Pablo Gómez.
Siete
periodistas polemizaron el miércoles pasado con Andrés Manuel López Obrador en
Milenio TV. Lo más destacado no fue que
el candidato haya sido acusado de creerse infalible y cosas por el estilo, lo
cual es cantaleta de varios de esos profesionales del periodismo. Hubo también
oportunidad de tocar el tema de la democracia.
Varios expresaron sus miedos a una
posible presidencia (de AMLO) de carácter autoritario y de espaldas al
Congreso. La acusación fue difusa pero luego adquirió concreción en el tema de
la consulta popular propuesta como método político por Andrés Manuel.
Carlos Marín sacó a relucir uno de
sus recurrentes argumentos: las “equivocaciones de los pueblos”, tal como la
“pavorosa” elección alemana que llevó a Hitler al poder, sin decir, claro, que
los nazis no habían alcanzado entonces la mayoría absoluta, pero pudieron
formar gobierno ante la absurda división de los demás partidos. AMLO
afirmó que los ciudadanos se equivocan menos que los políticos. El pueblo,
dijo, tiene un instinto certero, es sabio. “Yo discrepo de ti en esto”, le
respondió el candidato al director de Milenio con cierto comedimiento, y
agregó: “en democracia es el pueblo el que manda, el que decide”.
Como es
entendible, el columnista y director salió en defensa de esa institución tan despreciada por él mismo,
el parlamento. “Hay una representación en el Congreso”, insistió para ladearse
claramente a favor del método de las decisiones indirectas. “Son dos tipos de
democracia”, agregó como si fuera un paciente profesor, el tres veces
candidato a presidente de la República: “una,
representativa, que es la del Congreso”; y “existe también (debe existir, se
corrigió) la participativa”. Para aclarar mejor su argumento, AMLO agregó: “no
es que la democracia termina y se agota en una elección constitucional”.
Como no era lugar para repetir las
conocidas groserías e insultos que suele escribir el director de Milenio en sus
consuetudinarias columnas, tuvo que entrar al quite Jesús Silva-Herzog, un poco
más instruido, para argumentar a favor del método de tomar las decisiones en el
Congreso: “la consulta popular tiene un mecanismo que es una disyuntiva entre
sí y no”; el Congreso es un espacio donde podemos decir sí a esto, no a esto
otro; la consulta es una manera de plantear la política binaria”. López Obrador le respondió que lo mejor es el debate y la
información para que se manifiesten quienes están a favor y están en contra, lo
que “no ha existido en el país”.
Ya antes, Andrés Manuel había aclarado que son tres
momentos para los grandes temas: informar y debatir; consulta ciudadana; y
modificación de leyes en el Congreso.
Silva-Herzog
fue al contraataque, aunque ya menguado:
“sí hay –dijo– una diferencia muy importante entre plantear una reforma
constitucional en el Congreso, donde está la representación de la diversidad, y
plantear el cambio, echar para atrás reformas estructurales a través de una
consulta popular directa”. ¿Fuera del Congreso no hay diversidad? ¿Lo que se
hizo en el Congreso no se puede deshacer en el referéndum popular? Este suele
ser un el método democrático para corregir al parlamento en las llamadas
“democracias avanzadas”. ¿Ni a ese nivel podemos llegar?
Mientras sus interlocutores cuestionaban
la democracia participativa y, en especial, las consultas populares, quizá López Obrador estaba
recordando que la reforma energética fue
impugnada, se colmó el requisito de firmas que exige la Constitución y se
demostró la trascendencia del decreto legislativo cuya derogación se pretendía.
Sin embargo, la Suprema Corte le salió
al país con la increíble versión de que no puede haber consulta popular cuando
su posible resultado genere un gasto al Estado. Eso no dice la Carta Magna,
la cual sólo se refiere a temas de presupuesto, leyes fiscales y financiamiento
como lo que no se debe votar por parte de la ciudadanía directamente. La mayoría de los ministros y ministras,
con la sola excepción de Cossío, se hincaron frente al poder presidencial y
cancelaron un derecho del pueblo a pesar de que ya se encuentra en la
Constitución. Así opera el sistema.
Quizá también López Obrador y algunos
de quienes escuchaban la entrevista (¿comparecencia?) estaban pensando que la
ausencia de un Estado de derecho es precisamente una de las perversiones
antidemocráticas que es preciso combatir, pero no sólo desde abajo sino también
desde arriba, desde la Presidencia de la República y el Congreso, para tratar
de abrir otros caminos.
Al final, esos periodistas
conservadores, enemigos de las consultas populares, acusaron a AMLO de
conservador. Así es
México, por el momento.
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