Por Dolia
Estévez.
El domingo,
millones de mexicanos tendrán la mirada fija en las pantallas de televisión a
la espera de que Roma, el filme de Alfonso Cuarón, haga historia alzándose con
el Óscar a Mejor Película. No voy a pronosticar qué va a pasar. Eso se los dejó
a los expertos. Me concentraré, en lugar, en dos aspectos que tienden a
perderse en medio del entusiasmo: las campañas de marketing y el factor
político.
Desde que
Roma hizo historia con nominaciones a diez categorías, incluida a mejor
película, Netflix se ha rasgado las vestiduras—literalmente—para tratar de
manipular a los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas a
favor de la cinta mexicana. Contrató a un agresivo equipo de publicistas
especializado en premiaciones para que lanzara una monumental campaña, tachada
de “exagerada” por The New York Times. Si bien es cierto que ningún filme gana
sin que las empresas productoras inviertan millones, este año Netflix lleva la
delantera. Ha gastado entre 25 y 30 millones de dólares en promover a Roma, muy
por encima de los 15 millones de dólares que costó filmarla. En contrapartida,
Warner Bros. invirtió 20 millones en publicidad para A star is Born y Disney
algo similar para Black Panther. El gasto de Netflix es considerado el empeño
de marketing más grande de la historia para una cinta de habla no inglesa.
Y es que la
pelea por los votos de la Academia este año es más intensa debido a que no hay
un claro puntero. Roma, BlacKkKlansman, Green Book y Black Panther están
envueltos en un feroz duelo por el premio a Mejor Película.
La suerte de
la cinta la determinarán los votos de 7 mil profesionales anónimos de la
industria–actores y directores incluidos—que forman la Academia. Mientras que
el Óscar para Mejor Director lo eligen sólo directores, y para mejor actor y
actriz, sólo actores y actrices, la Mejor Película es elegida por el pleno de
la Academia, es decir, por todos sus miembros. De ahí el esfuerzo de Netflix
para tratar de persuadirlos. Desde agosto pasado, miembros selectos de la
Academia han sido invitados a recepciones animadas por Angelina Jolie y
Charlize Theron y presentaciones especiales con la participación de Cuarón y el
reparto. Han sido objeto de todo tipo de obsequios como proyecciones digitales,
ediciones de libros de imágenes de lujo y hasta chocolates mexicanos con la
marca Roma.
En la
carrera por el Óscar, Netflix tiene más que ganar o, en su defecto, más que
perder. Roma es una apuesta arriesgada. No sólo es una cinta que no es de
género, en blanco y negro, filmada en español y mixteco, actuada por un elenco
prácticamente desconocido y con una protagonista indígena con cero trayectoria
sino que su difusión se ha limitado principalmente a la plataforma de streaming
de Netflix. Sólo 250 cinemas comerciales la han presentado al público en
Estados Unidos desde noviembre. La premiación a Roma a Mejor Película puede
poner a Netflix al mismo nivel de las gigantes cinematográficas y fortalecerla
ante proveedores de plataformas de streaming rivales. Ningún largometraje
extranjero ha sido premiado en la categoría de Mejor Película. Roma no es una
cinta que apela al gusto del grueso de los estadounidenses. Les resulta lenta y
con imágenes y sutilezas esotéricas perceptibles sólo por mexicanos. No se
conectan fácilmente. Roma, de ganar la estatuilla, pondría fin al debate sobre
qué constituye un filme.
Hay otro
elemento que puede resultar decisivo en la elección: el factor político. Sabido
es que la mayoría de los hombres y mujeres que asistirán a la edición 91 de los
Premios Óscar, detestan las políticas de Donald Trump. Cuestión de ver la
despiadada interpretación que hace Alec Baldwin de un Trump cada vez más fuera
de quicio en “Saturday Night Live”. Trump, quien recientemente declaró una
falsa emergencia nacional para justificar fondos para su muro con México, puede
terminar siendo el fiel de la balanza que incline el Óscar a favor de Roma. Con
una Roma victoriosa, la Academia estaría diciendo: no al racismo, no al muro.
El arte y la ciencia no tienen fronteras.
En 2017,
luego de que Trump emitió una polémica orden ejecutiva prohibiendo la entrada a
los musulmanes a Estados Unidos, la Academia entregó el Óscar de Mejor Película
Extrajera a The Saleman. Su director, el iraní Asghar Farhadi, no asistió a la
ceremonia, “por respeto al pueblo de mi país”. Algo parecido pasó el año pasado
con Coco, premiada a mejor película animada por realzar la cultura y
tradiciones del país que Trump insiste en estigmatizar como expulsor de
delincuentes.
Si la cinta
dirigida y escrita por Cuarón resulta premiada en la categoría de Mejor
Película y, en un extraordinario golpe de suerte, Yalitza Aparicio en la
categoría de Mejor Actriz, Hollywood habrá hecho historia con un veredicto
irrevocable: Roma es una obra maestra y nuestra “pinche india” una gran actriz.
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