Salvador Camarena.
El eje de gravedad del Partido de la Revolución Democrática
se ha desplazado. Ya no está en las tribus, tampoco en los bastiones históricos
(CDMX o Michoacán), mucho menos en su liderazgo formal (Alejandra Barrales), ni
en el real (Los Chuchos).
El eje de gravedad
del PRD hoy es gobernado por el instinto de supervivencia, y éste se traduce en
la fuga.
Unos han iniciado el éxodo hacia Morena (Miguel Barbosa, Zoé
Robledo, Mario Delgado), otros hacia aventuras menos claras (Armando Ríos
Piter), y otros más, sin haberse decantado, saben que su carta en lo individual
hoy se cotiza mejor sola que bajo la franela perredista (Alejandro Encinas).
Es incorrecto pensar que este vendaval de deserciones
perredistas es provocado por la fuerza que ha adquirido la candidatura de
Andrés Manuel López Obrador.
El hundimiento del
PRD ha ocurrido de manera gradual pero consistente al menos desde 2015, año en
que se fracturó su dominio en la capital, elecciones en las que Morena logró
también una bancada importante en San Lázaro.
Esa tendencia siguió en 2016: una candidatura como la del
morenista Cuitláhuac García en Veracruz provocó más interés que cualquier otro
candidato del perredismo en los comicios estatales de ese año (la excepción a
esa norma podría ser el caso de Tlaxcala con la senadora Lorena Cuéllar). Y
nadie va a apuntar a Carlos Joaquín como perredista, ¿verdad?
Pero no sólo han sido
las derrotas electorales, o la falta de candidatos competitivos en las mismas,
lo que ha hecho al PRD caer sin freno.
El rosario de
escándalos mal procesados –desde el alcalde de Iguala acusado de asesinar
opositores, hasta señalamientos de corrupción a delegados de la Ciudad de
México que antes que ser llamados a rendir cuentas fueron premiados con
asientos en la Asamblea (Víctor Romo y Mauricio Toledo, por ejemplo) – hizo del PRD un partido imposible de
distinguir del PRI de antes –del de siempre– o del PAN de ahora.
Si a lo anterior sumamos que nunca supieron advertir en las
veleidades de Miguel Ángel Mancera con respecto a su no filiación perredista
una amenaza a la identidad del sol azteca, tenemos por resultado a un partido
que ni siquiera puede presumir cabalmente que la entidad más importante de
cuantas gobierna (que no son muchas) lleva un sello claro de quiénes son y qué
proponen.
Por último, más allá
de la Ciudad de México, la sociedad atestigua la incapacidad de un Arturo Núñez
en Tabasco, la indolencia de Graco Ramírez en Morelos (y la escandalosa
posibilidad de que pretenda dejar el poder a su hijastro), o la falta de
ubicatex de un Silvano Aureoles, que cree que puede aspirar a la presidencia de
la República cuando no es capaz de controlar la violencia en Michoacán.
Eso es el PRD hoy: un
concurso de desubicados gobernantes, una cauda de reyes chiquitos (perdón
Trino) sin más ideología que el poder por el poder (Leonel Luna, en Álvaro
Obregón; Lobo, en Gustavo A. Madero; Toledo, en Coyoacán; Dione, en Iztapalapa;
Héctor Serrano, en el gobierno central, etcétera).
Ahora asistiremos a la balcanización de los perredistas.
Esos que desde el presupuesto han cultivado clientelas buscarán ponerlas al
mejor postor, si ése es Morena, Morena, pero trabajarán lo mismo para el PRI
(no descarten a Bejarano en ello), o para algún candidato a reciclar (como
Jesús Valencia).
Así que antes de linchar
a los tránsfugas, el PRD debería revisar sus filas. Comprobaría que con tan desprestigiadas figuras todo era cuestión de
tiempo para caer en la irrelevancia. Y éste parece haber llegado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.