Francisco Ortiz Pinchetti.
La recopilación de
los resultados de diversas encuestas recientes sobre la popularidad de Enrique
peña Nieto presentada por SinEmbargo.Mx el martes pasado, indica efectivamente
que el aporreado hijo de Atlacomulco está en la lona. De plano. Su imagen
pública se ubica en los más bajos índices de aprobación de un Presidente de
México desde que esas cosas se miden. Todos los sondeos publicados, salvo uno,
fijan ese nivel por debajo de los 20 puntos. En el extremo está la encuesta del
diario Reforma, que le otorga apenas un 12 por ciento de aprobación. La más
benévola resulta la de GEA-ISA, que le pone 32 puntos positivos.
Si bien su imagen en la opinión de los mexicanos venía en
caída de tiempo atrás, los especialistas atribuyen el espectacular desplome de
las últimas semanas a tres causas: el famoso gasolinazo, la devaluación del
peso frente al dólar y la debilidad mostrada por el gobierno ante los embates
del deplorable Donald Trump. Aunque efectivamente las dos últimas razones
pueden haber influido de manera relativa, pienso que la precipitada
desaprobación al mandatario se centra en el alza del precio de las gasolinas
adoptado al amanecer de este año. Fundamentalmente, esa es la causa del enojo
ciudadano.
Mientras tanto, otras
encuestas de índole electoral, muestran al partido del Presidente casi tan
abatido como él. El PRI, en efecto, ha pasado a ocupar el tercer lugar en la
mayoría de los estudios sobre intención del voto para 2018, mientras
despunta Morena, que de hecho desplazó ya del liderato al PAN. Sobre todo en
las mediciones que incluyen a posibles candidatos. Andrés Manuel López Obrador
sería el vencedor frente a la panista Margarita Zavala Gómez del Campo y el
priista Miguel Ángel Osorio Chong. El PRD, con Miguel Ángel Mancera, estaría
según esas encuestas prácticamente fuera de combate por ahora.
Ese es hoy más o menos el panorama político electoral que
ofrece nuestro país. La pregunta ante
esa realidad virtual es si Peña Nieto y su partido tocaron ya fondo en la
vorágine de su derrumbe. Mi impresión es que sí, que difícilmente pueden
caer más. Y, en cambio, podríamos estar en vísperas del inicio de su
recuperación. A pesar de las evidentes
torpezas y las presuntas corruptelas y complicidades del mandatario “más
repudiado de la historia”. Y aunque no nos guste.
La oposición, toda, se equivoca si da por muerto al aparato
gubernamental y a su líder actual, con todo y sus descalabros. Hasta donde es
posible escudriñar, el PRI mantiene su
históricamente valiosísima unidad y su estructura territorial, sobre todo en
regiones tan importantes como el hoy en disputa Estado de México, donde por
cierto se dio la designación del candidato priista a gobernador sin sobresaltos
ni fisuras. Ojo.
Y cuidado. La
excesiva confianza mostrada por algunos analistas políticos críticos del
régimen priista y por los propios protagonistas como el tabasqueño López
Obrador, en abierta e ilegal campaña proselitista, o el dirigente nacional
panista y mañoso precandidato presidencial Ricardo Anaya Cortés, abanderado del
“sí se puede”, puede, sí, resultar en un error garrafal.
La convicción de que El Peje será el próximo presidente de
la República se extiende ciertamente y el pelotero de Macuspana suma adeptos
relevantes a su equipo. Por su parte, los éxitos obtenidos en 2016 (en
coalición o en solitario) en siete entidades del país abonan el entusiasmo de
los panistas, que se disputan una candidatura presidencial que juzgan
prácticamente victoriosa sin percatarse que el fantasma de la división interna
se cierne sobre sus ilusiones de volver a Los Pinos. Esos, y lo digo sin ánimo
de agua fiestas, pueden ser a la postre espejismos que se estrellen frente a
una nueva realidad — todavía no medida por las encuestas– algo más que
sorprendente. Y lo más peligroso para uno y otros es que finquen sus
posibilidades no en sus propias propuestas y cualidades sino en un derrumbe
definitivo del sistema priista, que está por verse. Estamos lejos de poder
cantar victoria. Es la pura verdad, aunque nos duela.
Contrario a lo que
muchos piensan, considero que Peña Nieto, su gobierno y su partido, han pagado
un muy alto costo político por el ajuste a los precios de las gasolinas, pero
que ya la libraron. Las protestas callejeras, abundantes, no prendieron en un
movimiento multitudinario ni siquiera en la capital del país. El tema poco a
poco sale de los medios. Y su utilización electorera por parte de los partidos
opositores fue demasiado obvia y acabó por desinflarse
El nuevo mecanismo para la fijación diaria del precio de los
combustibles, prevista de tiempo atrás como una etapa indispensable del proceso
de la reforma energética, está en marcha. La
gente empieza a acostumbrarse, así sea más resignada que convencida. Pronto
podríamos ver efectos positivos de la apertura de ese mercado a la libre
competencia, incluidos descensos en los precios.
Por lo demás, el tipo de cambio del peso frente al dólar se
estabiliza y detiene su alocada caída de los últimos meses. Regresa ya por
debajo de los 20 pesos por dólar. El efecto inflacionario del gasolinazo
resultó bastante menor que el vaticino de quienes advertían de una catástrofe
nacional. La actitud presidencial frente el gorila del Norte es al menos un
poco menos tibia y más proactiva y ha recuperado cierta aprobación ciudadana.
El panorama en torno a la revisión del Tratado de Libre Comercio (TLC), a pesar
de las bravuconadas del Führer gringo, parece menos sombrío y a ratos hasta
alentador.
Peña Nieto está ahora a 15 meses de las elecciones
presidenciales de 2018. Su mal evaluado gobierno entra en su recta final, que
evidentemente incluirá la culminación de proyectos muy importantes y lucidores,
como el tren rápido México-Toluca, o avances tangibles en la construcción del
nuevo Aeropuerto de la CDMX. Como es de
suponerse, echará en el asador toda la carne que le queda. Y todos los recursos de que disponga en
propaganda, promoción, estructura, movilización. Campanazos mediáticos como el
no tan remoto encarcelamiento del prófugo ex gobernador veracruzano Javier
Duarte de Ochoa (y ahora también de su señora esposa) pueden levantar sus bonos
de manera significativa.
Ciertamente es una visión optimista, que seguramente pocos,
muy pocos comparten. La mayoría pensará exactamente todo lo contrario y
vaticinará el derrumbe peñista-priista al grado de su virtual desaparición de
la faz de la Tierra. Pienso que una posibilidad de dilucidar ese diferendo está
tan cerca como el 4 de junio próximo, cuando se efectúen elecciones estatales
en el Estado de México, Coahuila y Nayarit. Serán –particularmente la primera
de esas entidades, donde hoy está también el PRI abajo en las encuestas– un
buen termómetro a utilizar para medirle el agua a los camotes. Aguas: El
dinosaurio puede darnos una nueva sorpresa.
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