Salvador Camarena.
¿Cuánto falta para que uno de estos días el presidente Andrés
Manuel López Obrador rechace de mala forma las preguntas de un periodista?
La respuesta es doble. Hay un riesgo inminente de que eso
ocurra en Palacio Nacional; sin embargo, eso ya sucedió el martes, en Mexicali,
lugar en que de mala gana el tabasqueño se negó a responder a los colegas que
lo abordaron. Les dijo que si querían preguntarle fueran a Tijuana, distante 180
kilómetros, en donde al día siguiente daría su conferencia mañanera.
El periodista Irving Pineda ha dicho, con razón, que las
conferencias mañaneras están secuestradas. Asiste a Palacio Nacional gente que
no es profesional del periodismo y que no pretende serlo. Esa gente roba tiempo
a los periodistas profesionales. La resultante es un presidente que aprovecha
preguntas ya sea ociosas o irrelevantes de los no periodistas para largar
dilatados parloteos.
Sin embargo, ese secuestro no es accidental, y esos parloteos
distan mucho de ser inocuos.
Las largas peroratas presidenciales están cargadas de
intención política: pretenden, día con día, alimentar un ánimo de
descalificación y revancha en donde los que no comulgan con el movimiento de
López Obrador además de estar equivocados históricamente, son corruptos, según
lo dijo ayer claramente: “Ya ven cómo son los conservadores, muy corruptos” (Se
sabe que para AMLO si no estás con Morena, eres conservador, punto).
A 120 días de iniciada esta administración hay una ruta de
colisión entre la prensa profesional, y por ende crítica, con el presidente de
la República.
Las conferencias mañaneras no agotan al presidente, pues en
muy pocas ocasiones ha sido sometido a la presión de los profesionales. En una
de esas pocas veces, Nadia Sanders, de Mexico.com, entre otros, lograron
acorralarlo por el tema de la cena en casa del presidente de Televisa con el
yerno de Trump. Cuando como ese día López Obrador es cuestionado por
periodistas de verdad, termina pidiendo esquina, o como dice él, “amor y paz”.
Los que agotarán paciencia serán los reporteros. Es
previsible que en la Ciudad de México y en el interior del país, cada día
incrementarán su demanda de respuestas, mientras que a López Obrador se le
acabarán los trucos de las evasivas tipo “de eso no opino”, “no quiero
confrontación”, “es que nosotros somos diferentes”, y un largo etcétera.
Si para evitar el escrutinio de profesionales el equipo del
presidente sigue llenando las mañaneras de ocasionados, el ambiente se
enrarecerá para disgusto de todos. Y la probabilidad de un desaguisado no es
menor.
Y lo que parecía un contraste con el silencio de otras
administraciones –dar una conferencia de prensa diaria– resultará en algo igual
o más frustrante que la cerrazón del pasado: periodistas reclamando información
ante un presidente que se escuda en un montaje que poco genera de valor
informativo.
Hay una posibilidad de revertir ese choque. Que la
Presidencia haga bueno el proceso de acreditación que ya anunció y que este
privilegie la representatividad (tiraje, audiencia, calidad de contenidos,
reconocimiento entre colegas, etc.) de los periodistas que sí pueden entrar a
Palacio, que se sorteen los turnos de las preguntas, que la repregunta sea la
norma y no la excepción, y que AMLO entienda que tiene derecho a dar cuantos
mensajes quiera para exponer su ideario, pero que si convoca a la prensa es
para responder con puntualidad a los cuestionamientos que los profesionales
tienen que hacer a nombre de la comunidad.
De lo contrario, escenas como las de los colegas de Mexicali
se repetirán muy pronto, incluso dentro de Palacio Nacional. Y eso no sería
bueno para nadie.
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