Raymundo
Riva Palacio.
Lo que
sucedió hace dos semanas en Culiacán aún no termina de conocerse. El gobierno
no acaba de cuadrar su mensaje y esta semana prometió dar a conocer la línea de
tiempo de cómo se dieron las cosas aquel jueves negro, cuando la captura de uno
de los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán provocó una batalla de alrededor de
cuatro horas hasta que desde la Ciudad de México, pese a que los comandos
paramilitares del Cártel de Sinaloa no habían podido rescatar a su jefe, dieron
la orden de rendirse.
Una
reconstrucción de cómo fue la batalla, realizada por personas con acceso a lo
que sucedió en Culiacán, arroja alguna luz a una operación que sigue en la
oscuridad. El comando que vigiló la casa de Ovidio Guzmán López –cuya ubicación
fue proporcionada por la DEA–, pertenece al Grupo de Análisis de Información
del Narcotráfico, dependiente de la Secretaría de la Defensa, que dirigió hace
varios años el comandante de la Guardia Nacional, el general Luis Rodríguez
Bucio. El perímetro de seguridad –que sí se instaló, contra la primera versión
publicada en este espacio–, estuvo a cargo de militares, también con larga
experiencia en este tipo de acciones.
La
comprobación de que Guzmán López había llegado a esa casa con su familia fue a
las 13 horas, tiempo del Pacífico –una más en el centro del país–, y
solicitaron el apoyo de expolicías federales de la División Antidrogas, con dos
décadas de experiencia en operaciones contra objetivos de alto impacto. Los
exfederales, acompañados de militares, lo detuvieron sin disparar un tiro, en
un fraccionamiento en la zona del Malecón, y lo mantuvieron solo, en la sala de
su casa. Le tomaron fotografías, y durante cuatro horas esperaron la orden de
cateo para concluir la misión. La operación de captura comenzó a partir de las
14:30 horas y pocos minutos después comenzaron los intentos de rescate, que
provocaron balaceras en varios puntos de la capital sinaloense.
El perímetro
de seguridad se tendió entre 100 y 150 metros del punto del objetivo, y
lograron frenar los ataques de los comandos del narco. Un funcionario confirmó
que cuando no pudieron horadar el perímetro de seguridad y se empezaron a
movilizar refuerzos militares hacia Culiacán, iniciaron el ataque al cuartel
general del Ejército, sede del Batallón 94 de Infantería, y a dos unidades
habitacionales militares en esa capital, con cerca de 70 departamentos.
Mensajes de
radio transmitidos por WhatsApp por los agresores interceptados por el
Ejército, registraron las amenazas de “levantar” mujeres y niños familiares de
los militares y matarlos, incluso. Las alarmas en las unidades habitacionales,
con lo que se inicia el protocolo de defensa contra un ataque, sonaron poco
antes de las 15 horas. El primer ataque contra instalaciones militares se dio a
las 15:05 horas, en el Área de Operación, el cuartel general, en el centro de
la ciudad.
En la
colonia 21 de Marzo, donde se encuentra una unidad habitacional a siete
kilómetros del cuartel general, el ataque comenzó a las 15:50 horas, al llegar
los comandos del cártel, que dispararon ráfagas con AK-47 y lanzaron dos
granadas de 40 milímetros, que no explotaron, porque no les quitaron el
dispositivo de seguridad. Ahí mismo entraron en un departamento, pero la esposa
de un militar se escondió con éxito en un clóset. Esa unidad está protegida
sólo por una malla ciclónica. En la colonia Guadalupe, a tres kilómetros del
cuartel general, las ráfagas de metralleta contra la unidad habitacional se
impactaron en el muro que la rodea, y se está tratando de determinar si balazos
en vehículos dentro de la unidad, fueron realizados durante ese ataque.
El asalto
contra las instalaciones militares, para obligar a los militares a retirarse de
sus puestos e ir en busca de sus familias, fue acompañado de levantamientos de
soldados. Un sargento, que estaba de vacaciones, fue levantado en las calles en
Culiacán. En Costa Rica, sindicatura de Culiacán, dos pelotones del Ejército
llegaron en vehículos con mantas en los costados que decían Plan DN-III, que
iban a apoyar la seguridad de la caseta de cobro de la carretera a Mazatlán, y
confundieron en un principio a los sicarios con policías judiciales estatales,
al verlos vestidos de negro, como usualmente lo hacen.
Cuando se
acercaron y vieron las AK-47, descubrieron que eran sicarios. Ahí capturaron a
un oficial y cuatro soldados, y se llevaron dos vehículos del Ejército, una
Cheyenne y un Humvee. En Limón de los Ramos, otra sindicatura de Culiacán, en
la caseta de cobro para Guamuchil, levantaron otros dos soldados. Un oficial
más fue privado de su libertad en una de las unidades habitacionales.
La batalla
en Culiacán se dio en las calles, mientras el grupo de agentes que capturaron a
Guzmán López esperaba la orden de cateo –solicitada antes de la captura– y la
extracción en el helicóptero artillado Blackhawk de la Secretaría de Seguridad
y Protección Ciudadana, para proceder.
Habían
pasado cuatro horas desde que se iniciaron las balaceras, e Iván Archivaldo
Guzmán, hermano de Ovidio, habló por radio con el grupo que lo tenía y exigió
su liberación a cambio de la vida de militares y familiares. Nadie ahí tenía la
autoridad para tomar esa decisión y siguieron resistiendo, porque los refuerzos
militares no pudieron penetrar los dos círculos de defensa de los paramilitares
del cártel fuera de la ciudad.
La exigencia
de Iván Archivaldo se hizo del conocimiento del general Rodríguez Bucio, quien
informó a sus superiores. Nunca llegó el helicóptero para sacar a Guzmán López,
ni los refuerzos para la extracción, ni la orden de cateo. Lo único que llegó
fueron el cese al fuego y la orden transmitida por los militares: liberen al
objetivo.
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