Julio Astillero.
En busca de
reformulaciones mercadotécnicas que les permitan salir de un pasmo operativo ya
muy prolongado, casi los mismos organizadores de otras protestas desangeladas
contra Andrés Manuel López Obrador lanzaron una nueva ofensiva, esta vez
mediante caravanas de vehículos motorizados en varias partes del país, con
resultados numéricos igualmente escasos.
La
incapacidad para dar cauce eficaz a las dudas, distanciamientos o abiertos
rechazos al presidente de la República y sus políticas proviene, entre otras
cosas, del desesperado acelere de sus principales convocantes, los directivos
de las agrupaciones denominadas Congreso Nacional Ciudadano (CNC) y su más
reciente reetiquetación, el Frente Nacional antiAMLO (Frenaa).
La
convocatoria a las movilizaciones de este sábado y, ya en menor grado, el
domingo, se hizo a partir de una premisa incendiaria pero infundada, retorcida
y, en tales condiciones, política y socialmente improductiva: AMLO es un
dictador comunista y la defensa de la patria debe llevar a quitarlo del poder.
Una proclama
así no logra prender masiva y organizadamente porque no corres-ponde a la
realidad percibida a nivel general en una sociedad en la que, ciertamente, hoy
hay menos adhesiones acríticas al obradorismo y, al mismo tiempo, más
observación y crítica a formas y fondo de algunas de las aplicaciones políticas
del gobierno federal, sobre todo en las cúpulas empresariales y en la clase
media.
Pero es
insostenible acusar a López Obrador de ser un dictador comunista y pretender su
derrocamiento ya. Sobre todo si se toma en cuenta que se está a pocos meses del
inicio del proceso electoral que desembocará en los comicios intermedios de
2021, cuando se elegirán decena y media de gubernaturas, congresos locales y
también la integración de la Cámara de Diputados federal. Además, en 2022 se
realizará un inédito ejercicio de aprobación o rechazo de la continuidad de
AMLO en el poder, justamente a propuesta del pro-pio tabasqueño.
Quemar
etapas, a contentillo de vociferantes dirigentes fascistoides, vuelve irreales
e imprácticas las convocatorias y las movilizaciones. A fin de cuentas, todo el
barullo tiene como destino buscado el de las urnas en 2021 y en 2022. Las
caravanas efectistas, por ello, terminan siendo un ingrediente más en una
cacerola de múltiples intereses que tratan de calentar o hacer explotar un proceso
que tiene diferentes tiempos y temperaturas.
De una u
otra manera, hoy se entra a una nueva modalidad en cuanto a las prevenciones
masivas respecto al Covid-19. Nunca hubo en la sociedad mexicana una
generalizada ejecución disciplinada y rigurosa de las instrucciones oficiales
en la materia y, a partir de hoy, el tufo a relajamiento progresivo y
extraoficial podría extenderse por todo el país y en varias actividades, no
sólo en la lista ampliada de permisividades por razones económicas.
El propio
presidente de la República ha tomado una decisión polémica: reanudar sus giras
de trabajo, esta vez por el sur mexicano, donde estará en varias entidades y
dará banderazos de salida a la construcción del primer tramo del Tren Maya.
Para llegar hasta Cancún ha hecho un largo viaje por carretera y luego irá
regresando por etapas hacia la Ciudad de México.
Ver de nuevo
en actividad viajera al principal personaje de la vida pública nacional
alentará a otros mexicanos (muchos de los cuales ni siquiera necesitan de
mayores incentivos) para descuidar las medidas sanitarias obligadas. También
reforzará la idea de que es imprescindible retomar las faenas productivas, pues
la economía nacional está ya en una situación preocupante.
Y, mientras
se vive en Estados Unidos una forma de insurrección social, a causa de la
mortal violencia ejercida por un policía blanco de Minneapolis contra el
afroamericano George Floyd, lo cual podría afectar de manera determinante la
suerte electoral del presidente Donald Trump.
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