y detiene su alocada caída de los últimos meses. Regresa ya por debajo de los 20 pesos por dólar. El efecto inflacionario del gasolinazo resultó bastante menor que el vaticino de quienes advertían de una catástrofe nacional. La actitud presidencial frente el gorila del Norte es al menos un poco menos tibia y más proactiva y ha recuperado cierta aprobación ciudadana. El panorama en torno a la revisión del Tratado de Libre Comercio (TLC), a pesar de las bravuconadas del Führer gringo, parece menos sombrío y a ratos hasta alentador.

Peña Nieto está ahora a 15 meses de las elecciones presidenciales de 2018. Su mal evaluado gobierno entra en su recta final, que evidentemente incluirá la culminación de proyectos muy importantes y lucidores, como el tren rápido México-Toluca, o avances tangibles en la construcción del nuevo Aeropuerto de la CDMX. Como es de suponerse, echará en el asador toda la carne que le queda. Y todos los recursos de que disponga en propaganda, promoción, estructura, movilización. Campanazos mediáticos como el no tan remoto encarcelamiento del prófugo ex gobernador veracruzano Javier Duarte de Ochoa (y ahora también de su señora esposa) pueden levantar sus bonos de manera significativa.


Ciertamente es una visión optimista, que seguramente pocos, muy pocos comparten. La mayoría pensará exactamente todo lo contrario y vaticinará el derrumbe peñista-priista al grado de su virtual desaparición de la faz de la Tierra. Pienso que una posibilidad de dilucidar ese diferendo está tan cerca como el 4 de junio próximo, cuando se efectúen elecciones estatales en el Estado de México, Coahuila y Nayarit. Serán –particularmente la primera de esas entidades, donde hoy está también el PRI abajo en las encuestas– un buen termómetro a utilizar para medirle el agua a los camotes. Aguas: El dinosaurio puede darnos una nueva sorpresa. 

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