Por Francisco Ortiz Pinchetti.
Sorprende –y preocupa en serio—que el Presidente de México
parezca más obsesionado con el qué dirán de aquellos al que considera sus
adversarios que en mantener firmemente las riendas de este país. Grave si sus
decisiones las toma –o las cambia— en fusión de lo que puedan pensar sus
detractores. Lo cierto es que esa ha sido una constante en las últimas semanas
y especialmente explícito ante el conflicto con la Coordinadora Nacional de
Trabajadores de la Educación (CNTE) en torno a la aprobación de la contra
Reforma Educativa.
Andrés Manuel aseguró este jueves que “dio instrucciones”
[sic] para que se saque del dictamen correspondiente todo aquello que “afecte”
a los maestros… para que no se diga que su Gobierno es igual al anterior. Lo
más grave es que, al hacerlo, pasa por encima del Poder Legislativo, en cuyas
manos supuestamente está la aprobación de la reforma. Y que lejos de argumentar
motivos razonables de su imposición arbitraria, la refiera machaconamente a su
afán de demostrar que él es diferente.
El tabasqueño fue enfático al afirmar en su monólogo matutino
que “en todo aquello que pueda significar afectar a los maestros he dado
instrucciones de que se quite todo… porque no les voy a dar el gusto a los
conservadores de que digan de que somos iguales, no”.
Insistió una y otra vez en que los conservadores tratan de
hacer ver a su Gobierno igual al anterior. Y recalcó: “Hay grupos que son
conservadores, con apariencia de radicales y lo que quieren es hacer sentir o
proyectar la idea de que somos iguales nosotros. Entonces no, no somos iguales,
no somos simuladores”.
La obsesión de López Obrador ha aflorado repetidas veces.
Cada vez más parece actuar no en función de sus convicciones o su proyecto de
Nación, sino en no parecerse a los neoliberales y conservadores y en que éstos
no tengan pretexto para “vociferar” en su contra. Recientemente ocurrió en la
inauguración del estadio de beisbol de los Diablos Rojos del México, en la
capital, así como en sus giras por Sonora y Baja California y en sus conferencias
mañaneras.
Es temor al qué dirán.
Y me parece que por ese camino, siempre a la defensiva, no
podrá consolidar su Gobierno, a pesar de detentar un poder omnímodo que no lo
tuvo ni Obama, para aludir a una de sus más celebradas ocurrencias. Por el
contrario, su reacción furibunda ante la crítica es síntoma de debilidad, sobre
todo cuando hay demasiados temas sobre los cuales sus opositores, y también sus
millones de partidarios, se hacen preguntas.
Qué dirán por ejemplo quienes han creído en su discurso de
transparentar todas las adquisiciones federales, a diferencia de las
administraciones neoliberales que precedieron a la suya, cuando constaten que
el 74.3 por ciento de los contratos adjudicados por este Gobierno y registrados
por Compranet han sido sin licitación, por la vía de la asignación directa,
según la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI).
Qué dirán quienes en efecto están convencidos de que este
Gobierno es diferente a los de Peña Nieto, Calderón, Fox y Salinas de que sólo
en el 18.3 por ciento de los 28 mil 458 contratos subidos a la plataforma se
utilizó la licitación pública y en el 7 por ciento la “invitación
restringida”..
Qué dirán sus numerosísimos fans al constatar que la
construcción (licitada por cierto por “invitación restringida”) de la dichosa
refinería de Dos Bocas, en Tabasco, que presume solucionará el problema del
suministro de gasolinas en todo el país, fue decidida sin que se contara con un
estudio elemental de viabilidad financiera (cuestionada por el Instituto
Mexicano del Petróleo) y ni siquiera cuente todavía con un proyecto ejecutivo.
Qué dirán del Tren Maya, decidido como una panacea turística
para el sureste mexicano sin tener siquiera a estas alturas los indispensables
estudios de impacto ambiental, costo-beneficio y viabilidad económica y
operativa.
Qué dirán en fin quienes escucharon varias veces a López
Obrador afirmar que las pistas de Santa Lucía empezarían a construirse en dos
meses, y cuando ya han transcurrido cuatro resulta que ni siquiera existe un
estudio aeronáutico ni un proyecto ejecutivo ni se ha ejecutado un metro de
terraplén.
Qué dirán aquellos que confían en las promesas presidenciales
sobre un respeto absoluto a la libertad de expresión y a las opiniones
diferentes cuando escuchan a AMLO un día sí y otro también denostando a los
medios y a los periodistas que según acusa lo “golpean” al ejercer su
obligación de informar, así como a los analistas e intelectuales que difieren
de sus postulados por que unos y otros obedecen a intereses ligados a la mafia
del poder y al neoliberalismo que se resiste a morir.
Qué dirán de muchos de los nombramientos por dedazo vil de
funcionarios que no responden precisamente a un perfil de honestidad y
capacidad, sino al compadrazgo y al pago de favores que recuerda las peores
prácticas de los “oscuros años” de los gobiernos del PRI y del PAN.
Qué dirán en fin quienes creen que de veras en este país se
acabó la corrupción.
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