Javier Risco.
Uno de los objetivos de la creación
de la “Gendarmería” –la división de la Policía Federal presentada en agosto de
2014 por el gobierno de Enrique Peña Nieto– era cambiar el lenguaje de la
seguridad en este país. La gente no confiaba en la
Policía Federal y mucho menos en las policías locales, el gobierno en curso no
sólo necesitaba preparar mejores elementos de seguridad, sino también hacerle
creer a la ciudadanía, sobre todo en el habla, que se trataba de un grupo de
élite alejado de organizaciones cuyos niveles de confianza estaban muy por
debajo del nivel óptimo. No se trataba de policías se trataba de “gendarmes”,
la población no tendría que tratar con los mismos, eran otros, incluso vestidos
de manera distinta. Cuando buscas cambiar la inercia de la seguridad fallida en
este país las formas también importan, ya sabemos el final de esta promesa de
campaña de Peña Nieto, se anunció en grande y fracasó de la misma manera, se
diluyó su presupuesto y quedó sepultada en el olvido y como testigo de cifras
de inseguridad inimaginables.
Ayer, Andrés Manuel López Obrador presentó los
uniformes de la Guardia Nacional, la gran apuesta de este gobierno para hacer
frente a la inseguridad, señaló que a más tardar en tres meses estarán en
operación 150 de las 266 coordinaciones territoriales, queda pendiente conocer
el nombre de quien estará al frente de esta corporación, el cuál puede ser un
civil o un militar en activo o retirado. Mientras desfilaban cuatro modelos
exhibiendo los nuevos uniformes pensaba en la importancia de las formas, en la
relevancia para el gobierno de López Obrador de empezar de cero y contarnos
otra historia. El nuevo cuerpo contra el crimen organizado no sólo va
acompañado de una estrategia –por cierto, aún desconocida y poco clara–, sino
en el lenguaje de los símbolos se nos presenta con la misma narrativa que
utiliza para todo la 4T, se destierra todo lo anterior, nada se salva, y esta
es la apuesta de la nueva administración.
Se presentaron dos tipos de
uniformes: de campo y de proximidad. El de campo, “en colores gris y negro
camuflado. Será el que usen los elementos de la policía militar, naval y
federal desplegados en los operativos de la Guardia Nacional en las 266
coordinaciones regionales; en tanto el de proximidad, “en color obscuro y gris,
llevarán un brazalete e identificadores en la espalda con las siglas GN de la Guardia
Nacional. Será portado por los miembros que “estarán en contacto” con la
sociedad durante sus actividades policiales”. Su presentación no fue en un
evento especial, López Obrador utilizó su tribuna más importante, la
conferencia matutina, y hoy aparecerán en la portada de todos los medios de
circulación nacional.
Cubiertas
las formas, ahora sólo falta afinar –o
más bien presentar de manera más detallada– el plan de seguridad. Uno de los
acuerdos más festejados en la Cámara de Senadores cuando se aprobó el dictamen
que incluía la Guardia Nacional, fue el planteamiento que el Ejército y la
Marina trabajarían en tareas de seguridad pública por un periodo de cinco años
como máximo, mientras se logra conjuntar e integrar a la nueva fuerza
intermedia de seguridad. Pero ¿alguien se ha detenido a pensar en cómo llegamos
a ese número de años? ¿Por qué tenemos que esperar cinco años? ¿Por qué no tres
o diez? Por increíble que parezca es algo que aún no tiene respuesta, ni los
senadores ni Alfonso Durazo ni los especialistas conocen el porqué se puso un
lustro como límite de presencia militar, les “pareció” razonable.
Ojalá en esta materia los símbolos no
pesen más que los signos; sí, es evidente que es un nuevo comienzo, pero
debemos exigir un plan más preciso y una estrategia integral que no continúe la
guerra, sino que le regrese la paz a este país. Sí, es evidente que es un nuevo
comienzo, pero debemos exigir un plan más preciso y una estrategia integral.
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