Por Jorge
Zepeda Patterson.
Me cuesta
trabajo empatar al mandatario que oímos durante la toma de posesión, con el que
hemos escuchado los últimos días. Hace cuatro meses Andrés Manuel López Obrador
afirmó que deseaba ser un buen Presidente para todos los mexicanos, para los
que habían votado por él y para los que no habían votado por él; su ejemplo era
Benito Juárez, dijo, y aspiraba como el benemérito a convertirse en un
verdadero estadista.
Pero no veo
cómo un estadista cometería la bravuconería de mandar de nuevo los mismos doce
candidatos para un comité de regulación que los senadores ya rechazaron porque
sus perfiles carecían de experiencia mínima o de la imparcialidad requerida. Un
acto que entenderíamos en Donald Trump, pero no en un jefe de estado que
aseguró que gobernaría con todas las fuerzas políticas.
Tampoco veo
a Benito Juárez llamando mascotas o animalitos a los pobres que necesitan
ayuda. Hay razones morales, humanas y políticas para trabajar a favor de los
que más necesitan, pero ningún político que se precie recurriría a las razones
que se desprenden de las palabras del Presidente. Me recuerda el exabrupto de
Vicente Fox cuando se refirió a las mujeres como lavadoras de dos patas en
supuesta alusión meritoria a su laboriosidad, sin darse cuenta de la
descalificación grosera que su frase entrañaba. Es obvio que López Obrador no
pretendió ofender a los pobres, pero terminó haciéndolo. En Vicente Fox, un
empresario lenguaraz metido a la política no extraña la falta de oficio. Pero
resulta inexplicable que alguien que durante tantos años ha hablado de los
pobres cometa un desliz tan absurdo. La compasión por los animalitos a la que
se refiere nace del sentido de responsabilidad que debemos experimentar frente
a un ser que de alguna manera es inferior a nosotros. Un lenguaje similar al
que esgrimían los misioneros en la Colonia para proteger a los indígenas.
Y a
propósito de la Colonia, tampoco me parece lógico que un mandatario tan
comprometido con los profundos problemas que padece México tan consiente de las
enormes dificultades que tiene por delante, se desgaste en infiernillos con el
pleito gratuito que significa exigir públicamente una disculpa al Vaticano y a
la corona española por las atrocidades cometidas en contra de las sociedades
prehispánicas hace 500 años. Lázaro Cárdenas, otro de sus referentes, expropió
el petróleo en respuesta al abuso de las transnacionales, pero no se metió en
pleitos verbales innecesarios solo para darse la frívola satisfacción de
enardecer a la tribuna.
Este sábado
en un mitin sometió a consulta pública, mediante mano alzada, si debía o no
contestar a Donald Trump, quien amenazó con cerrar la frontera en caso de que
México no haga algo para detener las marchas de centroamericanos. Es un tema
complejo y delicado que exige a nuestro mandatario a actuar con responsabilidad
y prudencia. Por lo mismo resulta inquietante, por decir lo menos, que aborde
el asunto entre chacoteos con tres o cuatro mil simpatizantes en una plaza de
Poza Rica.
López
Obrador fue un líder opositor responsable y leal a sus causas más profundas a
lo largo de varias décadas. Se puede estar en desacuerdo con algunas de sus
ideas o sus métodos, pero nadie le puede regatear una profunda entrega a sus
causas y convicciones. Es desconcertante este súbito engolosinamiento con el
poder que le lleva a exhibir arranques altaneros y perder el olfato político
que siempre le caracterizó.
Durante
muchos años habíamos estado esperando a que llegase a la presidencia una fuerza
política capaz de dar prioridad al combate a la pobreza, a la desigualdad y la
injusticia social. No tengo duda de que esas son las pulsiones fundamentales
que han impulsado a López Obrador a lo largo de su carrera. Tomó posesión
asegurando que tenía prisa por atacar estos problemas y convocó a todos los
actores y fuerzas sociales y políticas a sumarse a la causa de México. Nos
exhortó a creer que la 4T era posible porque haría un gobierno generoso y
propositivo.
¿Por qué
ahora este afán pendenciero, esta calificación de fifí a los que no piensan
como o él, esta burla machacona, frívola y triunfalista cuando se había
autodefinido como siervo de la Nación?
Durante
treinta años López Obrador vio lo que el poder hizo con gobernadores y
presidentes, quienes terminaron creyendo que la única verdad era el aplauso de
sus públicos cautivos. Espero que esté en condiciones de reconocer las primera
señales de lo que el poder pueda provocar en él y en contra de la oportunidad
histórica que tiene en sus manos.
No
necesariamente coincidía en todo lo que planteó aquél 1 de diciembre, pero
extraño al Presidente de las primeras 24 horas y ciertamente no me enorgullezco
del Presidente de los últimos días.
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