Por Jorge Zepeda Patterson.
Todo poder
necesita un contrapoder o de lo contrario se hace absoluto. A Dios hubo que
inventarle Satanás, al Rey el Parlamento, a Bill Gates de Microsoft Apple de
Steve Jobs, al Real Madrid el Barcelona. El triunfo arrollador de López
Obrador, sus mayorías en las Cámaras y sus astronómicos niveles de aprobación
entre las masas requieren también de contrapesos que le ofrezcan
retroalimentación y contención, le exijan mejorarse a sí mismo y le hagan
corregir errores o excesos.
El problema
es que no se observa ninguna entidad con los tamaños o los méritos para
convertirse en rival capaz de subirse al ring o poner a prueba al soberano.
Adversarios hay, desde luego, pero están muy disminuidos políticamente o
muestran una moralidad aboyada frente a la opinión pública.
Para
empezar, los partidos políticos tradicionales se encuentran totalmente
desdibujados. Como fuerza electoral son punto menos que membretes en el sentido
de que Morena arrasaría en cualquier elección que se celebre en este momento y
lo veremos muy pronto en el caso de Puebla. Desde luego esos partidos poseen
todavía la mayoría de las entidades federativas, pero la real politik obliga a
los gobernadores a negociar unilateralmente con el Presidente y al margen de su
partido debido a la vulnerabilidad presupuestal, a la necesidad de seguridad
pública federal y al hecho de que muchos de ellos bregan con congresos locales
en manos de Morena.
En términos
de prestigio o calidad moral, la posibilidad de que PRI, PAN, PRD o PVEM lancen
reivindicaciones exitosas en nombre del interés público es aún más raquítica.
El rechazo del PAN a la presencia de los militares o la exigencia de más
transparencia por parte del PRI es más un chiste irónico que un acto político.
Toda crítica que enarbolen termina poniendo sobre la mesa lo que hicieron o
dejaron de hacer cuando estuvieron en el poder e invariablemente la comparación
les deja mal parados.
Por razones
similares muchos de los organismos autónomos carecen también del suficiente
crédito moral. Algunos porque fueron penetrados ostensiblemente por intereses
del sector que en teoría deberían regular, otros porque sus miembros se
rodearon de groseros privilegios económicos y canonjías, algunos más
simplemente porque fueron demasiado tibios frente a los terribles excesos de
corrupción y abuso de la administración anterior.
Esta última
crítica se hace hoy a diversos organismos de la sociedad civil, a columnistas
que flagelan al presidente, y a intelectuales que si bien hicieron
cuestionamientos a las irregularidades de la gestión de Peña Nieto y a las
incapacidades de Calderón y Fox, terminaron conviviendo y, en ocasiones,
beneficiándose de sus relaciones con el poder. En todo caso, estuvieron lejos
de mostrar el radicalismo que hoy exhiben frente a la andanada de cambios que
propone la 4T.
Este fin de
semana se anunció la formación de un grupo opositor de procedencia variopinta:
incluye a políticos (Javier Corral y Miguel Alfaro, gobernadores de Chihuahua y
Jalisco respectivamente, Cecilia Soto, Salomón Chertorivski, Jorge Castañeda,
Emilio Álvarez Icaza, Agustín Basave, Luis Colosio Rojas), a empresarios
(Gustavo de Hoyos y José Luis “Chacho Barraza), a escritores (Juan Villoro y
Héctor Aguilar Camín). Prácticamente todos ellos han sido opositores de López
Obrador sea porque participan o han participado en partidos rivales (la
mayoría) o porque han sido críticos sistemáticos del tabasqueño a lo largo de
su carrera.
Desde luego
eso no desvirtúa su derecho para plantear como grupo propuestas alternativas,
matices a los proyectos del régimen y cuestionamientos a sus políticas
públicas. Por el contrario, no solo son pertinentes sino indispensables.
Solo habría
que transparentar las agendas. Unos porque oficialmente están comprometidos con
la defensa de intereses puntuales (por ejemplo, Gustavo de Hoyos presidente de
la Coparmex, o los dos gobernadores), otros porque han mostrado que su
prioridad ha sido el ascenso de sus propias carreras políticas en sus saltos
partidistas, unos más porque profesan explícitamente banderas opuestas a las
que sostiene Andrés Manuel López Obrador. Desde luego tampoco eso desvirtúa su
derecho a manifestarse, sobre todo si son capaces de encontrar posiciones
comunes, útiles y favorables al interés general.
Lo que es
importante destacar es que se trata de jugadores políticos inmersos ellos
también en la disputa por el poder. Eso no los descalifica ni anula por sí
mismo el valor de las propuestas que estén en condiciones de producir. Pero, si
bien no hay que descalificarlos, tampoco debemos asumirlos como representantes
de la sociedad, una tentación que suele asaltar a las asociaciones que se
definen como no partidistas. No son la reserva moral de México o el alter ego
de la comunidad. Y pese a una composición relativamente plural, salvo el caso
de Juan Villoro, no veo algo que pudiera estar vinculado a las posiciones de la
izquierda o a los intereses del México profundo y mayoritario que Morena
pretende representar.
Si Andrés
Manuel López Obrador asume que habla en nombre del pueblo lo último que
interesa es que la alternativa sea un puñado de actores políticos que creen
hablar en nombre de la sociedad civil. Asumido así, bienvenida la multiplicación
de voces, siempre y cuando cada una de ellas entienda que expresa puntos de
vista parciales de una realidad que necesariamente es compleja y diversa. NOTA:
tras la entrega de este texto Juan Villoro, el gobernador Enrique Alfaro y
Héctor Aguilar Camín aseguraron no formar parte de este proyecto político.
Quizá otros más lo hagan en las siguientes horas. Con todo, la reflexión de
fondo de este artículo, asumo, sigue siendo pertinente.
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