viernes, 29 de marzo de 2019

#MeToo; feminizar el mundo.


Por Diego Petersen Farah.

Yo también. La denuncia de las mujeres se expande ahora por los mundos de las artes, las letras, el periodismo y las universidades. Son cientos de casos de abusos, acosos, incomodidades -no todos con la misma consistencia y credibilidad- que hacen visible un fenómeno que se repite con los mismos patrones y, tristemente, la misma no respuesta de las instituciones públicas o privadas.

#MeToo son olas de denuncias que vienen creciendo hace años en el mundo del espectáculo y que recientemente han ido reventando en redacciones de medios grandes y pequeñas, universidades públicas y privadas, instituciones de cultura, etcétera. La ola revienta y deja al descubierto todo lo que arrastra: mujeres violentadas por individuos concretos, con nombre y apellido, renombre y reconocimiento social, en medio de un machismo que sabemos, que conocemos, y que hombres y mujeres practicamos con espeluznante naturalidad en los espacios de trabajo y en la forma de relacionarnos (los primeros porque les es cómodo; las segundas porque no tienen de otra).

En la ola viene de todo. Desde casos terribles de violaciones, manoseos, vejaciones, hasta molestas conversaciones o pequeñas venganzas que aprovechan la ola y el anonimato para desacreditar a una persona en concreto. Es cierto que mezclar todo ello hace que los casos graves se banalicen entre los otros, que se pierda la gravedad de la denuncia concreta, sin embargo, tiene una gran virtud hacerlo en forma de olas: permite hacer visible que no se trata de casos aislados sino de patrones culturales, de un machismo arraigado más allá de lo que los hombres queremos ver.

Algunas instituciones han reaccionado a la ola enfrentándola, generando protocolos de denuncia y atención. Otras simple y sencillamente han quedado pasmadas, se sumergieron con la esperanza de que detrás no llegue la ola que los revuelque. Pero si atendemos el fondo del #MeToo no se trata solo de combatir el machismo como forma básica en las relaciones laborales o de subordinación sino de feminizar el mundo, las instituciones, las empresas, las escuelas, las iglesias, las familias. Pocas palabras pueden aterrorizar tanto a un macho, consciente o inconsciente, como ésta, pues implica, por supuesto, entrar a lógicas que no solo atentan contra un status quo ancestral, sino que implican para el hombre el riesgo de no caber, de no adaptarse en esa nueva forma de gestionar las relaciones, pero sobre todo de perder el control de la cultura, particularmente la cultura laboral.

La solidaridad con las mujeres violentadas quedará solo en un gesto más de machismo perdona vidas si no iniciamos cambios de fondo en las instituciones, pero sobre todo si éstos no se hacen por y desde las mujeres.

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