Por Diego
Petersen Farah.
Un cuarto de
siglo es un montón de tiempo y nada. Para los que somos mayores de 40 fue un
momento histórico, nos acordamos perfecto dónde estábamos, cómo nos enteramos,
cómo reaccionamos en el momento que asesinaron al candidato el PRI Luis Donaldo
Colosio. Nos parece que fue ayer. Para los jóvenes es un evento lejano,
histórico también, pero en otro sentido, algo empolvado ya en la memoria del México
que fue, del que platican sus padres y abuelos. Otro tiempo con olor a
naftalina.
Aquel 23 de
marzo en Lomas Taurinas, una barrio pauperizado de Tijuana, no solo murió el
candidato del partido hegemónico, el sucesor designado por el Presidente con mayor
poder en la historia reciente de México, Carlos Salinas, murió también una
parte importante del PRI y muchas de sus prácticas, las buenas y la malas.
Aquel día murió el dedazo, el símbolo más importante del poder omnímodo del
Presidente y comenzó el camino franco de la transición a la democracia.
¿Qué hubiese pasado si Colosio no
hubiera sido asesinado?, ¿habría ganado la elección o se habría tenido que
imponer por la vía del fraude?, ¿habría hecho las reformas democráticas de
Zedillo o hubiese intentado prolongar la permanencia del PRI en el poder? Cada
quién puede imaginar la respuesta que quiera, recrear su historia de una manera
distinta, lo cierto es que el país no volvió jamás a ser el mismo porque aquel
asesinato, junto con el del cardenal Juan Jesús Posadas en Guadalajara diez
meses antes, y el de Ruiz Massieu, en la ciudad de México nueve meses después,
son también el inicio de una era de violencia y de conformación de grupos de
crimen organizado cuyos efectos padecemos hasta el día de hoy.
El asesinato de Luis Donaldo Colosio
fue el símbolo de la muerte de un sistema político que nunca terminamos de
enterrar. Ernesto Zedillo, convencido de que el priismo como partido hegemónico
había llegado a un punto de no retorno, reconoció que su elección había sido
legal pero no justa, que los partidos de oposición competían en condiciones de
desventaja y dio paso a la gran reforma electoral que crea el IFE
ciudadanizado. Nuestra democracia nació con mártires y mucha buena voluntad,
pero sin demócratas. Las consecuencias de ello las hemos visto y padecido a los
largo de los últimos 18 años: partidos alejados de los intereses de sus
representados y una clase política inmersa en la cultura política del cochupo,
el tráfico de intereses y la corrupción, todo eso que creíamos haber matado con
el priismo del siglo XX pero que siguió ahí.
Un cuarto de siglo es un montón de
tiempo y nada, sobre todo cuando se trata de construir una democracia. El
asesinato en Lomas Taurinas cambió la historia, pero no nos cambió a los
mexicanos.
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