Javier Risco.
No sé por
qué parecería que hablar de corrupción es hablar en abstracto, de un mal ajeno,
de un cáncer que puede desaparecer por decreto y que el perdón viene acompañado
de un desconocimiento real de sus consecuencias.
El actual
Presidente trabaja en Palacio Nacional en gran parte para convencer a millones
de mexicanos que pueden ponerle casi cualquier adjetivo, excepto el de
“corrupto”, él no tiene una casa blanca, ni siquiera un Jetta blanco, nada,
López Obrador lleva al extremo el pecado de lo que significa ser un consumista
en pleno siglo XXI, el Presidente no tiene nada que le pertenezca. En su
declaración 3de3 se confirma su condición de monje franciscano, todo lo
material le es ajeno, no aspira a tener nada porque como gran parte de su vida
ha vivido del erario no es capaz de caer en la tentación. Así que no conoce
grises, él es de extremos, no soy corrupto porque nada me pertenece. Esa es su
lógica y le ha funcionado al menos como candidato, ¿qué pasará como Presidente?
Él ha hecho, al menos en el discurso
en estos primeros 60 días, una política de “borrón y cuenta nueva”, así lo ha
señalado en varias ocasiones. “Es un perdón, es un perdón, así, eso es lo que
se está planteando, es decirle al pueblo de México: ‘punto final, que se acabe
la historia trágica, horrenda, de corrupción, de impunidad, que se acabe la
política antipopular, entreguista y que comencemos una etapa nueva, que ya
inicie una nueva historia’ (…). Y que hacia adelante no haya perdón para ningún
corrupto, que ya no se perdone a nadie y que se puede juzgar al Presidente si
es corrupto, a sus funcionarios, a sus familiares, y que se destierre la
corrupción de México para siempre, ese es mi planteamiento”.
Pero dejemos de lado este
planteamiento, no podemos seguir dejando en el imaginario a la “corrupción, hay
índices que nos ponen en una posición infame respecto al mundo. El cambio en
estos indicadores son los que nos permitirán ir midiendo la efectividad de la
lucha contra este mal, que nos cuesta miles de millones de pesos anuales,
iniciada el 1 de diciembre pasado por el nuevo gobierno, así que ¿cómo está la
corrupción a la llegada de AMLO? Según el Índice de Percepción de la Corrupción
2018, publicado ayer y hecho por Transparencia Internacional, México cayó tres
lugares más, ubicándose en la posición 138 de 180. Vamos de mal en peor: los 28
puntos que México obtuvo en el IPC lo colocan en el último lugar de entre los
miembros de la OCDE; en la región, México se ubica en el piso, sólo por encima
de Guatemala y Nicaragua; en la lista de países del G20 también ocupamos el
último lugar. Nada nos sorprende.
Transparencia
Mexicana le da una ruta al gobierno entrante, el diagnóstico es contundente: “El grueso de las medidas adoptadas por
este país son de carácter preventivo, y muchas de ellas han resultado
ineficaces. En contraste, un número limitado de las acciones anticorrupción en
México conducen a la sanción, la recuperación de activos robados o la
reparación del daño a las víctimas”. El propio Eduardo Bohórquez, director de
la oficina en México de Transparencia Internacional, señala: “Las medidas
preventivas tomadas hasta ahora pierden efectividad cuando quienes participan
en las redes de corrupción saben bien que no serán sentenciados y que podrán
mantener los recursos desviados del erario público”. La impunidad nos mantiene
en el sótano.
Las recomendaciones hechas por esta
organización a este gobierno, que ojalá adopte, pasan por la consolidación del
Sistema Nacional Anticorrupción, haciendo los nombramientos necesarios;
orientar la política anticorrupción hacia la sanción y la recuperación de
activos, y desmantelar las redes anticorrupción que gozan de protección
política.
Así toma la estafeta en materia de
corrupción el nuevo Presidente, ojalá sea nuestro fondo. La primera revisión
será en enero de 2020, por lo pronto hay mucho trabajo por delante en materia
de fortalecimiento de instituciones, no alcanzan sólo las intenciones de
confiar en un pueblo bueno.
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