Por Martín
Moreno.
López
Obrador fue informado de la matanza en Minatitlán la mañana del sábado pasado.
Dormía en una casa de descanso, fuera de la Ciudad de México. A partir de ese
momento, y en las siguientes 24 horas, el silencio de AMLO provocó un innegable
vacío de Gobierno ante otra matanza –una más–, y la violencia, que lejos está de
ser controlada y que, de hecho, no es combatida de manera eficaz.
El
Presidente se quedó pasmado ante el brutal ataque colectivo, donde de manera
irracional se mató también al pequeño Santiago, de apenas un año de edad.
El
Presidente no supo qué hacer ese sábado. Se encerró durante todo el día. Apenas
y habló unos minutos con su Secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, cada vez
más rebasado y disminuido ante el poderío y el salvajismo del crimen
organizado.
El
Presidente solamente tuiteó un mensaje desafortunado y trivial contra los
“conservadores hipócritas” (¿?) que encendió la indignación de la opinión
pública, a través de las redes sociales, condenando que AMLO ni siquiera
emitiera una condolencia para con las familias enlutadas por la muerte de 13 personas
en Minatitlán. Inaceptable, que Andrés Manuel, en lugar de enfrentar la
tragedia, se escudara en su cada vez más desgastado cliché de arremeter contra
los “conservadores” y lanzar una andanada delirante contra enemigos que cada
vez que está en apuros, se atreve a inventar.
Aún más:
El pasmo del
Presidente de México se extendió al domingo.
Primero,
cuando al llegar a Veracruz, insistió en una hipótesis qué si bien es certera,
también lo es que día a día a día se desgasta, y más que un efecto de
convencimiento provoca irritación entre amplios sectores de la población: “Me
dejaron un cochinero…”, dijo AMLO. El actual régimen se enfila hacia el medio
año y echarle la culpa a un pasado –sí corrupto, sí ineficiente, sí cínico,
pero ya pasado a final de cuentas– cada vez suena más a pretexto propio que a
culpa ajena reciente.
Segundo,
cuando por la noche, teniendo de fondo la fiesta jarocha en el malecón y como
si nada hubiera ocurrido a pocas horas de allí, un chabacano y sonriente AMLO
festinaba los 500 años de Veracruz, hablando de todo: del encuentro de dos
mundos, de la música, de la alegría, de los pueblos originarios, del perdón,
del poder, de la prepotencia, de cómo son los jarochos, de sus padres, de los
cadetes Uribe y Azueta. De todo, menos de lo ocurrido en Minatitlán, una de las
matanzas que, lo acepte o no Andrés Manuel, marcará para mal a su Gobierno.
Un
Presidente pasmado. En shock.
Por supuesto que nadie le exige a
AMLO que en solo cinco meses de Gobierno termine con la violencia y derrote al
crimen organizado. Sería absurdo siquiera plantearlo, a pesar de las
facultades, recursos, elementos y armamento con los cuales cuenta el Estado
mexicano. Resultaría ocioso exponerlo así, aunque es tema debatible.
No. No se trata de hacer milagros,
sino de tener una estrategia inteligente y viable para enfrentar a uno de los
grupos criminales más poderosos del mundo: el mexicano. Y por lo leído y visto
hasta ahora, López Obrador y su Gobierno no tienen la más mínima idea de cómo
enfrentar al crimen organizado. Por sus propias palabras, el Presidente ni
siquiera conoce cómo operan los criminales, y si no conoces al enemigo,
imposible será que lo puedas vencer. Es dar palos de ciego.
Hasta ahora, son tres las señales de
AMLO que preocupan y hacen dudar que el Gobierno pueda controlar al crimen
organizado y reducir la violencia:
VENDER HUMO. AMLO aseguró en campaña que con su simple
triunfo electoral, la violencia disminuiría en México. “Esto va a cambiar. Si
el Presidente es honesto, la gente no va a tener necesidad de robar. ¡Claro que
sí! Desde el inicio”, advirtió. Y se equivocó. La criminalidad repunta. Los
robos siguen. La violencia fuera de control. Este fenómeno no solo no ha podido
controlarse, sino que ha ido al alza, tal y como Jorge Ramos se lo demostró al
Presidente con cifras propias del Gobierno federal. Y que AMLO, sin pruebas y
arrinconado, negó.
LOS NARCOS
ESTÁN DE FIESTA. “La guerra contra el
narco ya se terminó. Capturar a capos no es la estrategia”, lanzó AMLO el 30 de
enero pasado. En esto, el tabasqueño sí ha cumplido: en sus tres primeros meses
de administración, tan solo se han confiscado…¡4 kilos de cocaína! (Con
Calderón fueron, en el mismo periodo, mil 469, y con Peña Nieto, mil 331, según
datos de la Sedena). Alguien debería decirle al Presidente que hay dos
elementos fundamentales para reducir el problema: legalizar el consumo de
algunas drogas en márgenes tolerables y vulnerar a las estructuras financieras
del narcotráfico, que es donde en realidad les duele y los debilita. En sus
ratos de ocio, como los del sábado pasado, bien haría AMLO en revisar cómo se
ha doblegado a capos como Escobar Gaviria y revisar la forma como se ha
combatido en el mundo al narco: confiscando sus bienes y congelando sus cuentas
bancarias. Empero, ninguna de estas dos vertientes ha sido anunciada por el
Gobierno lopezobradorista.
GASTO SOCIAL
NO MATA NARCO. Mucho ha dicho AMLO que
la estrategia contra los criminales cambiará y que se atacará el origen del
conflicto: la pobreza. Bien. Una vez más, López Obrador carece de razón.
Tampoco tiene idea de cómo operan, piensan y ejecutan los barones de la droga.
El simple hecho de que a través del gasto social se otorgue dinero a ninis,
madres solteras o ancianos – que será en promedio de 300 y 400 pesos
semanales-, no cohibirá a nadie de seguir dentro del crimen organizado, donde
las ganancias se multiplican a niveles estratosféricos. La mentalidad del narco
es muy diferente, y se carcajea de lo propuesto por López Obrador, que bien
haría, igualmente, en documentarse más y leer libros referentes a cómo opera el
crimen organizado, para que así tenga, al menos, alguna idea del monstruo al
que está enfrentando. (Con todo gusto, este columnista podría recomendarle
algunos de ellos).
¿Cuáles han
sido las consecuencias de la ignorancia gubernamental para disminuir la
violencia y la criminalidad?
El primer
trimestre del 2019 fue el más violento de la historia, con 8 mil 737
homicidios, casi 9 por ciento más que el mismo periodo del 2018.
No podía ser
de otra manera.
AMLO se estrelló contra la realidad.
Lo aturdió.
Minatitlán
ha marcado ya al Gobierno de López Obrador.
La hoja de
ruta –por llamarla de alguna manera– de AMLO y de su Gobierno en contra de la
violencia, quedó debajo del cadáver del pequeño Santiago.
Su fracaso
–hasta ahora–, es innegable. No por no poder disminuir la violencia, sino por
carecer de una estrategia eficiente para lograrlo.
Y lo más
grave:
El
Presidente de México insiste en combatirla con silencios, discursos vacíos,
frasecitas domingueras, chabacanerías y enemigos inventados.
Lo dicho:
los narcos están de fiesta.
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