Por
Francisco Ortiz Pinchetti.
Mi abuelita
solía quejarse con frecuencia de las muinas que le hacíamos pasar sus nietos
con nuestras travesuras y desobediencias. “Me van a matar de una muina”,
advertía señalando al cielo con el brazo derecho extendido. Y ahora resulta,
cambian los tiempos, que el enojo es saludable para el cerebro y que puede
ayudarnos a ser más competitivos… lo cual nos urge.
Al menos eso
es lo que asegura el jefe del departamento de Neurobiología del Instituto
Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente”. El doctor Eduardo Calixto
González asegura que el canijo encabronamiento anula la parte más lógica y
congruente del cerebro para incrementar la actividad cardiovascular y
respiratoria. Y eso es bueno.
Explica el
especialista que el disgusto libera noradrenalina (hormona que aumenta la
presión arterial y el ritmo cardíaco) y dopamina, al mismo tiempo que
glutamato, además se da una disminución de los niveles de serotonina y
vasopresina. Y aclara que a diferencia del enamoramiento, este cambio
neuroquímico se da de inmediato y logra que el individuo se prepare para la
lucha o para la huida, donde se incrementan los procesos memorísticos
inmediatamente.
Pero ojo: el
también académico de la Facultad de Psicología de la UNAM advierte que enojarse
por 30 o 40 minutos resulta benéfico porque vuelve competitivas a las personas,
pero cuando dura más de cuatro horas entonces se vuelve patológico y es nocivo
para el cerebro. Aguas.
De tal modo,
deduzco, escuchar o leer noticias durante media hora todos los días nos puede
ayudar a ser más picudos, pero si nos aventamos la mañanera completa pudiera
ser sumamente peligroso. Todo con medida.
Se me ocurre
que podríamos programar nuestros enojos, como un ejercicio cotidiano de salud
mental que, como lo recomienda el doctor Calixto González en una entrevista con
Notimex, nos aliviane el cerebro. Podríamos empezar por escuchar el resumen
inicial de cualquier noticiero de radio, sobre todo en días como los que hemos
vivido esta semana. Conocer las ocurrencias de los muchachos del gabinete
presidencial, por ejemplo, creo que nos proporcionarían un enojo que nos puede
durar al menos 20 minutos.
Enterarnos
de las contradicciones entre los anuncios de AMLO y su brillante equipo y la
realidad, como la inmaculada transparencia de las empresas invitadas a la
licitación para la construcción de la refinería de Dos Bocas, es otra buena
fuente de corajes cotidianos. De esas tenemos todos los días.
Un buen
corajín nos proporciona también noticias tan saludables como esa de saber que
los coordinadores parlamentarios y legisladores de todos los partidos
compartieron el pastel y las velitas en San Lázaro con el inefable Diputado del
PT Gerardo Fernández Noroña, con motivo de su (feliz) cumpleaños. Vaya
congruencia.
O cuando
confirmamos la impunidad de los dirigentes de la CNTE, que luego de sus
bloqueos ferrocarrileros en Michoacán que costaron al país 30 mil millones de
pesos en pérdidas, ahora sitian la Cámara de Diputados y el Senado para impedir
que los legisladores aprueben las reformas a la contra Reforma Educativa. Y
cuando el Presidente López Obrador casi les pide perdón y ordena calma y
diálogo a su gente para no incomodar a sus aguerridos aliados. ¡Nos vamos a
hacer genios, por Dios!
Con
ejercicios como los sugeridos podemos complementar otros corajes más caseros e
inevitables que nos ocurren todos los días. Como el que nos hace pasar el
vecino de arriba con su estridencia matutina o los operarios del camión de
basura que dejan el pasillo del edificio embarrado al arrastrar sus costales de
desperdicios. Encontrar un auto que bloquea nuestra cochera o soportar una
espera de hasta 18 minutos para que pase un convoy de la Línea 12 del Metro
también resulta buena terapia cerebral.
Igualmente
lo es ver las calles llenas de ambulantes que impiden el paso a los peatones o
constatar cómo las autoridades derrochan recursos en obras innecesarias,
mientras la comunidad requiere atención a sus problemas verdaderamente
apremiantes, como la inseguridad, la falta de agua, el transporte deficiente,
las calles sembradas de baches y hoyancos.
No es menor
el enojo que nos causa un motociclista en sentido contrario a punto de
atropellarnos o el comerciante que en una zona conflictiva ya se apoderó de una
parte de la vía pública para usarla como “estacionamiento particular” para sus
clientes. Y que todavía se ofende cuando uno le reclama.
El doctor
Calixto González advierte que el peor momento para pedir a alguien que se
tranquilice es cuando está enojado y es un error decir “cálmate” porque se
altera más. “Un cerebro enojado lo que quiere es tener la razón y quiere
escuchar que tiene la razón”, dice muy en serio. Después de los siguientes 30 o
35 minutos esta emoción debe auto limitarse, explica. “Aquel que dura más
tiempo enojado es porque está actuando o tiene un proceso de aprendizaje y le
funciona estar enojado para obtener lo que quiere”. Como le hacía mi abuelita.
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