Raymundo
Riva Palacio.
La forma
como se procesó la reforma constitucional que crea la Guardia Nacional en el
Senado, dibujó la dinámica de un Estado. El presidente manda una reforma
controversial, que enmiendan en el Congreso, por lo que pide que se corrija en
el Senado para mantener su propuesta de militarizar la seguridad pública, y
después exige que o le dan atribuciones a los militares para dirigir las tareas
policiacas, o denunciará las razones ocultas de los legisladores. Los senadores
rechazan sus amagos y aprueban una ley contraria a sus deseos. Pero el
presidente no denuncia nada, sino que felicita al Senado por el gran trabajo
que hicieron. Todos se congratulan. Todos satisfechos. Todos cedieron algo para
ganar mucho. Así funciona una democracia. Atrás de lo público fue muy
diferente.
Las
negociaciones de 20 días con los senadores fueron políticamente muy violentas,
con enfrentamientos en la Junta de Coordinación Política, donde su presidente,
el morenista Ricardo Monreal, estaba decidido a forzar a la oposición para satisfacer
el deseo del presidente: Guardia Nacional con mando militar, sujeta al fuero
militar, y atemporal su tarea en seguridad pública. Desde un principio, la
oposición, particularmente los panistas, dijeron que no.
Incluso, una
reunión de gobernadores con el gabinete de seguridad, el 15 de febrero, fue
boicoteada por los del PAN para evitar que les pidieran cabildear con sus
senadores el apoyo al proyecto presidencial. Ese desaire fue una señal clara,
pero en el gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador no parece que se
los perdonarán. Los gobernadores del PRI sí asistieron y eso fue lo que
intentaron. Presionaron a sus senadores para que aprobaran la ley en los
términos como planteaba Monreal, pero no tuvieron eco. Las conversaciones en el
Senado, mientras tanto, se volvían más intensas.
Hubo un
momento, de acuerdo con personas que estuvieron en la mesa de las
negociaciones, que el conflicto llegó al punto de explosión, cuando Dante
Delgado, de Movimiento Ciudadano, gritó que él dejaba las pláticas en la sesión
del 18 de febrero. Monreal lo acusó de ser él quien estaba promoviendo la
oposición a la reforma y que había manipulado al resto de los coordinadores en
el Senado, lo que motivó una intervención de Miguel Ángel Mancera, del PRD,
reclamándole con cierto sarcasmo que les diera el beneficio de una oposición
real.
Jorge
Alcocer, coordinador de asesores de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez
Cordero, fue uno de los factores que contribuyó a que no reventara la mesa de
negociaciones que se había instalado en Bucareli, no sólo por su conocimiento
sobre los procesos parlamentarios, sino por su mano suave y conciliadora. En
las reuniones estaba el emisario de López Obrador, Julio Scherer, coordinador
jurídico de la Presidencia, y participaba activamente el secretario de
Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, quien se encargó de hablar
con los militares para explicarles las posibilidades reales que tenía el
proyecto original donde ellos tendrían el mando, y buscar su apoyo.
El presidente
no quería que las cosas no fueran como él deseaba, por lo que jugó rudo con
amagos. Al coordinador del PRI, Miguel Ángel Osorio Chong, López Obrador mismo
lo amagó en una conferencia, al decir que iba a informar sobre corrupción en el
área de seguridad y en las compras de alimentos para reclusorios y penales, que
fue su responsabilidad en el sexenio pasado como secretario de Gobernación. A
la panista Xóchitl Gálvez le reciclaron en la prensa imputaciones de
malversación de fondos cuando era delegada en la Miguel Hidalgo. A Mancera le
echó en cara la procuradora General de Justicia de la Ciudad de México,
Ernestina Godoy, que había maquillado las cifras de incidencia delictiva.
Ningún senador de la oposición se amilanó y se mantuvo firme. Los emisarios del
presidente buscaron entonces persuadir a senadores en lo individual y fueron
hablando con un grupo por separado para tratar de alcanzar el número de votos
que necesitaban para aprobarla, pero descuidaron al Partido Verde, que decidió
sumarse a la oposición.
El problema
que tenían para el miércoles eran los militares. Insistían en el fuero militar
para que sirviera como un incentivo para mantener la disciplina, y estaban
totalmente en desacuerdo que prevaleciera el fuero civil. Durazo fue quien más
trabajo hizo con ellos, quienes al final se comportaron institucionalmente,
pero la molestia persistió. Un análisis elaborado por un militar de rango al
que se tuvo acceso decía: “La reforma constitucional resultante en mi opinión
es muy mala, ya que de las 250 páginas, el 80 por ciento es la versión
estenográfica de lo que dijeron en los foros, que fueron una serie de
denostaciones, dogmas y supuestas reflexiones de cómo y por qué las Fuerzas
Armadas son violadoras de los derechos humanos.
“El hecho de
que le hayan quitado a la Secretaría de la Defensa Nacional toda injerencia en
el manejo y operación de la Guardia Nacional, y sólo sea responsable de que la
estructura jerárquica, disciplina, régimen de servicios, ascensos,
prestaciones, ingreso, educación, capacitación, profesionalización y
cumplimiento de las responsabilidades y tareas de la Guardia Nacional estén
homologados a los que se aplican en el ámbito de la Fuerza Armada permanente,
se puede traducir en que los resultados positivos de su acción se atribuyan a
la Secretaría de Seguridad y los negativos, por corrupción, infiltración o
excesos del personal, se castiguen a la Secretaría de la Defensa Nacional”.
Los
militares no quedaron nada satisfechos con la reforma constitucional, como
tampoco quedó el presidente. Pero contrario a lo que muchos pensaron –incluido
quien esto escribe–, el consenso interno y externo que tuvo la oposición para
oponerse al proyecto de López Obrador les dio la fuerza para no doblarse y
mandar una señal al gobierno: pese a ser una fuerza minoritaria, hay momentos
donde, si se mantienen unidos, pueden frenar la colonización nacional de la
cuarta transformación.
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