Por Jorge
Javier Romero Vadillo.
La huelga de
la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) lleva dos meses. Hoy los profesores
y los trabajadores administrativos habremos llegado a la cuarta quincena sin
cobrar, mientras 54 mil alumnos de las cinco unidades académicas ya han perdido
el trimestre, con las consecuencias que esto implica para sus proyectos y
expectativas. La segunda universidad del país por la cantidad de presupuesto
federal que recibe, por el número de investigadores en el SNI y por el número
de publicaciones en revistas indexadas, una de la primeras cuatro por el número
de patentes otorgadas en México, se encuentra paralizada con costos ingentes,
por la dirigencia de un sindicato que hace mucho que no representa los
intereses laborales de los trabajadores académicos, pero que es dueño del
contrato colectivo único pactado en la década de 1970.
La huelga
estallo con un objetivo que el propio Sindicato Independiente de Trabajadores
de la UAM sabía imposible de lograr: el 20 por ciento de aumento salarial. A
esta demanda se añadía el resarcimiento de pretendidas violaciones al contrato
colectivo, y la exigencia de creación de “al menos 300 plazas” administrativas
en una universidad que, con alrededor de tres mil académicos, ya tiene una
nómina no académica de más de 4500 trabajadores, entre intendencia, vigilancia,
y gestión. Con ese personal uno esperaría instalaciones prístinas, apoyos
expeditos para la docencia, gestión de servicios escolares o de recursos
humanos impecables, pero nada de eso ocurre. Por el contrario, la limpieza de
las instalaciones siempre deja que desear, la seguridad no es ejemplar y en
lugar de que la administración esté al servicio de las tareas sustantivas de la
universidad, esta es tortuosa, con excepciones que por ello se vuelven motivo
de agradecimiento.
El sindicato
se ha opuesto a procesos de elemental actualización, como el depósito de la
nómina en cuentas bancarias (por fortuna, en esto no ha triunfado) o la
existencia de cajeros automáticos en las instalaciones, porque eso eliminaría
puestos de trabajo. Hay plazas que ya no se justifican por el avance
tecnológico y la universidad podría hacer mucho más con menos, pero el SITUAM
exige que se creen nuevos puestos administrativos. Esta exigencia se explica
por el sistema de reclutamiento de carácter clientelista que el contrato
colectivo establece, el cual se ha prestado para la venta de plazas, pues los
sindicalizados le dan “la firma” a los aspirantes y, por supuesto, se las
cobran jugosamente cuando estos ingresan a la fuente de trabajo.
El sindicato
fue excluido desde hace 35 años del proceso de contratación académica, por lo
que el ingreso, la promoción y la permanencia de los docentes e investigadores
se rige por concursos de oposición y por promoción dictaminada por pares, pero
la relación laboral sí que está gestionada por los dueños del contrato
colectivo, cuyos intereses nada tienen que ver con los de la planta académica.
Prueba de ello es que los profesores de tiempo completo no estamos contemplados
en las demandas actuales de la huelga.
Además de
las demandas explícitas, la actual huelga tiene una agenda oculta, azuzada por
el clima político generado desde la Presidencia de la República. En las
negociaciones ríspidas, llenas de descalificaciones de la dirigencia a las
autoridades universitarias, una y otra vez aparece el tono de la temporada. Se
habla de la casta académica y de la nómina dorada de la burocracia
universitaria y se pretende fantasiosamente que una reducción a la mitad de los
ingresos de los funcionarios serviría para satisfacer las demandas sindicales.
No se hacen cargo los dirigentes gremiales de que el presupuesto de la UAM lo
establece la Secretaría de Hacienda y ha sido aprobado por la Cámara de
Diputados, por lo que sus demandas son imposibles de satisfacer más allá de lo
ya concedido por la rectoría. Pero la huelga continúa, casi con el objetivo de
romper el récord de tiempo de paro de huelgas anteriores, todas ellas
concluidas con más pérdidas que ganancias para los trabajadores, pues lo
logrado en aumentos salariales se acaba perdiendo por los sueldos no
devengados, ya que, tradicionalmente, solo acabamos cobrando el 50 por ciento
de salarios caídos.
Soy profesor
de tiempo completo de la UAM desde hace más de treinta años y nunca he obtenido
beneficio alguno de las sucesivas huelgas que, por fortuna, no se habían dado
desde hace once años, cuando un largo paro acabó en una derrota sindical
completa. El SITUAM no me representa, pero estoy atado al contrato colectivo
que, por las leyes corporativas que rigen el mundo del trabajo en México, este sindicato
controla como monopolio. Una huelga como esta es un claro ejemplo de la
perversidad de un sistema que secuestra derechos. Desde la primera legislación
laboral postrevolucionaria, la de 1931, el derecho de huelga se consideró
colectivo y no individual y se les concedió a los sindicatos, no a los
trabajadores, lo mismo que los contratos colectivos. Los monopolios sindicales
han servido como mecanismo de control de las demandas laborales o como
vehículos para nutrir redes clientelistas y poco o nada han contribuido en
realidad a la mejora de las condiciones laborales. En México no ha existido
auténtica libertad sindical y el sistema de huelga, tal y como está diseñado,
solo beneficia a las dirigencias corporativas, no a los trabajadores.
Llama la
atención el olvido en el que las autoridades laborales y educativas han
mantenido a la huelga de la UAM. El subsecretario de Educación Superior,
profesor de la UAM Xochimilco de toda la vida, no ha dicho esta boca es mía y
no he visto que haga el menor esfuerzo por contribuir a la solución del
conflicto. Pareciera que la huelga les es funcional a su proyecto de gobierno.
A nadie parece importarle que los profesores estemos sin salario y que se
pierdan proyectos de investigación y recursos irrecuperables. Como si la huelga
fuera a parar por putrefacción. No entiendo tampoco cómo sobreviven los
trabajadores con salarios bajos que llevan dos meses sin ingresos, al menos que
exista algún mecanismo de distribución arbitraria de los fondos sindicales que
alimente el apoyo que en los comités de huelga tiene la dirigencia desquiciada.
¿Hasta cuándo?
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