Por
Alejandro Páez Varela.
Han sido dos
meses intensos. Lo pueden atestiguar los secretarios de Estado que amanecen con
él en Palacio Nacional. O los reporteros, o los editores, muchos de los cuales
han cambiado sus ritmos de vida. Andrés Manuel López Obrador modificó casi por
completo la rutina del país en apenas ocho semanas. ¡Ocho semanas! Sí, ocho
semanas. Nada, mucho.
El Zócalo de
la capital mexicana empieza a vibrar cuando aún no sale el sol. Y les garantizo
que muchos, al menos en donde yo me muevo, empiezan a apagar motores a las 8 de
la noche y a disfrutar más sus días de descanso. Cuando hay días de descanso.
Es difícil tener un desayuno a las 8 de la mañana para hacer grilla, por
ejemplo, cuando el Jefe del Ejecutivo (y el que marca el rumbo de la grilla)
sigue dando su conferencia.
No conozco las cifras, pero
seguramente los noticieros de las 10 de la noche, que de por sí perdieron hace
tiempo el calificativo de “estelares”, deben resentirlo en sus audiencias:
ahora son ediciones para desvelados. Muchos medios están ajustando sus horarios
y las tareas de sus reporteros porque el Presidente anda como 18 horas diarias
y como es un ejercicio de improvisación constante, puede dar nota en cualquier
momento. Pongo un ejemplo: el viernes pasado abrió fuerte la conferencia de
prensa matutina con la presencia de la querida Griselda Triana, la viuda de
Javier Valdez; pero en la última pregunta, a la hora con 20 minutos, soltó lo
de Vicente Fox (que se opuso a que se marcara la gasolina robada) y patrás los
fielders, como se dice en el beisbol.
Sucede desde
tiempo atrás, pero hoy los medios impresos, de por sí en decadencia, son una
excelente suma de eventos… demasiado viejos: a las siete de la mañana, como
dice el dicho, a envolver pescado. La agenda propia apenas sobrevive si no
llega a la conferencia mañanera o si no es un vuelo de campana a las 3 de la
mañana en un pueblo sin perros.
Entre broma
y broma suele decirse que “la hora en
que despierta AMLO era la hora impuesta por Margarita Zavala para mandar a
dormir a Felipe Calderón”. Intenso, intenso. Ocho semanas. Y esto apenas
comienza.
Las últimas encuestas dicen que López
Obrador mantiene (y en algunas de ellas ha mejorado) el bono con el que llegó a
la Presidencia. El cierre del mercado cambiario del viernes pasado indica que
el peso sumó 9 semanas con ganancias, una racha que no se veía desde
marzo-abril de 1999; y la respuesta para temas polémicos como lo de la tenencia
de bonos del NAIM o el Presupuesto de Egresos de la Federación es parte de la
mezcla que ayuda a fortalecer a la moneda mexicana.
En mediciones particulares, hay una
alta aprobación a la guerra contra el huachicol, por ejemplo. López Obrador se
la jugó con el accidente en el que murieron Martha Érika Alonso y Rafael Moreno
Valle, y con la tragedia de Tlahuelilpan, Hidalgo; dos incidentes pesados,
fuertes para arrancar un Gobierno. Hasta hoy, parece, sale bien librado. Son
tragedias, explico: nadie sale bien librado; pero intentaron usarlas para
afectar su gobierno y de momento, creo, logró superarlo.
Bien,
digamos, hasta allí. Le guste o no a sus
detractores, allí están dos evaluaciones importantes: los sondeos de opinión
pública y el aval del mercado cambiario. Claro que el que busca en la alfombra
de los cines siempre encontrará chinches; pero grosso modo, allí está.
Ahora me
concentro en cuatro temas en los que el Presidente de izquierda se las juega en
este momento:
• Que la economía empiece a responder
al plan de choque (inyección de recursos al consumo con becas, pensiones y
planes de empleo) y a sus programas de inversión pública (Tren Maya, Corredor
del Istmo, etcétera). Que convenza ya a los empresarios para que le entren a
los proyectos de infraestructura para que empiecen a bañarse las comunidades de
recursos y de empleos. Lo pongo en primer lugar porque la economía DEBE
resentirlo a la voz de ya. El bolsillo siente primero que el corazón. La marcha
de la economía será un catalizador de que las políticas públicas funcionan o
no.
