Salvador
Camarena.
Hace cosa de
dos semanas se vio por las redes sociales a colegas celebrando a colegas por
haber ganado el 'premio nacional de periodismo'. Alguien me preguntó, ¿ese es EL premio nacional de periodismo? Sí y no,
respondí.
Sí es un
premio nacional de periodismo, intenté explicarme, porque se reparte en la
capital. Y ya se sabe que todo lo que hacemos en la ciudad de México es tan
pero tan importante, no, que de inmediato lo subimos a la categoría de
nacional.
Además, es
el premio nacional de periodismo porque lo ganan medios y periodistas,
mayormente, de la capital (Ídem: si les ocurre a los del ex-DF, entonces es
nacional).
Y es el premio nacional de periodismo
porque así lo llaman los colegas que lo otorgan (el llamado Club de
Periodistas) y así lo asumen quienes lo reciben (yo mismo en alguna ocasión).
Todos felices con llevarse a casa un premio nacional.
Pero no es
EL premio nacional de periodismo porque ese se entrega en otras fechas, con
Paloma Pisapapeles de Juan Soriano y toda la cosa (entiéndase un cheque), y lo
organizan –luego de la primera era priista– universidades que mediante un
jurado de colegas integrado exprofeso y con representación (ese sí) regional,
decide los galardones para las distintas categorías.
¿Entonces?
Entonces lo que ocurre es que hay varios premios nacionales de periodismo
porque ni en eso nos ponemos de acuerdo los periodistas mexicanos, no somos
buenos para tener un único y por tanto dueño de total prestigio, premio
nacional de periodismo.
Este botón de muestra de falta de
integración gremial tiene su lado más lamentable en la evidente incapacidad de
los periodistas por hacer valer la demanda de justicia para compañeros
asesinados o amenazados. Es más, ni siquiera hemos logrado incomodar al poder
en agresiones 'bien nacionales' –es decir, cuando las víctimas han sido colegas
conocidos, respetados y queridos en todos lados– como fueron los asesinatos de
Miroslava Breach y Javier Valdez en 2017.
Ni cuando nos matan nos importa lo
suficiente como para dejar la desunión y la desconfianza. Ni siquiera ante tan
arteros crímenes logramos que nuestros medios se interesen, como entidades
mercantiles y actores de la dinámica social que son, en hacer más fuerte, e
ineludible, el reclamo.
Entonces, cada quien sus premios… y
sus muertos. Porque no son ni los premios ni los muertos de toda la prensa, de
toda la industria de los medios.
Ahí comienza
otro debate: ¿Existe una industria de
medios en México? Existen, qué duda cabe, un par de grandes compañías de
televisión, algunas cadenas de radio nacionales y regionales, algunos canales
en cable, un puñado de portales, y (si me apuran) una docena de periódicos
dignos de ese nombre (no todos, por supuesto en la capital).
Esos medios atestiguan hoy en total
mutismo el intento de asonada del PRI gobierno y partidos paleros, que buscan
un albazo para aprobar una ley de publicidad oficial que no cambia el modelo
discrecional mediante el cual el gobierno de Enrique Peña Nieto ha repartido 40
mil millones de pesos en este sexenio.
Ese dinero
podría tener un mejor fin, en los medios y fuera de ellos. Y sobre todo podría
gastarse con criterios públicos de idoneidad y pertinencia, podría servir para
que los mexicanos tengan mejor información y más variada, es decir una mejor
prensa.
Pero el gobierno pretende lo
contrario. Quiere el control sobre los medios que le da ese dinero
discrecional. Y los medios tampoco buscan un cambio. Nada de someterse a la
medición de tirajes, audiencias, influencia, etcétera. Nada de ser una
industria con métricas profesionales como el siglo XXI manda.
Mejor ser una prensa débil a fuerza
de billetazos, con hartos premios… aunque hartos muertos también.
Más sobre la
intentona gubernamental http://publicidadoficial.com.mx/predictamen-de-ley-de-comunicacion-social-atenta-contra-medioslibres/
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