Por Dolia
Estévez.
Una de las características
principales de un “Tribunal de Canguro”, o Kangaroo Court, es la negativa de
los fiscales a admitir pruebas y testimonios que puedan ayudar a la defensa del
acusado. El concepto se usaba para describir los juicios a modo de extranjeros
en California en los 1800 en los que los acusadores se “saltaban, como
canguros”, evidencia favorable al acusado. El uso del término no ha perdido
vigencia.
Joaquín “El Chapo” Guzmán, cuyo
juicio en Nueva York concluyó esta semana, fue sometido a un “Tribunal de
Canguro”. A lo largo de 11 semanas, los fiscales del Departamento de Justicia
se negaron sistemática y tajantemente a considerar testimonios que aludieran a
la corrupción de agentes judiciales de Estados Unidos y a la colusión con el
narcotráfico de políticos, policías y militares mexicanos.
Con la anuncia
del juez, los denunciantes también
evitaron que se corroborara un secreto a voces: que los agentes de la DEA, el
FBI, la CIA y la ATF se mueven como “Pedro por su casa” en México. No sólo
andan armados hasta los dientes sino dirigen operativos que los mexicanos
acatan con obediencia y servilismo. La Constitución Política de México prohíbe
de manera tajante a los agentes y militares extranjeros la portación de armas
de fuego dentro del territorio nacional.
Durante la
querella, los fiscales y el juez se
“saltaron” testimonios sobre sobornos a agentes de la DEA; la venta de aviones
de la CIA al narco; la participación directa de un agente armado de la DEA,
junto con cinco drones estadounidenses, en la captura del “Chapo”; un presunto
arreglo entre “El Vicentillo” Zambada y la DEA previo a su detención; versiones
de que fue “El Chapo” quien puso en contacto a “El Vicentillo” con la DEA y
sobre el operativo Rápido y Furioso mediante el cual el Departamento de Justicia
introdujo ilegalmente miles de armas de fuego a México.
No sólo eso.
La Fiscalía intervino agresivamente para
impedir que los abogados defensores del capo interrogaran a su ex socio, el
colombiano Alex Cifuentes, quien afirmó haber oído al “Chapo” decir que sobornó
a Enrique Peña Nieto en 2012. Los personeros del Gobierno estadounidense
argumentaron que los abogados del “Chapo” buscaban crear un “espectáculo
público”, y “dañar las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y gobiernos
extranjeros”, así como la imagen pública del mandatario mexicano responsable de
haberlo extraditado, es decir, Peña Nieto. El juez estuvo de acuerdo en que las
imputaciones sin pruebas contra personajes ajenos al caso no eran relevantes.
Sin embargo,
“El Chapo” no construyó en el vació lo
que la DEA describe como el imperio criminal más grande en tiempos modernos.
Afuera de las puertas de la corte neoyorquina, día a día se va envalentonado el
cartel de los bancos narco lavadores, y los ejércitos mercenario de agentes de
bienes raíces y abogados. En los 36 día del juicio, tampoco se mencionó, ni de
pasada, la enfermiza adicción de los estadounidenses sin la cual “El Chapo” no
sería nadie. El elefante en el cuarto.
Pero no fueron los “saltos de
canguro” lo que ocupó la atención mediática sino las tramas de sangre, sexo,
dinero y traición; la narrativa con precisión cinematográfica de sicarios
enterrados vivos, rivales torturados hasta parecer muñecos de trapo,
contrincantes quemados en hogueras, túneles sofisticados, pistolas con
diamantes incrustados, latas de jalapeños rellenas de cocaína, cirugías
plásticas y huidas sin calzones.
“Joaquín, completamente desnudo, se
echó a correr y nos dejó ahí”, narró Lucero Sánchez López, la ex amante del
capo mejor conocida como “Chapodiputada”. La mujer, cuyo tic facial la tensión
exacerbó, estalló en llanto incontrolable al evocar su amor por El Chapo.
Al día
siguiente, Emma Coronel, la protagónica
narco esposa del “Chapo” que presenció impávida el drama de su rival, llegó
ataviada con un blázer de terciopelo burdeos en perfecta sintonía con el que
vestía el acusado. Parecían decir, “unidos somos narco realeza, tu una simple
plebeya”. La destinataria del subliminal mensaje parecía empequeñecida en su
frugal uniforme de prisionera color gris.
En la
audiencia del lunes, entre el público destacaba Alejandro Edda, actor mexicano
que protagonizó al capo en la serie Narcos México de Netflix. Actor y acusado
intercambiaron sonrisas. Edda declaró que estaba allí para observar los gestos
y el lenguaje corporal del personaje que volverá a interpretar en la segunda
temporada de la serie Narcos México.
El espectáculo en Nueva York
acrecentó la obsesión de Hollywood por los carteles. Para desgracia nuestra,
los capos se han vuelto la imagen dominante del mexicano en las pantallas
grande y chica. Series como La Reina del Sur, y filmes como Sicario: Day of the
Soldado, con sus tatuajes y acentos fingidos, y estereotipos vulgares, han
hecho del mexicano el villano favorito de lo que Benicio del Toro llama el
“nuevo Western”.
El extraordinario acervo de pruebas
desahogadas durante el juicio y los demoledores testimonios de 56 testigos,
dejan pocas dudas de que el capo de Sinaloa será hallado culpable. Durante 10
años, las agencias policiacas y de inteligencia estadounidenses, no escatimaron
esfuerzo en armar un caso épico y único en la historia de la persecución del
crimen organizado. Con todo, el juicio mostró un retrato parcial. Una película
blanco y negro, de buenos contra malos, que da crédito a la visión maniquea de
la retórica política de bad hombres contra good hombres.
Con
información de The New York Times, Proceso y Vice.
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