• Que los indicadores de la violencia
(homicidio, secuestro, robo y extorsión) bajen. Es un imperativo que se
muestren cifras positivas porque la gente votó con esa esperanza, después de
doce años de guerra. Aunque al Presidente no le guste lo que dicen los
indicadores, son los indicadores: dirán si está funcionando o no lo que está
haciendo. Y debe asumirlo sin eufemismos. Ayudarse con los indicadores para
presionar a su equipo; leerlos e interpretarlos. No hay de otra.
• Que demuestre, que haga sentir, que
ponga más arriba en su agenda el plan para detener los feminicidios, los
asesinatos de periodistas y defensores de derechos humanos y las
desapariciones. Que le ponga énfasis especial a los desaparecidos y a sus
familias. Pareciera que estos retos están metidos en un mismo paquete: el de
“contener la violencia”. No, no, no. Si es así, es un error grave. Mi
percepción es que el Presidente no le ha puesto el interés que debiera a estos
crímenes que son una lacra para el ciudadano de a pie.
• Que el Presidente dé una respuesta
a la sociedad sobre la Guardia Nacional. Así como se plantea, así como se ve,
es un frankenstein de militares y civiles que no garantiza sino la continuidad
de la guerra y las violaciones a los derechos humanos.
Van ocho
semanas. La primera tarea era trabajar
en desactivar la campaña, inyectada durante años entre la gente, de que México
sería una “dictadura chavista”. Ahora tiene que demostrar que se puede, que el
plan nacional es viable.
Escucho reclamos, por supuesto. El
círculo rojo que ve todo mal (y le tira batazos a todo lo que parezca pelota)
hace mucho polvo desde el dugout y no lo deja ver bien, pero hay manera de
espulgarlo. Lo principal –y allí me quedo, o se vuelve una novela esto–, es que
paguen los culpables. Todos los culpables. Es un país al que se le ha
escatimado la justicia y que ha vivido con la impunidad en la espalda, como una
losa. Que paguen todos, digo, porque son muchos los culpables. La idea de un
“punto final” no gusta. Nada, no gusta nada.
Que paguen los culpables del saqueo
de combustible, arriba y abajo; con nombres y apellidos; los culpables de la
corrupción en Pemex, que paguen; los culpables de los desvíos de recursos en al
menos los últimos tres gobiernos sean quienes sean, que paguen. Que paguen los
que desaparecieron a los 43 muchachos de Ayotzinapa y que paguen los que
pervirtieron la investigación. Que paguen los que desaparecen (sobre todo los
que aprovechan su uniforme, su pistola y su chapa) y que paguen los que matan
mujeres simplemente porque quieren y se pueden: con nombre y apellido, que
paguen. Que extraditen a la voz de ya a César Duarte y que lo vistan con
uniforme café y se pasee los siguientes muchos años en una celda de dos por
tres, si es que las decenas de carpetas que tiene abiertas están fundamentadas
en la verdad. Que paguen los que matan y los que secuestran. Que paguen los
corruptos, los ladrones, los asaltantes, los asesinos, los feminicidas, los
políticos que saquearon este pueblo con 53 millones de pobres. Que paguen los
que tengan que pagar. Con nombre y apellido, de mero arriba y de mero abajo,
porque eso es la justicia. Que pague Enrique Peña Nieto, si es culpable de
algo. Que pague Carlos Romero Deschamps, si es culpable de algo. Que pague los
corruptos, empresarios o políticos, de en medio y de mero arriba, con las
pruebas sólidas en la mano y como lección de que si atrapan a los de arriba
robando, irán por los de abajo sin demora.
Soy apenas
alguien que opina, pero creo que al plan
de AMLO para la reconciliación nacional le falta un ingrediente: la parte donde
nos reconciliamos con el Estado, donde creemos en el Estado. Y eso se logra
generando confianza en el Estado. Pero si el Estado no procura justicia y no
presenta a los culpables, entonces los agraviados no pueden ser parte de ese
Estado: el Estado les es ajeno. Y los ciudadanos agraviados somos, creo, todos.
A todos los mexicanos, de izquierda o de derecha, de arriba o de abajo, nos une
que somos los grandes agraviados de los políticos y los grandes empresarios
corruptos.
Concluyo. Han sido dos meses intensos. Lo pueden
atestiguar muchos. La confianza en el Gobierno de AMLO sigue sólida, si
interpreto los indicadores que en el pasado han servido para medir gobiernos.
Pero en los siguientes meses, el Presidente deberá pasar de
tomar-al-toro-por-los-cuernos, a mostrar resultados. Dicho de otra manera: ya
modificó la rutina (y hasta los horarios) del país; enseguida debe demostrar
que valió la pena levantarse tan temprano.
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