Julio Astillero.
Con el
coronavirus como pretexto, Donald Trump anunció ayer una operación bélica
contra el narcotráfico en América Latina, que tiene como cantado destinatario a
Venezuela y en específico al presidente Nicolás Maduro, al que el pasado 26 de
marzo se había acusado desde Washington de delitos relacionados con narcotráfico
y lavado de dinero. El mensaje enviado a Caracas tiene una suerte de copia
extraoficial para México.
La crisis
sanitaria mundial fue aprovechada burdamente por el ocupante de la Casa Blanca
para ordenar la duplicación del personal militar destinado a combatir la
producción y distribución de drogas desde países latinoamericanos. Según Trump,
los cárteles de narcotraficantes actuaron con toda oportunidad para evitar que
los cierres de fronteras y vuelos les afectara comercialmente. Tal previsión empresarial
del crimen organizado sería el móvil para el enojo guerrero del rubio
multimillonario, que envía dos veces más militares y equipo bélico a otras
latitudes, mientras nada hace en la parte central del asunto, que es el
continuo e impune consumo de esas drogas en el amplio mercado estadunidense.
Más allá de
lo que se opine de la gestión del sucesor de Hugo Chávez, resulta ominoso el
movimiento militar que ha ordenado el presidente de Estados Unidos.
Abiertamente mezcla los delicados temas de la expansión contagiosa del
coronavirus y del narcotráfico para emprender una acción que pretende derribar
a Maduro e incluso encarcelarlo, pues menos de una semana atrás se ofrecieron
millones de dólares a quienes dieran datos que permitieran la detención del presidente
de Venezuela y de algunos de sus principales acompañantes en el ejercicio del
poder.
En dicha
tentativa de intervencionismo en Venezuela está como estratégica motivación la
riqueza petrolera que en estos tiempos de incertidumbre adquiere mayor relevancia
para la nación imperial. Y la demostración ante otras potencias
extracontinentales, en confrontación con el poderío gringo, de que en América
se hacen las cosas que determina Washington. Por todo ello, buques de la armada
estadunidense estarían por ser enviados hacia aguas caribeñas cercanas a
Venezuela, según confiaron a la agencia AP fuentes que pidieron anonimato.
Según las
palabras de Trump, 22 países de la región apoyan los expansivos nuevos planes
que buscan que el narcotráfico no se beneficie de las circunstancias dislocadas
que está provocando el Covid-19. Seguramente la administración obradorista
habrá de precisar el grado y los términos de ese apoyo, si es que se dio.
Pero este
aventurismo bélico de Trump en Latinoamérica podría convertirse en otro
instrumento de presión y chantaje hacia México y en especial contra el
presidente Andrés Manuel López Obrador, que en estos días libra una seca
batalla frente a empresarios nacionales y extranjeros que pretenden que el
dinero público sirva para rescates y apoyos a sus negocios, lo cual no coincide
con la postura del tabasqueño, que privilegia la ayuda directa a la mayoritaria
población desprotegida del país.
No es
accidental o fortuito que en días recientes una oposición ávida de ser
impulsada en afanes golpistas por poderes externos haya difundido de forma
exagerada la etiquetación del gobierno andresino como un narcopoder. El saludo
del presidente de México a la madre de Joaquín Guzmán Loera fue convertido de
manera obsesiva en un recurso en redes sociales para tratar de forzar la idea
de que López Obrador tiene pactos con el cártel de Sinaloa. Como si les hubiese
sido fijada la tarea de promover tal clasificación criminal del gobierno
federal, esos opositores, sobre todo el calderonismo, han pretendido instalar
condiciones para que la furia trumpista “ antinarco” se asome también a México.
Y, mientras
ha muerto Gerardo Ruiz Esparza, quien fue secretario de Comunicaciones con
Enrique Peña Nieto como gobernador del estado de México, y de Comunicaciones y
Transportes en el gobierno federal, personaje emblemático de la corrupción
institucionalizada por el peñismo y el grupo político mexiquense aún
subsistente,
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